Libro: “El Credo. La vida de Cristo en sus discípulos”

 

El Credo. La vida de Cristo en sus discípulos                              El Credo. La vida de Cristo en sus discípulos

Título: El Credo. La vida de Cristo en sus discípulos

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 76

Precio aprox.: 4 € en papel – 0’90€ formato electrónico.

ISBN: 580017067119 papel; 978-1-326-69328-2 electrónico

Año edición: 2016

Los puedes adquirir en Lulu

                            

“El Credo. La vida de Cristo en sus discípulos”- de  Eleuterio Fernández Guzmán

 

Ser hermanos porque somos hijos e hijos a fuer de ser hermanos. Así nos debemos sentir aquellos que nos llamamos descendencia del Creador y, por tanto, ostentamos una filiación que denominamos divina.

Lo que aquí se trae no es nada extraño ni debería causarnos mayor problema que el que se pudiera derivar (de ser así) de no comprender que el Credo no es una oración más sino que constituye, como además así se entiende, el depósito de nuestra fe. Fe, por tanto, que es la nuestra y, por eso mismo, dispuestos hemos de estar a llevarla de nuestro corazón-creencia a nuestra vida-eficiencia. No habrá unidad de vida si así no lo hacemos y así nos lo demanda Dios que, desde que nos creó espera de nosotros que respondamos al “Creo” con un “afirmo lo que creo”.

No es verdad aquello que se dice al respecto de nuestra fe y que consiste en sostener que bien podemos decir una cosa y hacer otra. Algo así como olvidar y obviar que Dios, que todo lo contempla y todo lo sabe, no se diera cuenta de que, en realidad, caemos (de así actuar) en aquel viejo cumplimiento consistente en cumplir pero mentir, en decir sí pero ser, en realidad, no. Y tal es, justamente, la forma en la que no debe actuar un hermano de Jesucristo que dijo, además, que donde era sí, debía ser sí y donde fuera no, debía ser no. O, como también se deriva del Apocalipsis, que no nos conviene ser tibios para no ser vomitados de la boca del Creador.

Creer, decir “creo” y decir, en concreto, el Credo, es manifestar lo que somos. No es poca cosa que lo seamos así porque Dios quiere que así lo seamos. Es más, es lo único que, en verdad, vale la pena ser: hijos que aman a su Padre y cuando asienten en lo que dicen en tal oración saben lo que dicen porque aman, como diría Santa Teresa, a “un tan gran Señor” (cf. Camino de perfección, 71). Y tal amor, desde el propio principio del símbolo de nuestra fe cuando decimos que creemos en Dios Padre Todopoderoso hasta cuando manifestamos, con el “Amén”, que queremos que así sea, no lo decimos por decir sino que, en verdad, estamos seguros de lo que decimos y de lo que eso significa que no es otra cosa que la magnífica verdad que dice que somos hermanos de Cristo porque somos hijos de Dios. Y, en verdad, lo somos, como bien dice el apóstol amado, Juan el joven, en su primera carta dirigida para que, sobre todo, nos demos cuenta de que lo que eso significa.

Credo, el Credo; creer, saber lo que se cree es llevar, al fin y al cabo, la vida de nuestro hermano-Dios Jesucristo a nuestra existencia. Y llevarlo no de cualquier manera sino sólo de la única que es posible y que consiste, en esencia, en ser otros Cristos. Así de sencillo pero, a la vez, así de dificultoso para nosotros, seres humanos que vivimos en el mundo sin darnos cuenta, la mayoría de las veces, que no somos de este mundo.

Si creer es amar y amar es la forma más sublime de hacer explícita nuestra relación con Dios, no es poco cierto que estamos en deuda, una gran deuda, con Quien nos ha creado y, ¡no lo olvidemos!, nos mantiene. Deuda que, sin duda, pagaremos con nuestra fe y con nuestra creencia; deuda que, gracias a Dios, siempre estamos a tiempo de satisfacer, pues debemos ser lo que somos según nuestro Credo; ser lo que somos según Cristo.

Este libro, por tanto, sólo pretende, digamos, dar un repaso a algo tan esencial como es, para nosotros los católicos, la esencia de nuestra fe.

Por otra parte, la división que hemos seguido para meditar sobre esta crucial y esencial oración católica es la que siguió Santo Tomás de Aquino en su predicación en Nápoles, en 1273, un año antes de subir a la Casa del Padre. Los dominicos, que escuchaban a la vez que el pueblo aquella predicación, lo pusieron en latín para que quedara para siempre fijada en la lengua de la Iglesia católica. Nosotros nos hemos servido de una traducción al castellano.

Debemos decir, al respecto de esto, que las meditaciones no son reproducción de lo dicho entonces por el Aquinate sino que le hemos tomado prestada, tan sólo, la división que para predicar sobre el Credo quiso hacer el mismo.

  

Eleuterio Fernández Guzmán

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Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

El Credo es un camino hacia la vida eterna.

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