Serie José María Iraburu - 14 - Causas de la escasez de vocaciones

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La escasez de vocaciones es un fenómeno
eclesial muy grave y negativo.
Y no podrá enfrentarse si no se conocen
suficientemente sus causas

Causas de la escasez de vocaciones (C.-e.v.)
Introducción

José María Iraburu

Es evidente y cierto que las vocaciones, bien sea a la vida religiosa en cuanto pertenencia a un instituto religioso, bien sea al sacerdocio, escasean. No es ningún secreto que eso es lo que pasa.

Causa escasez vocaciones

Pero las cosas tienen, han de tener, un por qué, una razón. Al fin y al cabo, existen unas causas más que puestas sobre la mesa por el P. Iraburu de las que vamos a tratar. Negar, por otra parte, que existen tales causas es no reconocer la realidad de las cosas.

Para empezar

Podría parecer otra cosa pero, en realidad, resulta que son las naciones ricas en las que las vocaciones han disminuido. Así, “la Iglesia Católica va disminuyendo mucho en los países ricos, de antigua filiación cristiana, al mismo tiempo que crece notablemente en los países pobres, que fueron evangelizados por aquéllos” (1).

Parece, pues, que existe una relación entre riqueza y descristianización (2). Por eso no hay que perder de vista que “La escasez de vocaciones es un fenómeno eclesial muy grave y negativo. Y no podrá enfrentarse adecuadamente si no se conocen suficientemente sus causas.” (3).

Por lo tanto, no habría más que tratar de descubrir, conocer y corregir las causas que han acabado por hacer que las vocaciones a la vida religiosa y sacerdotal hayan disminuido. Pero no parece que sea de interés hacer tal cosa porque “Sin embargo, de hecho, la búsqueda de las causas de la escasez de vocaciones es un tema tabú. Son muchos los que parecen decididos a eludirlo, como si pensaran: ‘Bastante preocupados estamos con la escasez misma de las vocaciones, y con sus graves consecuencias pastorales, como para que además hubiéramos de ponernos ahora a investigar sus causas. Ya no nos faltaba más que eso’” (4).

En realidad, aquí hay, claro, causas pero también hay, digamos, culpables de que tal realidad espiritual y material haya devenido algo tan palpable. Pero como, en verdad, lo que importa es buscar las causas, el P. Iraburu entiende que no hay que buscar a los culpables porque, al fin y al cabo, “Las Iglesias necesitan urgentemente conocer y reconocer las causas de la ausencia de vocaciones apostólicas, para poner a ese grave mal los remedios necesarios” (5).

Encuentra, José María Iraburu, en la heterodoxia y en la heteropraxis lo que llama “causas principales” (6) de la escasez de vocaciones porque pues es bien cierto que el proceso de tener, de la fe, un concepto, digamos, “muelle” y, por tanto, de practicar la misma de una forma imaginativa ha de tener, como consecuencia, la comisión de errores o, mejor, que basándose en ellos, el espíritu necesario que fundamenta la atracción hacia la vocación, en general, religiosa, se vea defraudado.

Si a esto, además, añadimos unas “respuestas eclesiales insuficientes” a la heterodoxia y la heteropraxis, el panorama es que, por desgracia, podemos ver y apreciar.

Fe y doctrina

Hemos dicho arriba que una causa colaboradora con la escasez de vocaciones es, ha de ser, el silenciamiento de las mismas causas de que tan realidad sea la que es. En efecto, “Un silencio largamente persistente sobre una verdad católica equivale muchas veces a una negación.” (7).

A este respecto, Benedicto XVI, cuando era, digamos, el cardenal Ratzinger hizo ver, en su “Informe sobre la Fe” que “Después del Concilio se produce una situación teológica nueva: se forma la opinión de que la tradición teológica existente hasta entonces no resulta ya aceptable, y que, por tanto, es necesario buscar, a partir de la Escritura y de los signos de los tiempos, orientaciones teológicas y espirituales totalmente nuevas… La crítica de la tradición por parte de la exégesis moderna, especialmente de Rudolf Bultmann y de su escuela, se convierte en una instancia teológica inconmovible (196).
De las premisas anteriores se sigue, pues, un «confuso período en el que todo tipo de desviación herética parece agolparse a la puertas de la auténtica fe católica» (114). Por eso, la descripción de todos y cada uno de los errores ampliamente difundidos en el pueblo cristiano resulta aquí una tarea imposible, por supuesto. En todo caso, señala el Cardenal, entre otros errores, el optimismo rousseauniano o teilhardiano en la visión del hombre, que quita todo sentido al dogma del pecado original (87-89, 160-161), el arrianismo actual en cristología, que acentúa la humanidad de Jesús, silenciando su divinidad o no afirmándola suficientemente (85), el «colapso» de la teología sobre la Virgen María (113), la errónea visión del misterio de la Iglesia (53-54, 60-61), la negación del demonio (149-158), la deformación de la redención, del misterio de la salvación, cuyo significado viene a reducirse a ‘caminar simplemente hacia el porvenir como necesaria evolución hacia lo mejor» (89), etc.’” (8).

Por lo tanto, no se puede decir que alguien con la autoridad del cardenal Ratzinger no haya avisado de lo que estaba pasando y que, por desgracia, aún pasa.

Y todo esto, a lo que habría que añadir el grave proceso de secularización de “la vida laical, de las obras de caridad, de la acción pastoral y misiones, la secularización de la liturgia, la secularización, en fin, de los fines y medios propios de la Iglesia de Cristo” (9), forzosamente, ha tenido efectos tanto en catequesis, en las misiones y, claro, en las vocaciones pues no se debería esperar que desviarse, tanto, de la doctrina ortodoxa católica no tuviera consecuencias en tal aspecto.

Y todo esto concluye con el efecto no deseado pero, según lo dicho, esperable: “cuando las herejías se agolpan, acaban con las vocaciones” (10) porque la doctrina, aquí la católica, no es algo baladí ni que no tenga importancia sino, siempre, la piedra angular sobre el que desarrolla una fe.

Espiritualidad y disciplina

Según lo visto hasta ahora, la escasez de vocaciones a la vida, en general, religiosa tienen causas bien determinadas y detectadas por quien quiera hacer tal labor.

En realidad, todo, también este penoso tema, tiene que venir de algo y en algo tiene que tener su causa.

Dice el P. Iraburu que “La verdad moral procede de la verdad dogmática (operari sequitur esse); y, del mismo modo, los errores de la teología moral proceden necesariamente de los errores en la teología dogmática” (11)

Y vuelve, con bastante razón, a valerse de lo dicho, en el libro citado arriba del cardenal Ratzinger. En su “Informe sobre la fe” abunda, el cardenal, en más causas de la escasez de vocaciones cuando dice que “muchos moralistas occidentales, con la intención de ser todavía creíbles, se creen en la obligación de tener que escoger entre la disconformidad con la sociedad y la disconformidad con la Iglesia… Pero este divorcio creciente entre Magisterio y nuevas teologías morales provoca lastimosas consecuencias”(94-95), por ejemplo, en cuanto se refiere a la moral de la sexualidad: masturbación, relaciones prematrimoniales, anticoncepción, pastoral de divorciados, de homosexuales, etc. (95-96).

Así, se producen desviaciones, como se ha dicho arriba, “teológicas y prácticas” (12) que acaban teniendo terribles consecuencias en las vocaciones, en general, religiosas.

Pone ejemplos de lo planteado. Tanto a nivel de respeto del “precepto dominical” (13) por mantenerse, muchos fieles, alejados de la Eucaristía; el “sacramento de la penitencia” (14) donde, en muchas iglesias ha, casi, desaparecido la posibilidad de confesarse. Por eso, “Así aquellas Iglesias en las que el sacramento de la penitencia ha sido prácticamente eliminado -mediante absoluciones generales ilícitas o determinadas ficciones- dan lugar a tales deformaciones de conciencia y a tales falsificaciones de la figura del sacerdote católico, que se condenan a sí mismas a no tener vocaciones.” (15); la castidad y el celibato como temas a partir de los cuales se ha producido una relajación de la primera y un claro intento de que el segundo sea obviado con relación, al menos, al sacerdocio, han de afectar, como causa, en la escasez de vocaciones. Y esto no sólo por lo que en sí mismo son tales temas sino que, por ejemplo, “apenas se da predicación y catequesis sobre la castidad, esa forma preciosa de la caridad y del respeto al prójimo -y a uno mismo-, ese espíritu de fortaleza, dominio y libertad.”(16) Además, al respecto del celibato, “en las Iglesias sin vocaciones, en las que apenas se predica la castidad, menos aún se hace el elogio de la virginidad. Y si alguna vez se habla de ella, no se afirma tanto su valor en función de Cristo Esposo, sino en función solamente de una mayor capacidad para servir al prójimo en caridad -argumento muy débil: como si un taxista casado, por serlo, rindiese menos en su trabajo que otro soltero-. No va por ahí el sentido principal del celibato sacerdotal, no.” (17).

Y no podemos olvidar la obediencia o, mejor, la falta de ella.
Sostiene el P. Iraburu que, lógicamente, la obediencia a la voluntad de Dios es “suprema felicidad del hombre” (18). Por eso, cuando “la soberbia propia de los países ricos descristianizados de Occidente ignora en gran medida la espiritualidad de la obediencia, tanto en sus formas generales, como más aún en el camino de la vida religiosa. Y esto sucede, como siempre, porque no se vive y predica suficientemente el Evangelio de la obediencia, y porque incluso se enseñan doctrinas contrarias a él.” (19).

Hay algo que es mucho peor

Cualquiera pensaría que con lo aquí traído es más que suficiente como para sabe cuáles son las causas de la falta de vocaciones. Pero aún hay algo que es peor, y más grave, que lo dicho.

Dice el P. Iraburu que “No puede haber vocaciones si no hay una presentación suficiente de Cristo mismo, y si no se estimula lo bastante una relación íntima y amistosa con Él por la oración y la frecuencia de los sacramentos” (20). De aquí que “las vocaciones apostólicas florecen únicamente en aquellas familias cristianas, parroquias o movimientos, que centran todo el cristianismo en la persona de Cristo, en su amor, en la vinculación íntima de los hombres con Él. Partiendo de esta unión personal con Cristo, suscitan todos los demás valores de la vocación: la difusión del Evangelio, la liturgia, la causa de la justicia, la promoción de los pobres, la salvación de hombres y pueblos, etc. Ese amor personal a Jesucristo es lo único que, cuando Él llama, puede dar fuerzas para decirle que sí, dejarlo todo y seguirle” (21)

Caminos de perfección

Es bien cierto que la mundanización o, mejor, la tendencia a hacerse mundanos de parte de los cristianos, aquí católicos. Así, la descristianización de los pueblos cristianos ricos de Occidente se ha producido sobre todo por una mundanización general de pensamientos y de costumbres. Y así la muchedumbre de los cristianos mundanizados, hoy, en concreto, no solamente no mira con horror la Bestia moderna ateizante, cuyas cabezas visibles están siempre adornadas de ‘títulos blasfemos’ (Ap 13,1), sino que ‘sigue maravillada a la Bestia’” (13,3)” (22).

Es evidente que la existencia de personas que quieran entregar su vida optando por una vocación tan especial como lo es la dedicación a la vida religiosa, se ha de resentir cuando el “espíritu” del cristiano es el que arriba se ha dejado dicho.

Podemos decir, entonces, que la secularización (ya arriba mencionada en Fe y doctrina) trae muy graves consecuencias si nos queremos referir a las causas de la escasez de vocaciones. Esto lo demuestra el P. Iraburu con lo siguiente:

“Habrá que decir que la escasez de vocaciones debe atribuirse en buena parte a dos causas:

1ª.-Apenas hay cristianos que quieran renunciar al mundo para seguir a Jesucristo, o bien porque están apegados al mundo, como el joven rico (Mt 19,22), o bien porque les han hecho creer que tal renuncia no trae especiales ventajas para la vida espiritual y el apostolado.

2º.-Los seminarios y noviciados de ambiente mundano defraudan gravemente a aquellos cristianos que quieren dejar el mundo, para seguir a Cristo, al servicio de los hermanos. Y en ocasiones, esos Centros formativos ejercen sobre esas personas presiones difícilmente soportables.

Es un dato de experiencia que las verdaderas vocaciones al sacerdocio o a la vida religiosa se ven continuamente hostilizadas en los seminarios o noviciados de ambiente secularizado, y que en ocasiones, incluso, acaban con ellas o las malean. Por lo demás, es fácil comprobar que son estos Centros los que menos vocaciones atraen. Y al contrario, los Centros formativos que más vocaciones atraen son aquéllos cuya vida es notablemente distinta a la del mundo secular y claramente mejor, más evangélica.” (23)

Pastoral vocacional

Si existe escasez de vocaciones y también existen causas que determinan las mismas, no podemos dejar de lado que, a lo mejor, muchas de las mismas se centran en una pastoral vocacional que, es posible, no sea la más adecuada.

Esto que dice el P. Iraburu es muy grave:

Hay centros religiosos o diocesanos que, antes que aceptar las orientaciones de la Iglesia, prefieren quedarse sin vocaciones. No pueden menos de saber que, en circunstancias sociales y culturales análogas, otros centros religiosos o diocesanos, que se identifican con la doctrina y la disciplina de la Iglesia, tienen vocaciones, y a veces muchas. Pero, por supuesto, no por este dato de experiencia abandonan aquéllos su obstinación suicida. Ellos viven fuera de la realidad eclesial; tienen bastante con sus ideas” (24). Y esto porque “las Iglesias locales sin fuerza para suscitar vocaciones, tampoco la tienen para dar buena formación doctrinal y espiritual a las que en ellas nacen, por milagro de Dios. Y así se forma un círculo vicioso. A veces, en esas situaciones, faltan vocaciones allí donde faltan buenos seminarios y noviciados” (25).

La Pastoral vocacional es, en este particular tema, totalmente necesaria y ha de coadyuvar a que las vocaciones fluyan en abundancia a los centros preparados a tal efecto. Pero, en determinadas ocasiones “Causa perplejidad la obstinación de algunas Iglesias o familias religiosas en ciertas desviaciones doctrinales o prácticas, por cuya causa principal se están extinguiendo por falta de vocaciones. Es como si hubieran perdido el instinto de conservación. Se muestran incapaces de someter a un sereno discernimiento las doctrinas teológicas y espirituales que les han conducido a la situación terminal en que se encuentran” (26).

¿Qué hacer, entonces?

José María Iraburu presenta, para su conocimiento y posibles efectos, algunas ideas como para que se pueda suscitar vocaciones. Dice que hay que trabajar “con profundidad” (27), “con toda esperanza” (28), “con mucha y humilde oración” (29). Tales modos son la única forma de que se invierta la tendencia a que las vocaciones a la, en general, vida religiosa, sigan disminuyendo.

Al fin y al cabo, “Empleando modos bíblicos de pensamiento y expresión, podría decirse: el Señor está muy enojado con las Iglesias locales en las que se producen, en modos relativamente estables, desviaciones heréticas y sacrilegios; y no suscitará en ellas vocaciones mientras no reconozcan sus pecados y se conviertan de ellos. Y muy especialmente está ofendido por los pecados contra la fe cometidos, en formas habituales, por no pocos de los pastores. ‘Sus sacerdotes han violado mi Ley, y han profanado mis cosas sagradas’ (Ez 22,26)” (30).

Y esto porque, ciertamente, las causas de las causas de la escasez de vocaciones está, ya, inscritas en las Sagradas Escrituras porque Dios, que conoce muy bien a su semejanza, se las ido transmitiendo a lo largo de los siglos. Por eso mismo, es Cristo del Apocalipsis el que llama a la “conversión en las Iglesias” (31) cuando dice, a la Laodicea, que “Puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca. Tú dices: ‘Me he enriquecido, nada me falta’. Y no te das cuenta de que eres un desgraciado, digno de compasión, pobre, ciego y desnudo… Sé ferviente y arrepiéntete. Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo (3,14-22)” (32).

Y quien tenga corazón para entender, que entienda.

NOTAS
(1) Causas de la escasez de vocaciones (C.-e.v). 1, p. 3.
(2) Ídem nota anterior.
(3) C.-e.v. 1, p. 5.
(4) Ídem nota anterior.
(5) C.-e.v. 1, p. 6.
(6) Ídem nota anterior.
(7) C.-e.v. 2, p. 11.
(8) C.-e.v. 2, p. 12.
(9) C.-e.v. 2, p. 18.
(10) C.-e.v. 2, p. 22.
(11) C.-e.v. 3 p. 26.
(12) Ídem nota anterior.
(13) Ídem nota 11.
(14) C.-e.v. 3 p. 27.
(15) C.-e.v. 3 p. 28.
(16) Ídem nota anterior.
(17) C.-e.v. 3 p. 30.
(18) Ídem nota anterior.
(19) C.-e.v. 3 p. 30-31.
(20) C.-e.v. 3 p. 31.
(21) C.-e.v. 3 p. 31-32.
(22) C.-e.v. 4 p.32.
(23) C.-e.v. 4 p.38.
(24) C.-e.v. 5 p.39.
(25) Ídem nota anterior.
(26) C.-e.v. 5 p.40.
(27) C.-e.v. 5 p.44.
(28) Ídem nota anterior.
(29) C.-e.v. 5 p.45.
(30) C.-e.v. 5 p.48.
(31) C.-e.v. 5 p.49.
(32) Ídem nota anterior.

Eleuterio Fernández Guzmán

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Para el Evangelio de cada día.
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2 comentarios

  
Diego
Pues a mí me interesaría ser sacerdote. Noto como si Dios me llamara a santificar las almas de mis hermanos.
¿Cuáles son los requisitos y qué hay que hacer exactamente para ingresar en el sacerdocio? Tengo 24 años.


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EFG


En tal caso, lo mismo que ha escrito aquí se lo debería decir a un sacerdote. Seguramente, le encaminará, a la perfección, al lugar adecuado de su diócesis.
02/07/11 2:55 AM
  
rastri
Aquí se plantean las vocaciones como si esto fuera un asunto de hombres que por si mismos, ellos, pudieran corregir o solucionar. Y no se da cuenta, quien así da a entender, que aquí hay mucho de lo que Dios tolera como prueba de fidelidad. Y otro tanto de poder satánico para confundir y escandalizar a los elegidos que como está escrito serán los menos.

El miedo a la muerte, la penuria social más setenta años de paz avalada por el milagroso poder de la Ciencia, hacen que la visión de un Mundo futuro y un Dios salvador prometedor tenga poco interés para los hombres que en el dominio y pecado de la genética, cada vez más, se creen dioses dueños de sus destinos.

-Por lo mismo la Iglesia sorda a estos signos de los tiempos y así, valga decir por miedo a este mundo y sus interes, menospreciando el Espíritu del Apocalipsis, deja que el humo del infierno siga saliendo y así sordamente con mayor poder siga escandalizando.

-Pero al final todo llega. Y aquí quién que invoque ¡Señor, Señor! porque lo siente verdaderamente; O quién lo diga más por la diaria turina de un oficio que no por el compromiso de una vocación espiritual.
02/07/11 8:18 AM

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