Reseñas: 2 x 1: ”Hábitos católicos” - “Limpieza del alma”

A diferencia a cómo solemos hacer, en este día vamos a traer aquí la recensión de dos libros pertenecientes a la colección “Fe práctica”. Son, por una parte, el de título “Hábitos católicos” y, de otra, “Limpieza del alma” porque, como es fácil darse cuenta, uno tiene más relación con el otro de lo que, a primera vista, pudiera parecer.

 Hábitos católicos            Hábitos católicos

Título: Hábitos católicos

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán.

Editorial: Lulu.

Páginas: 56

Precio aprox.: 3.50 € en papel – 0.99 € formato electrónico.

ISBN: 5 800130 717787 papel;  9780244426934  electrónico.

Año edición: 2018

 

Los puedes adquirir en Lulu.

Hábitos católicos” - de Eleuterio Fernández Guzmán

 

Con este libro continuamos la serie de libros que, dentro de la denominación de Fe práctica, hemos dado en empezar. El que sigue lleva el título “Hábitos católicos”, del que reproducimos la Introducción del mismo.

 

La segunda acepción de la palabra “hábito” es, según la Real Academia Española de la Lengua, el “Modo especial de proceder o conducirse adquirido por repetición de actos iguales o semejantes, u originado por tendencias instintivas”. Por lo tanto, si nos referimos a los que son católicos, por hábitos deberíamos entender aquello que hacemos que, en nuestra vida, supone algo especial que marca nuestra forma de ser. Incluso es algo que al obedecer a una razón profunda bien lo podemos calificar de instintivo porque nuestra fe nos lleva, por su propia naturaleza, a tenerlos.

Pues bien, este libro relativo a los “Hábitos católicos” tiene la intención de dar un pequeño repaso a lo que, en realidad, debería ser ordinario comportar en un católico. 

Pero, en realidad, ¿qué importancia tienen los citados hábitos espirituales?

Podemos decir, sin temor a equivocarnos, que lo “habitual” en materia de espiritualidad católica no es algo que se hace, digamos, por ser repetitivos sino que, al contrario, tienen su fundamento en una creencia que arraiga en la Cruz de Cristo y en todo lo que de ella se derivó.

El católico no puede alegar ignorancia acerca de lo que es dado en llamar “hábito católico”. Y es que, sin duda alguna, es lo que conduce una vida acorde a una fe y, sobre todo, a la Voluntad de Dios y eso no nada nuevo en la vida de un hijo de Dios que forma parte de la Iglesia católica.

Es bien cierto que lo que se va a traer aquí no es nada del otro mundo. Y, precisamente por eso, por no ser nada del otro mundo muchas veces debería preguntarse el católico si es que existen verdaderas razones, de peso, como para que no ponga en práctica estos “hábitos”.

El hábito católico no es, por otra parte, imposible de llevar a cabo. Y no lo es porque no está puesto por Dios para que sus hijos no sean capaces de ponerlos en práctica. Y es que deberíamos responder a la pregunta, por ejemplo, acerca de la vida sacramental que llevamos, de la oración que practicamos o, en fin, de la alegría como forma de expresar la filiación divina. Y no, es casi seguro que no vamos a encontrar respuesta negativa. Al contrario es la verdad: sí, es posible hacer de los hábitos de nuestra fe una senda por la que caminar hacia el definitivo Reino de Dios.

Sabemos, por lo dicho arriba, que todo esto no es descubrimiento nuestro o, en todo caso, invento del hombre. No. Es Dios mismo quien quiere que hagamos lo que debemos hacer al respecto de lo que es dado en llamar “hábito católico”. Y nosotros, que no debemos mirar para otro lado a tal respecto, debemos poner sobre la mesa nuestras cartas. Y las mismas no pueden tener otra cosa que no sea nuestra fe expresándose en un comportarse correcto y adecuado.

Cada uno de los hábitos que vamos a traer aquí, como podremos ver, están incardinados en nuestro corazón. Y, por eso mismo, no están alejados de nosotros sino, al contrario, más que cerca. Y tan cerca están que olvidarlos supone, seguro que eso supone, la muerte segura de nuestra alma.

Tengamos, pues, la buena costumbre de hacer posibles los hábitos católicos. Están ahí porque son nuestros y son nuestros porque están ahí.

 

Reproducimos, aquí, el Índice del libro citado:

Introducción.                       

1. Vida sacramental.                  

 

2. Sumergirse en la oración.        

 

3. Construir la virtud, desenraizar el vicio.

 

4. Escritura Sagrada y enseñanzas de la Iglesia católica: conocerlas 

 

5. Alegría católica.                     

 

6. Compartir la fe.                      

 

Un necesario Epílogo.                 

 

Títulos de la colección Fe práctica

Limpieza del alma                Limpieza del alma

 

Título: Limpieza del alma

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán.

Editorial: Lulu.

Páginas: 64

Precio aprox.:  3.99 € en papel – 0.99 € formato electrónico.

ISBN:  5 800131 175753 papel;   978-0-244-43473-1 electrónico.

 

Año edición: 2018

Los puedes adquirir en Lulu.

 

       

Limpieza del alma” - de Eleuterio Fernández Guzmán

 

Y, para no hacerlo más largo, de este libro de título “Limpieza del alma” y perteneciente a la misma colección, “Fe práctica”, reproducimos el apartado “Un necesario epílogo” que es, según se aprecia en el Índice, el último apartado o, un, a modo, de resumen del libro:

 

Resulta necesario apuntar, después de haber discurrido estas páginas por el sendero de corrección necesaria al respecto de la suciedad de nuestra alma, que dejemos claro que una cosa es lo que nosotros hacemos y otra, muy distinta, lo que quiere Dios de nosotros. 

Al respecto de esto, es bien cierto que nuestro Creador sólo quiere lo mejor para nosotros, sus criaturas preferidas por ser imagen y semejanza suya.

Esto, dicho así, nos plantea, por eso mismo y por lo que supone, que nosotros no podemos quedarnos parados o, lo que es lo mismo, no podemos dejar estancada nuestra alma en un estado espiritual malo o peor. No. Es más, ni podemos ni nos está permitido hacerlo porque no es eso lo que quiere Dios de nuestra parte. 

Y todo esto, toda mancha que ensucia el alma, proviene del pecado. 

Como es más que sabido, peca quien actúa (o no, si es por omisión) contra lo que Dios tiene por bueno y mejor. También sabemos que es un misterio (llamado, por eso mismo, misterium iniquitatis) porque resulta difícil entender cómo, sabiendo que no nos conviene para nada pecar, acabamos pecando (y eso ya lo dijo muy bien san Pablo en Romanos 7, 19) Y tal proceder causa mucho daño en nuestra alma que debe ser limpiada lo más rápido posible.

Es más que cierto, entonces, que pecamos con mucha, demasiada, facilidad. También lo es que aunque exista un Sacramento destinado por Dios (e instituido por su Hijo Jesucristo y del que hemos hecho referencia aquí mismo) para limpiar nuestra alma de tales caídas, lo bien cierto es que parece que lo olvidemos demasiadas veces. Pero pecar, pecamos, y que existe el pecado es algo tan obvio como que existimos nosotros mismos.

El caso es que, para que nadie se lleve a engaño, a excepción de Jesús y María, todos nacemos con un pecado llamado original porque fue el primero y que es más que conocido por todos. Desde entonces, y por generación, todo ser humano que nace (todo) lleva sobre sí tal mancha que se limpia, eso sí, con el bautismo. Por tanto, quien no esté bautizado lo lleva hasta que así sea limpiado.

De todas formas, resulta síntoma de ceguera voluntaria sostener que el pecado no existe porque, como decimos, Adán y Eva inauguraron el mercado de iniquidades con aquella pretensión (¿Para qué querían eso con lo bien que vivían y gozaban?) de ser igual que Dios. Desde entonces, cada ser humano, cada generación y, en fin, toda la humanidad, no ha cesado de inventar formas de pecar y, por tanto, de ensuciar el alma a la que muchos, al parecer, no conocen y, tantas veces, no conocemos…

Deberíamos decir, para que nadie mire para otro lado, lo que supone sostener (y actuar en consecuencia… pecando) que el pecado no existe. Y es que es tan grave seguir como si nada ennegreciendo el alma con manchas que no se van a limpiar (quien no cree en el pecado menos aún creerá, por innecesario, en algo que pueda limpiarlo) que eso ha de suponer, por fuerza, la condenación eterna. ¡Sí!, quien no cree en el pecado se condena para siempre porque es de suponer que más de uno va a cometer pues, aunque no crea en ellos Dios sí sabe que existe y eso no lo puede olvidar. Es más, peor ha de ser la situación de quien habiendo conocido al Todopoderoso (queremos decir su existencia y creencia en ella) lo aparta de su vida. En tales casos, la culpa ha de ser mayor y su alma se ha de ver, por eso mismo, más sucia.

Ciertamente es penoso, porque da pena, que haya personas que vayan por la vida viviendo en la inopia al respecto del pecado y de lo que eso supone al respecto de su alma que es, no lo olvidemos nunca, la única parte de nuestro ser que permanece tras la muerte y sobre la que recae la culpa o el beneficio del juicio de Dios. Y es penoso porque a menos que muchos pidan por sus almas y Dios se apiade de ellas lo van a pasar más que mal cuando mueran sus cuerpos y tengan que presentarse sus almas ante el Tribunal del Todopoderoso.

Debemos, por tanto, hablar aquí mismo de lo necesario que resulta, primero, contemplar nuestros comportamientos u omisiones empecatadas y, luego, procurar que las mismas dejen de ennegrecer nuestra alma. Estaremos, de ser capaces de hacer eso, en una disposición más que buena para ser juzgados por Dios y mantendremos, por tanto, intacta la esperanza de la vida eterna." 

 

Por otra parte, reproducimos, aquí, el Índice del libro citado:

 

Introducción  

1. Necesidad primordial.

2. Dios lo quiere de nosotros.

3. Blancura vs. Negritud.    

4. ¿Sabemos lo que nos conviene?

5. Formas de limpieza del alma.          

6. ¿A qué esperamos?                

Un necesario Epílogo                  

Títulos de la colección Fe práctica.

  

Espero, francamente lo digo, que esto no hay resultado demasiado pesado pero lo he hecho para no retardar demasiado el aviso sobre la publicación de “Limpieza del alma”.

Eleuterio Fernández Guzmán 

 

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Panecillo de hoy:

Tener unos buenos hábitos católicos ha de colaborar, mucho, a una buena limpieza del alma.

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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