“Una fe práctica”- "¿Sirve para algo orar?" – ¿Frutos de la oración?

Una vez concluido con el texto del libro “Lo que pasa cuando te confiesas” pasamos a otro, ahora de título “¿Sirve para algo orar?

 “En esto está la confianza que tenemos en él: en que si le pedimos algo  según su voluntad, nos escucha. Y si sabemos que nos escucha en lo que le pedimos, sabemos que tenemos conseguido lo que hayamos pedido.”

1 Jn 5, 14-15

Cuando nos reconocemos hijos de Dios, y nos damos cuenta de que eso ha de suponer algo en nuestra vida, acude a nuestro corazón algo sin lo cual no podemos vivir bien nuestra fe: la oración.

Orar es, se suele decir, no siempre fácil porque abunda en nuestra vida mucho que nos distrae de tan sana práctica espiritual. Es decir, repetir oraciones que hemos aprendido cuando, de niños, se nos enseñaron o, ya de mayores si se trata de una conversión posterior, no encierra problema alguno. Otra cosa es lo que eso pueda significar para nosotros. Pero, en verdad, si bien es fácil decir muchas veces oraciones como el Padre nuestro, el Ave María o el Gloria (la básica trilogía espiritual del Creyente católico) no es tanto profundizar en la oración, ir más allá, llegar más lejos con y en ella.

Sin embargo, sabemos más que bien que la oración es muy necesaria. Es más, una vida sin oración viene a ser como un querer y no poder o, mejor, un saber y no querer ejercer de lo que somos. 

Hay grandes maestros que han escrito sobre la oración. En ellos podemos inspirarnos para llevar una vida de fe profunda y adecuada a nuestro corazón que ama a Dios, Quien lo creó y mantiene.

Por ejemplo, San Francisco de Sales, en su importante obra de título “Introducción a la vida devota” nos dice, en la Segunda parte de la Introducción (Capítulo I) esto que sigue:

“La oración al llevar nuestro entendimiento hacia las claridades de la luz divina y al inflamar nuestra voluntad en el fuego del amor celestial, purifica nuestro entendimiento de sus ignorancias, y nuestra voluntad de sus depravados afectos; es el agua de bendición que, con su riego, hace reverdecer y florecer las plantas de nuestros buenos deseos, lava nuestras almas de sus imperfecciones y apaga en nuestros corazones la sed de las pasiones.”

También podemos traer aquí lo dicho, a tal respecto, por Santa Teresa de Jesús. Es bien cierto que los escritos de la Doctora de la Iglesia (El 27 de septiembre de 1970 Pablo VI le reconoció este título), nacida en Ávila hacen especial hincapié en el espíritu de oración, en cómo practicarlo y, sobre todo, en los frutos que produce una buena práctica orante. Es más, teniendo en cuenta el tiempo que le tocó vivir y la labor que desempeñó en lo tocante a la fundación de conventos, tal espíritu de oración (que reflejan sus obras escritas) muestra el propio vigor de la santa y, más que nada, su capacidad de recogimiento. 

Pues bien, en las “Moradas del castillo interior” (Moradas Primeras, capítulo 1, 7) dice esto:                                                                                

“Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración; porque la que no advierte con quién habla y lo que pide y quién es quien pide y a quién, no la llamo yo oración, aunque mucho menee los labios; porque aunque algunas veces sí será, aunque no lleve este cuidado, mas es habiéndole llevado otras.”

La oración, para un creyente católico, ha de ser un instrumento espiritual sobre el que construir su vida. Sin oración, en verdad, no hay vida cristiana porque la misma supone ponernos en comunicación directa con nuestro Creador como muy bien nos dice los tres autores traídos aquí.

Pero también podemos acogernos a las Sagradas Escrituras donde la oración es puesta, muchas veces, en práctica por aquellos que, inspirados por Dios, han sabido dejar escrito lo que tanto bien nos hace.

Así, con el Salmo 139 también pedimos algo que es, en sí mismo, una prueba de amor y de entrega:

“Señor, sondéame y conoce mi corazón, 
ponme a prueba y conoce mis sentimientos, 
mira si mi camino se desvía,
guíame por el camino eterno”

Porque el camino que nos lleva al definitivo Reino de Dios es, sin duda alguna, el que garantiza eternidad y el que, por eso mismo, es anhelado y soñado por todo hijo de Dios. Y con la oración lo recorremos en la seguridad de no ser nunca abandonados por nuestro Creador.

En realidad, la oración, orar, para nosotros los hijos de Dios, debe ser como el alimento que hace crecer nuestro corazón y nuestro espíritu. Es decir, que a menor oración, menor será el crecimiento de los mismos y, por tanto, la falta de desarrollo de la relación que debemos mantener con nuestro Creador. Y al contrario: a más oración, más profunda y cercana será la que mantengamos con el Todopoderoso.

Arriba hemos dicho que desde que somos niños llegan a nuestro corazón unas palabras que, nos dicen, nos ponen en contacto con Dios. Eso, así dicho y al principio, no solemos comprenderlo. Sin embargo, nos sirve para ir creyendo que nuestra fe tiene su base en una práctica que debemos tener como gozosa y no como actuación aburrida o, en exceso, repetitiva.

Luego, cuando crecemos físicamente también debemos hacerlo espiritualmente. Eso supone que aquellas oraciones aprendidas en la infancia han de haber sido practicadas muchas veces. Pero eso no es suficiente. Y es que ha de aparecer en nuestra vida una oración, digamos, extensiva. Es decir, no debemos olvidar que el contenido de la oración puede ser, es, muy diverso: la oración de alabanza o adoración, la que es de petición (o de súplica) y  de intercesión (si pedimos para otros), la de acción de gracias y la oración de alabanza.

Así, por ejemplo, alabamos a Dios cuando le manifestamos que agradecemos su especial miramiento por su descendencia y que tenemos por muy de tener en cuenta lo que ha hecho por cada uno de nosotros. Así adoramos, así alabamos a Quien todo lo ha hecho y mantiene.

Y pedimos, suplicamos. Es, seguramente, la forma con la que más nos dirigimos a Dios. Y es que tenemos mucho por lo que hablar con el Creador en este sentido. A este respecto podemos pedir, digamos, cosas materiales (a cualquiera se le ocurren algunas) o cosas espirituales (vencer un defecto, acercarnos más al Padre, a rezar mejor…)

Siempre es importante no olvidarse nunca del prójimo. Es decir, debemos tener por bueno y verdad que Dios ha de recibir con alegría que un ser humano no pida para sí mismo siempre sino que tenga en cuenta a quien pueda necesitar ayuda. Y es que así se muestra una escasez de egoísmo que, en orden a acumular para la vida eterna, nos viene la mar de bien.

Y podemos pedir perdón. Sí, en la oración podemos decirle a Dios que hemos pecado. Es cierto que ya lo sabe pero no por eso vamos a dejar de cumplir una obligación básica como es reconocer lo que somos: nada y pecadores. Eso, de todas formas, no quita ni disminuye la necesidad de acudir al Sacramento de la Reconciliación o, por decirlo de otra forma, no nos hace innecesaria la confesión.

Hay, sin embargo, una forma de orar, un sentido de darle a la oración, que tiene que ver, lo que más tiene que ver, con nuestra propia realidad. Nos referimos a la oración de acción de gracias.

Tenemos por verdad el dicho que refiere que es “de bien nacidos ser agradecidos”. Y nosotros, que hemos nacido por voluntad de nuestro Creador, ¿no vamos a agradecer, al menos, eso?

Sin embargo, hay mucho más que agradecer. A cualquiera se le ocurrirían, ahora mismo, decenas de realidades y circunstancias por las que dar gracias a Dios.

En primer lugar, porque nos ama. Dios nos ama y eso lo sabemos tan sólo con mirarnos a nosotros mismos: nos ha hecho así, como somos y, como diría san Juan, ¡lo somos!

Pero también podemos darle gracias por aquello que tenemos. Y es que solemos creer que nuestras cosas materiales son nuestras por nuestra actividad laboral. Es cierto que eso es así pero todo viene, como diría Jesús a Pilatos refiriéndose a su poder, de “arriba”. Y arriba ya sabemos Quién está.

Pero también podemos dar gracias por aquello que, no teniendo carácter positivo, nos acaece. ¡Sí!, también debemos dar gracias a Dios por la enfermedad o por los malos momentos por los que estemos pasando. Y no se trata de manifestar actitud masoquista alguna ante nuestra realidad sino de saber ser capaces de sobrenaturalizar tales sufrimientos y llevarlos al corazón de Dios manifestando fidelidad a nuestro Creador.

Y, por supuesto, y muy relacionado con lo que hemos dicho arriba, podemos dar gracias a Dios por perdonarnos siempre. Y, aunque eso no suponga para nosotros una especie de patente de corso para hacer lo que nos plazca, no podemos negar que tener tal esperanza hecha realidad es algo más que bueno.

Y ofrecernos. También, en la oración, podemos ofrecer a Dios, por ejemplo, algo que nos cuesta hacer. Se lo regalamos en la oración, lo entregamos a su corazón para que lo acaricie y lo transforme en dones para sus hijos; también le podemos ofrecer que no volveremos a pecar (a modo de voto particular o privado) o que vamos a hacer determinado sacrificio que sabemos, por nuestra forma de ser, que nos cuesta mucho llevar a cabo.

Eso en cuanto al contenido de la oración. Pero tampoco podemos olvidar que una tal práctica espiritual tiene una forma de hacerse. Es decir, nosotros podemos orar de una forma o de otra.

Dice, a tal respecto, el Catecismo de la Iglesia católica (2699) que “La tradición cristiana ha conservado tres expresiones principales de la vida de oración: la oración vocal, la meditación, y la oración de contemplación. Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón. Esta actitud vigilante para conservar la Palabra y permanecer en presencia de Dios hace de estas tres expresiones tiempos fuertes de la vida de oración.”

Vemos, pues, que la oración puede ser de tres tipos: vocal, meditada o contemplativa.

Si nos referimos a la primera de ellas es la que se expresa mediante palabras articuladas o pronunciadas. Sin embargo, se tiene por este tipo de oración aquella que hace uso de fórmulas preestablecidas y conocidas por todos los creyentes (el Padrenuestro o el Avemaría) porque están tomadas de la Biblia o las que vienen de la tradición espiritual como, por ejemplo, el Beni Sancte Spiritus, la Salve, el Señor mío Jesucristo, etc. o, por último, aquellas que, como la jaculatoria, expresan de forma breve un pensamiento espiritual y de fe.  

En cuanto a la oración a la que se aplica el término de “meditación” supone la orientación del pensamiento hacia Dios y, desde el Creador, mirar hacia el propio existir para valorarlo y acomodarlo a la propia vida y a la comunión que la une con el Todopoderoso. También se la llama “mental”.

Es bien cierto que la meditación supone la realización de un esfuerzo interior que va más allá del que se realiza para orar vocalmente. Por eso el Catecismo (2705) dice de ella que es “sobre todo, una búsqueda” y toda búsqueda supone, siempre, un esfuerzo a llevar a cabo.

Y, por último, la llamada “oración contemplativa” es una forma de llevar a cabo la experiencia cristiana de relacionarse con Dios a la que también se denomina “oración interior” u “oración del corazón”. Lo que se pretende con este tipo de oración es buscar silencio para estar con Dios pues, como dijo san Pablo “somos templo del Espíritu Santo” (cf. 1 Cor 3, 16).

Es bien cierto que este tipo de oración, para poder llevarlo a cabo, se necesita un esfuerzo mayor que para las otras dos formas. Sin embargo, no se trata de una que sólo esté destinada a ser llevada a cabo por personas religiosas en sus claustros y comunidades contemplativas. No. Ciertamente, no es fácil contemplar, en el sentido interior a que nos referimos. Sin embargo, este tipo de oración es, al contrario de lo que gusta al Enemigo suscitar en nuestro corazón, para todo aquel creyente que anhele buscarla pues, como dice Santa Teresa de Jesús la oración contemplativa es la “Fuente de Agua Viva” de la que Jesús habla a la samaritana junto al pozo de Jacob. Y ya sabemos, a tal respecto, lo que le dijo Cristo: “todo el que beba de esta agua no volverá a tener sed” (Jn 4, 13).

De todas formas, el fruto que debemos querer obtener de la oración es triple:

1. Descubrir la voluntad de Dios para nuestra vida.

2. Hacernos dóciles a la voluntad de Dios.

3. Que se la voluntad de Dios la que rija nuestra existencia.

Ya vamos viendo que orar, lo que se dice orar, se puede hacer de muchas formas o, mejor, hay muchos tipos o clases de oración. No podemos decir, por tanto, que el campo sea poco amplio y que no sepamos a qué atenernos.

Acabemos, ya, esta introducción con algo dicho por San Agustín que tiene todo que ver con la oración y con lo que con ella pretendemos. Nos nuestra el converso africano algo muy importante como es que una cosa es lo que queremos y otra, muy distinta, lo que nos conviene:

“A veces no tenemos lo que pedimos en la oración porque: oramos mal, o sea sin atención o sin fe. U oramos siendo malos, o sea sin querer mejorar nuestra conducta. O pedimos cosas que nos hacen mal, por ejemplo bienes materiales que podrían hacer más mal que bien a nuestra eterna salvación. Pero toda oración es escuchada, y si Dios no nos da lo que pedimos, nos dará algo que será mucho mejor.”

Confianza, pues, en Dios, es lo que nos corresponde tener cuando oramos al Padre Todopoderoso. Él siempre sabe lo que nos corresponde tener o alcanzar.

4. ¿Frutos de la oración?

Los seres humanos somos, muchas veces, excesivamente prácticos. Es decir, queremos ver resultados de aquello que llevamos a cabo. Y eso, así dicho, no está mal porque es de  esperar que hagamos las cosas por algo y no sin un fin concreto. A algún lugar queremos llegar, pues.

El caso es que la pregunta que titula este apartado está planteada porque una vez hemos conseguido quitarnos de encima aquello que nos pesaba y que no nos dejaba orar no está nada mal preguntarse acerca de los frutos de la oración.

Antes de seguir no debemos olvidar que la oración no es cosa, exclusivamente, nuestra, de quien ora. Sin Dios nada de tal actividad espiritual tendría sentido alguno. Por eso no es difícil deducir que los frutos de una buena oración, de un buen orar, han de ser tan buenos como Dios quiere que sean. Por eso el Beato Enrique de Ossó nos dice que

El alma recibe luz, vida y valor en la oración: se reviste de la naturaleza de Dios, porque quien se une a Dios en espíritu, viene a ser una sola cosa con Él”.

El caso es que tales palabras nos muestran el primer fruto de la oración:

1º. Presencia de Dios en nuestra alma.

Es bien cierto que aquel creyente católico que, día a día, va dedicando un tiempo precioso (un precioso tiempo) a la oración va dejando que Dios entre en su corazón y procurará, a su vez, entrar en el del Creador. Pero no se trata, en exclusiva, de una actuación del Todopoderoso en el alma de quien así actúe sino, también, en su vida, digamos, exterior. Es decir, orar a Dios supone dejarse influenciar por la Voluntad de Quien todo lo ha creado.

Es bien cierto que nuestra vida ordinaria está cargada de mucha actividad. Desde que nos incorporamos al mundo hasta que nos despedimos del mismo para descansar del esfuerzo realizado podemos decir que nuestro estado es propicio para la oración y está preparado para eso. En tales ocasiones, cuando oramos en las mismas, damos al Padre una gran oportunidad: que nos hable.

Pero también aquellas preguntas que solemos hacernos a lo largo de nuestra vida (¿Por qué sufro?, ¿Por qué debo hacer esto y no lo otro?, etc.) son aptas para que, en la oración, obtengamos el buen y gozoso fruto de la respuesta de Dios. El Creador, que nos ama, a través de su santa Providencia, tiene respuesta para tales preguntas y para todas las que queramos plantearle en la oración.

 Hay un segundo fruto de la oración que no podemos olvidar:

2º. El amor.

Es bien cierto que orar, ponerse en relación con Dios a través de este instrumento espiritual, sólo puede llevarse a cabo si la persona que ora ama y, además, sabe que es amada por Dios.

Pues bien, a través de la oración, se incrementa el amor que tenemos por nuestro Creador y por el prójimo. Y es que, al relacionarnos con Dios a través de una serie de palabras que decimos (o nos sugiere el corazón en ese momento) hacemos posible que nuestra capacidad de amar aumente ya que recibimos de Su parte aquello que es lo mejor que tiene: Su caridad y Su misericordia.

El caso es que orar diariamente, supone para nosotros descubrir que Dios nos ama sin miramientos de ninguna clase y sin ninguna clase de trabas. Nos ama porque nos ha creado y porque quiere lo mejor para nosotros. Es más, aquel creyente católico que hace de la oración una “rutina” gozosa acaba descubriendo, descubre a cada momento, que el mismo Hijo de  Dios, amó para amarlo a él mismo y se entregó para que, con el paso del tiempo, a él (y al resto de hermanos en la fe) supiera que lo había amado de tal manera. Descubre, aunque a lo mejor ya lo supiera, que todo lo que vivió Jesucristo en su primera venida lo vivió por él y no de una forma abstracta o sin destinatario posible.

Y de aquí proviene otro fruto de la oración:

3º. Identificación con el Hijo de Dios:

Es bien cierto que la oración se puede hacer en muchos sentidos y puede tener como destinatario a Dios mismo o pedir la intercesión de la Virgen María o de algún santo o beato. Sin embargo, al fin y al cabo, quien hace oración contempla la vida del Hijo de Dios pero no como algo teórico sino como quien sabe que es lo mejor para su vida llevar a la práctica una forma de ser que admira en el Mesías.

Con esto queremos decir que oración ha de ser acción. ¡Sí! No se trata de una bonita manera de relacionarnos con Dios sino que, si es que queremos ser llamados, verdaderamente, hijos del Padre, debemos sentirnos (y ser) transformados a través de Cristo. Por eso debemos defender que hemos de ser “Otro Cristo, el mismo Cristo” y entender, exactamente, qué quiere decir eso.

A tal respecto nos dice San Gregorio de Nisa acerca de la oración, de lo que pueden, muy bien, ser tenidos como frutos:

El efecto de la oración es la unión con Dios. Si alguien está con Dios, está separado del enemigo. Por medio de la oración guardamos nuestra castidad, dominamos nuestro genio y nos liberamos de la vanidad. No hace olvidar injurias, vence la envidia, derrota la injusticia y trata de remediar el daño que causa el pecado. Por medio de la oración se logran el bienestar físico, un hogar feliz y apacible, y sociedad fuerte y ordenada. La oración escuda al viajero, protege al que duerme y da ánimo a los que velan, te refrescará cuando estés cansado y te consolará cuando estés triste. La oración es el deleite de los alegres y el consuelo de los afligidos. Es la intimidad con Dios y la contemplación de lo invisible. La oración es el goce de las cosas del presente y la sustancia de las cosas por venir”.  

Por otra parte, y por ser, exactamente, propio del contenido de este capítulo, traemos aquí unos denominados frutos de de la oración en la historia sagrada formulados por las Conferencias de Caridad Aguas Calientes A.C, de San Vicente de Paúl teniendo en cuenta que las referencias a los números se corresponden con los propios del Catecismo de la Iglesia Católica:

Jesús, eleva su ofrenda al Padre celestial, diciéndole: “He aquí que vengo…a hacer, Oh Dios, tu voluntad” (Hb 10,5-7) La oración está unida a la historia de los hombres. (Numeral 2568).

 

Frutos de la oración: Fe / Caridad / Obediencia / Paz / Gozo

La oración se vive primeramente a partir de las realidades de la creación. (Numeral 2569).

 

Frutos de la oración: El gozo de las maravillas de la naturaleza entera / El entendimiento de los elementos necesarios para sobrevivir / El temor de Dios como reconocimiento de un Creador sapientísimo / Omnipotente y misericordioso / La ofrenda de gratitud ante la compasión y providencia de Dios.

En Abraham, encontramos la obediencia como fruto de la oración. En Abraham, las palabras tienen un valor relativo, lo verdaderamente importante es la prueba de fe en Dios. También conocemos el premio obtenido por nuestro Padre en la fe, al haber creído absolutamente en Dios. (Numeral 2570).

 

Frutos de la oración: Perseverancia / Obediencia en la fe / Humildad / Temor de Dios / Felicidad

La obediencia y temor de Dios en Jacob, mueven a Dios a cumplir su promesa generando las doce tribus de Israel. (Numeral 2573).

 

Frutos de la oración: Obediencia / Temor de Dios / Paz de Cristo

La oración de Moisés es una eficaz oración de intercesión. Dios enseña a Moisés como orar y, en respuesta el Señor le confía su Nombre inefable. (Numeral 2575, 2576).

 

Frutos de la oración: fraternidad humana / Solidaridad / Sacrificio / Liderazgo

Moisés ha sacado la fuerza y la tenacidad de su intercesión. (Numeral 2577).

 

Frutos de la oración: Fortaleza / Fe / Ciencia / Inteligencia / Bondad

Posteriormente, son los pastores y los profetas los que enseñan: cómo estar ante el Señor, y cómo escuchar su Palabra (1 Sam 12,23). Enseñan al pueblo como orar (Numeral 2578).

 

Frutos de la oración: Fe / Sabiduría / Entendimiento / Ciencia / Piedad

El rey David se significa por encarnar al pastor que ruega por su pueblo y en su nombre. En los Salmos, David, inspirado por el Espíritu Santo, es el primer profeta de la oración judía y cristiana. (Numeral 2579).

 

Frutos de la oración: Fe / Consejo / Temor de Dios / Piedad / Inteligencia / Felicidad / Bondad / Perseverancia.

El rey Salomón, hijo de David, construye el templo de Jerusalén, casa de oración. Salomón eleva entonces sus manos al cielo y ruega por él y por su pueblo, y para que todas las naciones sepan que Dios es el único Dios (Numeral 2580).

 

Frutos de la oración: Fe / Piedad / Ecumenismo / Fraternidad cristiana / Solidaridad / Obediencia

Santiago apóstol, nos refiere al profeta Elías para señalarnos el poder de la oración ferviente y la fe obtenida por la oración insistente (Numeral 2581, 2583).

 

Frutos de la oración: perseverancia en la oración / Discernimiento espiritual / Sabiduría / Entendimiento / Piedad / Temor de Dio

De la oración, los profetas extraen luz y fuerza para su misión (2584).

 

Frutos de la oración: vocación evangelizadora / Perseverancia en la oración / Celo apostólico / Fe / Caridad.

“Se ora como se vive y se vive como se ora” (2725).

 

Frutos de la oración: Don de la oración / Fortaleza / Amor al prójimo / Humilde vigilancia / Fe / Esperanza / Caridad / Temor de Dios / Felicidad

En la oración de petición, probamos la confianza filial.

 

Frutos de la oración: Identificación con Cristo / Fe / Esperanza / caridad / Gozo / Paz / Castidad / Piedad / Consejo

“Si pedimos con un corazón dividido, Dios no pude escucharnos porque Él quiere nuestro bien, nuestra vida. Entremos en el deseo de su Espíritu y seremos escuchados” (Numeral 2737).

 

Frutos de la oración: Caridad / Bondad / Modestia / Paciencia / Mansedumbre / Longanimidad / Sabiduría / Consejo / Temor de Dios

“Orad constantemente” (1 Ts 5,17), “dando gracias continuamente y por todo a Dios Padre, en nombre de Nuestro Señor Jesucristo” (Ef 5,20) (Numeral 2742).

 

Frutos de la oración: Fe / Consejo / Perseverancia en la oración/ Temor de Dios / Entendimiento Paz de Cristo / Alegría del Señor / Paciencia / Mansedumbre, etc.

Existe, por otra parte, la oración en comunidad. Y nos referimos a la que se puede llevar a cabo con la unión comunitaria de varios fieles católicos. También se obtienen frutos de la misma porque cuando nos reunimos para orar damos cauce libre al llamado sacerdocio común y ponemos en práctica la oración del cuerpo místico de Cristo:

1.-Darnos cuenta de que formamos parte de una comunidad que ora.

2.-Manifestamos públicamente nuestra fe.

3.-Nos hace más humanos, más católicos.

4.-Nos procura una vida no egoísta o cerrada.

5.-Mantenemos viva la vida de nuestra comunidad parroquial.

6.-Procura en nosotros una vida en conversión permanente o confesión de fe.

7.-Procura, en nosotros, un espíritu de servicio.

8.-Se refuerza en nosotros la caridad.

9.-Se refuerza en nosotros la humildad (al estilo de la oración del publicano en el Templo).

10.-Hace que nos abramos al Espíritu Santo.

11.-Nos ayuda a manifestar el amor por nuestros hermanos.

12.-Nos ayuda a manifestar la unidad de vida (hacemos lo que creemos según nuestra fe católica).

Podemos  ver, por tanto, que los frutos de la oración son muy abundantes. Ciertamente, muchos de los mismos se repiten pues son muchos los aspectos que, relacionados con el hecho de orar, son contemplados en las Sagradas Escrituras. No podemos negar, por tanto, que la oración sea poco fructífera sino que, al contrario, hace rebosar nuestro corazón de lo bueno y mejor que puede tener un hijo de Dios y un discípulo de Cristo.  

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

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Por la libertad de Asia Bibi. 

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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Orar no es sólo, importante sino muy conveniente.

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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