Entre la luz y la tiniebla - El pan nuestro de cada día

El espacio espiritual que existe entre lo que se ve y lo que no se ve, entre la luz que ilumina nuestro paso y aquello que es oscuro y no nos deja ver el fin del camino, existe un espacio que ora nos conduce a la luz ora a la tiniebla. Según, entonces, manifestemos nuestra querencia a la fe o al mundo, tal espacio se ensanchará hacia uno u otro lado de nuestro ordinario devenir. Por eso en tal espacio, entre la luz y la tiniebla, podemos ser de Dios o del mundo.

El pan nuestro de cada día

Vosotros, pues, orad así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu Voluntad así en la tierra como en el cielo. Nuestro pan cotidiano dánosle hoy; y perdónanos nuestras ofensas, así como nosotros hemos perdonado a nuestros ofensores; y no nos dejes caer en tentación, mas líbranos del mal” (Mt 6, 9-13).

Los discípulos le pidieron al Maestro que les enseñara a orar porque comprendían que su forma de hacerlo distaba mucho de la que gozaba Jesús. Siempre se entregaba a la oración de forma intensa y reconocían, en ella, un verdadero contacto con Dios.

Y les dijo, entre otras cosas, que pidieran el pan. De cada día el pan que necesitaban les enseñó a pedir, a través de Él mismo, intercesor directo entre Dios, su Padre, y los que tal voluntad expresaban.

El caso es que el “pan” que pedimos es uno que lo es comprensivo de muchos “panes” que necesitamos a diario. Siendo que, así, cada día el pedirlo nos facilita el encuentro con nuestro Creador al que nos dirigimos para que, en efecto, cada día nos lo dé.

A lo mejor en una interpretación en exceso espiritual tendemos a creer que sólo pedimos a Dios bienes, digamos, de tal especie. Sin embargo, el mismo Jesús facilitó, con su vida y ejemplo, la comprensión de que también tenemos que incluir en nuestra petición los bienes puramente materiales porque aunque no sólo de pan viva el hombre (Mt 4, 4), también vive de pan. Por eso, por ejemplo, convirtió el agua en vino en Caná (Jn 2, 1-12) o tuvo que alimentar a muchos miles de seguidores suyos (Jn 6, 1-13) e, incluso, dijo que dieran de comer a la niña que había muerto pero él tenía por simplemente dormida y que era hija de Jairo (Lc 8, 41-55) porque el alma, sin el cuerpo, no se entiende.

Pero eso no nos ha de hacer olvidar que al pedir el “pan de cada día” lo hacemos, o debemos hacer, reconociendo en Jesucristo el mismo alimento para el alma que pedimos. No obstante el Hijo de Dios dijo ”Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Este es el pan que baja del cielo para que si alguien come de él no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo. Si alguno come de este pan vivirá eternamente; y el pan que Yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 48-52)

Y tal pan de la vida, el verdadero pan que alimenta para toda la eternidad lleva aparejada la fe, la esperanza, el amor y la alegría de reconocerse hijos de Dios. Tal es pan que debemos pedir, el que no se corrompe con las corrupciones del mundo y dura, en nuestro corazón, para siempre.

Por otra parte, nuestra petición de pan para cada día ha de llevar implícito el gozoso descubrir en la Sagrada Escritura lo que supone para nosotros la Palabra de Dios. Pan de Palabra que sacia nuestras ansias de eternidad porque las sílabas de Dios contenidas en aquella acrecientan nuestra vida sobrenatural y fortalecen nuestro espíritu en nuestro ordinario vivir y sin la cual decir que somos hijos de Dios supone un abandono de lo que nos corresponde como tales pues unos hijos que no conocen, por voluntad propia, la voz de su padre, se alejan de él y, al fin y al cabo, lo olvidan.

Y todo esto porque bien sabemos que nuestra fe se ha de alimentar de Quien, en verdad, es la vida eterna y el alimento que no perece. Lo dijo el Emmanuel (Jn 6, 35, “Yo soy el pan de vida. El que venga a mí no tendrá hambre”) cuando, ante lo que querían aquellos que lo escuchaban y que no era más que más signos de su poder, quiso que comprendiesen.

Ante eso, Jesucristo les impele a pedir el verdadero pan (Jn 6, 27 “Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello”) Ellos, por su parte, se ven obligados, en vista de que no acababan de comprender qué tipo de pan era aquel al que se refería el Maestro con lo recogido arriba y que es expresión de a Quién debemos dirigirnos para pedir pan porque Él es el el verdadero pan del cielo” (Jn 6, 32) que Dios nos da a través de tal petición que hacemos en la oración que Jesús nos enseñó, a aceptar tal alimento como el que lo es para la vida.

Y tal pan es, para nosotros, además, fruto de la salvación eterna ganada, al Amor del Padre, por Jesucristo.

Eleuterio Fernández Guzmán

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Para el Evangelio de cada día.
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2 comentarios

  
JSC
Gracias Eleuterio por traernos hoy estas Palabras que son Pan. ¡Cuántas veces no las habremos escuchado en la lectura dominical o en alguna predicación o meditación ...! En cambio, la profundidad y el misterio que encierran darían para mil vidas -y más-.
El cómo todo un Dios, el Único: JESUCRISTO, que es la PALABRA, decide hacerse HOMBRE, para hacerse Cuerpo y Espíritu comestibles y digeribles para vivificarnos para la eternidad ... es maravilloso y tan admirable ... ¿Acaso existía otro modo para recuperar la condición de Hijos de Dios, siendo nosotros simples hijos de hombres ...?
Jesús, al hacerse hombre, el Hijo del Hombre, se descubre ante nosotros como uno de nosotros, el mayor y el más servicial. Y sin tener necesidad de beber vino, lo bebe con nosotros y se empapa de nuestra naturaleza caída para mostrar cuán grande es Su misericordia. Y lo hace con un amor inmenso, como el abrazo de un padre a su hijo perdido y todavía sucio de inmundicia. Si, Él, Cristo, con su vestido blanco enjuga nuestras lágrimas y enjuaga nuestra mugre. El nos abre de nuevo el ojo sobrenatural cerrado por la desgracia ancestral. Y todo es así de real y verdadero: nosotros limpios y Él sucio, dolorido, desangrado y abandonado. ¡Vaya dios, pensaron los judíos ...! Y así pensamos también la mayoría de nosotros ... todos más o menos arrianos. TODOS, ¡Vaya que sí!
Y pocos, bueno, casi nadie entiende la vulnerabilidad del cuerpo Sagrado de Jesús, que es un hecho. Si no hubiera nacido vulnerable y sensible al dolor corporal y espiritual ¡cómo iba a derramar Su Preciosa Sangre o sudarla de sufrimiento! Y lo más importante: ¡cómo iba a morir -y vaya muerte- para resucitar luego ...! ¡y cómo se haría pan para nosotros! ...
El nació para esto, porque así lo quiso Él desde el Principio. Incluso si no hubieran pecado nuestros primeros padres igualmente se hubiera encarnado para acompañarnos del Paraíso Terrenal al Celestial, junto al Padre, pero sin morir nadie. Si, si, así hubiera sido.
Pero como Jesús es nuestro Padre, igualmente salió a nuestro encuentro al rescate, en el tiempo material corruptible, en medio de este mundo inmundo, principado de Satanás. Y dio Su juventud y su vida plena para abrir de nuevo el camino de regreso al Paraíso. Si, nuestro Jesús, el Testigo Fiel.
Ahora Jesús nos espera en cada misa, que es el banquete de la Nueva Alianza. Acudamos prestos con nuestras mejores vestiduras. El Señor de la Vida, y Vida Eterna, nos ha invitado a comer de Él, hoy, como hace 2.000 años.
(¿seguimos sin comprender?)
¡QUIÉN COMO DIOS!
03/03/11 9:09 AM
  
Juan Stuse
¿Que se puede añadir al estupendo artículo y al no menos estupendo comentario de JSC? No se puede añadir nada. Sólo agradecer esta serie oportunísima y providencial de artículos y de comentarios. Mil gracias a los dos.
03/03/11 9:49 AM

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