Juan Pablo II Magno - Fe

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Las tres virtudes Teologales (Fe, Esperanza y Caridad) juegan, por así decirlo, un papel muy importante en la vida de Juan Pablo II Magno. No obstante son el eje a través del cual se rige la vida del cristiano.

¿Qué es la fe?

A tal pregunta responde el Papa diciendo que “La fe, en su esencia más profunda, es la apertura del corazón humano ante el don; ante la autocomunicación de Dios por el Espíritu Santo “(Encíclica Dominum et vivificantem 51)

Por tanto, es una forma, un instrumento, de relación con el Creador pues, a través de ella y, partiendo de ella, no permanecemos aislados en el mundo por el que peregrinamos. Si Jesús, al decir a Tomas, aquello de “Feliz el que cree sin haber visto” (Jn 20:29) definió, a la perfección, lo que es la fe, bien podemos decir que la misma no deja de ser, para nosotros, el sutil hilo que nos acerca y nos une a Dios.

Además, “La fe es una decisión que afecta a toda la existencia; es encuentro, diálogo, comunión de amor y de vida del creyente con Jesucristo, Camino, Verdad y Vida (Jn 14:6) Implica un acto de confianza y abandono en Cristo, y nos ayuda a vivir como Él vivió (Gal 2:20), o sea, en el mayor amor a Dios y a los hermanos” (Encíclica Veritatis splendor 88)

De tal forma la fe nos incardina a Cristo que establecemos con el Hijo de Dios una relación a 3 niveles:

1.-Diálogo con Cristo
2.-Confianza y abandono en Cristo
3.-Nos ayuda a vivir como Cristo

De todo esto se deduce (Encíclica Redemptoris missio 11) claramente, que “Con pleno respeto a todas las creencias y sensibilidades, ante todo debemos afirmar con sencillez nuestra fe en Cristo, único salvador del hombre; fe recibida como un don que proviene de lo Alto, sin mérito por nuestra parte. Decimos con san Pablo: ‘No me avergüenzo del Evangelio, que es una fuerza de Dios para la salvación de todo el que cree’ (Rom 1:16) Los mártires cristianos de todas las épocas –también de la nuestra- han dado y siguen dando la vida por testimoniar ante los hombres esta fe, convencidos de que cada hombre tiene necesidad de Jesucristo, que ha vencido el pecado y la muerte, y ha reconciliado a los hombres con Dioschas veces, seguramente demasiadas, se ha tratado de separar la fe y la razón para hacer de menos a la primera y de más a la segunda. Al parecer, quien aplica criterios, digamos, de razón, a su vida, no puede hacerlo desde la fe porque ciertas corrientes iluministas prefieren entender y creer que tal posibilidad no es factible.

Sobre esto, Juan Pablo II Magno, que tenía un sentido exacto de tal relación, dejó escrito, en el Preámbulo de su Carta Encíclica Fides et Ratio (FR), que “La fe y la razón (fides et ratio) son como las dos alas con las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad. Dios ha puesto en el corazón del hombre el deseo de conocer la verdad y, en definitiva, de conocerle a Él para que, conociéndolo y amándolo, pueda alcanzar la plena verdad sobre sí mismo”.

Dice que conocer a Dios es, nada más y nada menos, que conocer la verdad sobre nosotros mismos. Y en tal conocimiento, la fe y la razón no pueden estar, o permanecer, separadas como si se tratara de dos departamentos estancos. Muy al contrario, una sin la otra no se entiende.

Por otra parte, como la relación entre fe y razón es armoniosa, “La fe no teme a la razón, sino que la busca y confía en ella. Como la gracia supone la naturaleza y la perfecciona, así la fe supone y perfecciona la razón. Esta última, iluminada por la fe, es liberada de la fragilidad y de los límites que derivan de la desobediencia del pecado y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al conocimiento del misterio de Dios Uno y Trino”(FR 43)

Ya sabemos, por tanto, que fe y razón se necesitan para su misma existencia. Sin embargo, a lo largo de los últimos 300 años, más o menos, se ha hecho lo posible para que tan necesidad fuese obviada, preterida, anulada como posibilidad.

Ante esto, Juan Pablo II Magno, dice que “La razón privada de la aportación de la Revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen el peligro de hacerle perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo el riesgo de dejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad; al contrario, cae en el grave peligro de ser reducida a mito o superstición” (FR 48)

Y es que, a la hora de la verdad, fe y razón no son, sino, las dos caras de la misma moneda espiritual y si falta alguna de ellas, el valor en Amor y entrega se disminuye, se ningunea y, al fin y al cabo, se hace nada.

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