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8.02.17

Serie “Santos y Beatos” - San Onofre, ermitaño - 1. El abisinio

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En su infinita Sabiduría, el Padre Dios ha sabido suscitar, a lo largo de los siglos, de entre sus hijos, a una cantidad relativamente significativa de los mismos para demostrarnos que no es imposible ser fieles a su Voluntad. Tales de entre nosotros han subido a los altares y, bien como santos bien como Beatos, nos muestran un camino a seguir.

Debemos decir, como es bien conocido y para que nadie se lleve a engaño, que los Santos y Beatos que a lo largo de la historia de la catolicidad han sido tales no siempre han llevado una vida perfecta porque como hombres o mujeres han podido tener sus momentos espirituales de cierta caída. Al fin y al cabo también eran pecadores.

Pues bien, el emérito Papa Benedicto XVI, en la Audiencia General del 13 de abril de 2011 dijo esto que sigue acerca de la santidad:

“La santidad, la plenitud de la vida cristiana no consiste en realizar empresas extraordinarias, sino en unirse a Cristo, en vivir sus misterios, en hacer nuestras sus actitudes, sus pensamientos, sus comportamientos. La santidad se mide por la estatura que Cristo alcanza en nosotros, por el grado como, con la fuerza del Espíritu Santo, modelamos toda nuestra vida según la suya. Es ser semejantes a Jesús, como afirma san Pablo: ‘Porque a los que había conocido de antemano los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo’ (Rm 8, 29). Y san Agustín exclama: ‘Viva será mi vida llena de ti’ (Confesiones, 10, 28). El concilio Vaticano II, en la constitución sobre la Iglesia, habla con claridad de la llamada universal a la santidad, afirmando que nadie está excluido de ella: ‘En los diversos géneros de vida y ocupación, todos cultivan la misma santidad. En efecto, todos, por la acción del Espíritu de Dios, siguen a Cristo pobre, humilde y con la cruz a cuestas para merecer tener parte en su gloria’ (Lumen gentium, n. 41).”

Pues bien, aquellos hermanos nuestros que vamos a traer aquí han sabido cumplir lo mejor posible lo que nos dice el Papa. Seamos, nosotros mismos, fieles en lo poco para poder serlo en lo mucho.

 

San Onofre, ermitaño - 1. El abisinio

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De muchos de los santos que a los altares han subido conocemos poco o casi nada. Si los mismos vivieron en siglos remotos no es de extrañar que de no haber sido por alguna persona que lo hubiera conocido no tendríamos apenas noticias de ellos.

Tal es el caso de San Onofre, ermitaño que nació en el siglo IV (probablemente entorno al año 320) y que, gracias a abad san Pafnucio, sabemos de su existencia física y espiritual.

Al parecer Onofre vino al mundo en una cuna privilegiada porque nació de padre rey. Aunque no se sepa con exactitud si fue egipcio o abisinio el padre de Onofre, el caso es que aquel es que aquel nacimiento iba a tener consecuencias graves para su vida porque el demonio, queriendo hacer daño a Onofre instigó en el corazón de su padre la idea de que tenía que pasar al hijo por el fuego para demostrar que no era bastardo.

No iba a abandonar Dios a Onofre porque de aquella prueba sale ileso.

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