Serie tradición y conservadurismo – Leyes intrínsecamente perversas anti tradición

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 Nos hacemos conservadores a medida que envejecemos, eso es cierto. Pero no nos volvemos conservadores porque hayamos descubierto tantas cosas nuevas que  eran espurias. Nos volvemos conservadores porque hemos descubierto tantas cosas viejas que eran genuinas.

G.K. Chesterton

A lo largo de los siglos el ser humano ha venido desarrollando una labor tendente a regular la convivencia entre iguales. Así, mientras que en las sociedades más primitivas el orden establecido se limitaba, sencillamente, al ejercicio del poder por quien lo ostentaba sustentándose el mismo más en la fuerza que en la misma razón, con el paso de los siglos la civilización se ha ido civilizando. Incluso, podemos recordar, que en los tiempos del Paraíso en los que Adán y Eva caminaban desnudos antes de querer ser como Dios, existía una norma de aplicación general que era la Voluntad de Todopoderoso expresada en una ley, la Ley del Reino de Dios, donde había cosas que se podían hacer y otra, por ejemplo y que conocemos más que bien, que estaba prohibida. Por tanto, no podemos decir que la cosa venga de muy recientes tiempos sino, al contrario, del mismo Principio…

De todas formas, históricamente, se puede decir algo al respecto de la necesidad de normas que colaboren en evadir el estado de salvajismo que impera cuando no las hay. Así, por ejemplo, tenemos entendido que con la Ley de las XII Tablas (mediados del siglo V a. C.) se limitó el especial caso de la venganza privada y se impuso el tan conocido “Ojo por ojo, diente por diente” (Ley del Talión) que, aunque pueda ser considerado como una exageración era, más que nada, un hacer que viniese a menos la toma de la justicia “por su mano” en exceso a aquello que se hubiera soportado como delictivo y, en fin, era algo que, en sí mismo, mejoraba el desfase entre lo que se recibía en contra y lo que era la respuesta que se daba a tal soportar el delito en cuerpo o hacienda propias.

La sociedad había alcanzado, con aquel simple cambio, un modo de ser que podríamos considerar correcto aunque, claro, muy lejos de lo que hoy día se considera “civilizado”.

De todas formas, no siempre el ser humano ha actuado, en materia legislativa o, en general, normativa, como se diría religiosamente, “como Dios manda” (porque sí, Dios manda hacer las cosas de determinada forma) porque, primero, no ha tenido la más mínima intención de aplicar tan general y benéfico principio y, luego, se ha dejado llevar por una ideología que tiene mucho de perversa por lo que ahora veremos.

Es cierto que se suele decir que siempre, en materia de tradición judeocristiana, se suele poner el mismo ejemplo y es que es uno que lo es paradigma de muchas cosas, de muchos comportamientos errados y de todo lo que no se debe hacer. Y nos referimos al aborto no sin saber que en otro tipo de realidades podríamos decir exactamente lo mismo.

Esto lo decimos porque el ser humano, cierto ser humano, ha conseguido lo que era casi imposible: volver a aquella etapa en la que matar al hijo era un derecho del padre aunque, ahora, llevado por el feminismo radical, lo es de la madre y, además, considerado un “avance” de la humanidad lo cual indica perfectamente hacia dónde va una humanidad así.

Esto es, decimos, un ejemplo solo o un solo ejemplo pero, en realidad, es la mejor muestra de esto que llamamos leyes intrínsecamente perversas que zahieren y atacan, directamente, la visión de las cosas que se tiene desde una que lo sea llamada tradicional en la tradición de nuestra cultura, claro está.

Y es que, al fin y al cabo, hay normas que son, como decimos, intrínsecamente perversas y tal evidencia tiene, por supuesto, consecuencias de cara al obligado cumplimiento de estas. Y, es más, tal perversión produce, social y religiosamente, una serie de males que son los que favorecen lo que con tales normas se debe hacer por parte de cualquier cristiano que no quiera estar a bien con el mundo o ser políticamente correcto.

¿Qué son, por tanto, las leyes intrínsecamente perversas?

Resumiendo lo que podría ser la teoría de tales normas podemos decir que las mismas son las que son inmorales y contrarias al orden natural que fue impuesto por Dios y, además, escrito en el corazón del hombre. Esto ya lo dice San Pablo cuando, al hablar de los gentiles (imaginemos, por tanto, lo que nos corresponde a nosotros como creyentes en Dios Único y Verdadero) dijo (Rm, 2, 14-15)

“En efecto, cuando los gentiles, que no tienen ley, cumplen naturalmente las prescripciones de la ley, sin tener ley, para sí mismos son ley; como quienes muestran tener la realidad de esa ley escrita en su corazón, atestiguándolo su conciencia, y los juicios contrapuestos de condenación o alabanza…”

“De condenación o alabanza”. Es decir, que según el Apóstol de los gentiles, podemos alabar o condenar aquello que se hace según la ley de Dios que tenemos inscrita en nuestros corazones. Y la misma, como ha de resultar evidente, no puede ir contra la santa Voluntad del Todopoderoso porque sería una contradicción absurda que no podemos admitir.

Así, pues, toda norma que es contraria a lo dicho supra podemos considerarla como perversa, en sí misma considerada.

Sabemos, por tanto, que hay leyes humanas a las que podemos tachar de ser intrínsecamente perversas. Entonces, podemos preguntarnos si eso tiene consecuencias para un creyente cristiano o, al contrario, ha de pasar por su corazón como si la cosa no fuera con él y poco le importara tan aberrante realidad.

Las tiene, sí, porque no puede ser considerada como buena una ley si, en su esencia y base, se manifiesta contraria a la voluntad de Dios y a su Ley que, como sabemos y tenemos por verdad cierta, es la única que debe regir una comunidad acorde con aquella. Entonces, en tal caso, no hay obligación de cumplirla.

Antes hemos hablado del aborto. Y es que, en realidad, es la situación ante la cual más evidentemente se puede plantar un cristiano y, siendo ley intrínsecamente perversa (¿Puede haber algo más perverso que matar a un ser humano indefenso y con toda la alevosía del mundo?) no tenerla en cuenta y plantear la correspondiente objeción de conciencia que, seguramente, no será escuchada ni por el poder político ni, siquiera y con tristeza decimos esto, por el propio mundo que tiene al aborto como algo, casi, natural y admitido como no denunciable.

De todas formas, aquí no vamos a hablar sólo de un tema que es, sí, más que grave, sino de todo aquello que pueda ser considerado intrínsecamente perverso y que, por tanto, no deba ser cumplido, como decimos arriba.

A este respecto, podemos decir que las leyes intrínsecamente perversas son contrarias al orden natural pero, también, al sobrenatural.

En cuanto a lo primero, no podemos dejar de decir que todo aquello que establece una forma de comportamiento que tiene por malo y peor lo natural de las realidades en las que vivimos (y por natural entendemos lo “original”, cómo vino al mundo y sucedió desde siempre) no puede ser aceptado por todo aquel que se dice hijo de Dios. Y es que del mismo San Pablo deducimos, a tenor de lo dicho arriba sobre el conocimiento, en el fondo, de la ley natural por parte de todo ser humano, que lo que hace distinguir el bien del mal no es algo que pueda ser adaptado a la ideología de cualquier tiempo sino que es algo básico y elemental que todos llevamos dentro del corazón y, por tanto, desde que ahí es puesto por Dios no puede haber norma humana que se pueda permitir cambiarlo. Y es que tal forma de distinguir la realidad tiene su base en la propia naturaleza de las cosas que es como es percibida por la razón.

En realidad, la ley natural, a tenor de lo dicho aquí, viene a ser, por así decirlo, la luz interior de la propia razón del hombre y por eso violentarla es algo tan grave.

Pero es que, en segundo lugar, todo esto no es que tenga que ver, como podemos apreciar a tenor de lo dicho por San Pablo en cuanto a lo sobrenatural de la impresión de la Ley de Dios en los corazones de los hombres, sólo con lo natural, sino que también se acaba violentando la sobrenaturalidad de las cosas cuando una ley viene a ser intrínsecamente perversa. Y si eso, que tiene todo que ver con el Todopoderoso que todo creó y mantiene, es así de grave, ya me dirán ustedes que obligación hay de cumplir tal tipo de leyes para quien se considera descendencia divina.

A lo mejor se entiende esto mejor si decimos que pueden ser consideradas leyes intrínsecamente perversas aquellas que sean dictadas contra

- La vida del ser humano,

- La familia llamada tradicional,

- La libertad del ser humano,

- El derecho a la educación de los hijos por parte de los padres y, por fin, 

- La dignidad de la persona en la manipulación genética.

Seguramente, cualquiera podría decir bastante más que esto pero, en general, creemos que se entiende perfectamente que las normas que se piensan, preparan, aprueba y aplican en sentido contrario a lo aquí apenas dicho han de ser fuertemente rechazadas por todo cristiano y, en cuanto sea posible, anuladas y sustituidas por otras que respeten, de verdad, la vida del ser humano, la familia llamada tradicional, etc.

En realidad, seguramente sea la labor más importante que queda para ser llevada a cabo por los que, aún, no hayan sido pervertidos y tergiversados por el mundo y vean normal lo que es claramente anormal y antinatural.

 

Artículo publicado en The Traditional Post. 

Eleuterio Fernández Guzmán

   

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

 

Panecillo de hoy:

 

Sólo lo bien hecho ha valido y vale la pena.

 

Para leer Fe y Obras.

 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna. 

1 comentario

  
Vivi
Me encantó este artículo. Muchas gracias.

EFG

No, gracias a usted por su amabilidad.
31/05/21 1:04 AM

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