Noviembre de Santos y Difuntos – Ser santos, hoy

Los Santos nos enseñan a orar por las Almas del Purgatorio – Misioneras de  la Divina Revelación

En realidad, es un anhelo que, suponemos, debemos buscar todos aquellos creyentes católicos; también es una meta a la que se llega por un camino no siempre fácil o, más bien, difícil, por según cómo somos.

Sin duda, nos referimos a la santidad que es el modo más directo, la forma más certera, la mejor expresión de fe, para alcanzar el definitivo Reino de Dios, llamado Cielo.

Podemos decir que, para esto, nada mejor que un santo al que se le ha llamado “de lo ordinario” como es San Josemaría que, como tal expresión indica, se dio cuenta (desde que fundara el Opus Dei) que la santidad está en la vida común de los creyentes y que, por tanto, ser santos es cosa, puede ser, cosa de muchos y no de unos pocos a los que, en efecto (como lo llegaría a ser él) se les reconoce tal estado espiritual.

Es cierto y verdad que podemos pensar que eso está muy bien y que es lo que debería ser pero, en realidad, muchos son los obstáculos que, a lo mejor, impiden que alcancemos la santidad como, al parecer, podríamos alcanzar si…

Ese “si”, en este caso, resulta de todo crucial porque supone que nosotros ponemos de nuestra parte lo que debemos poner de nuestra parte. Y entonces nos viene a la cabeza y al corazón aquella frase tan conocida de San Agustín que dice algo así como “Dios, que te creó sin ti, no te salvará sin ti”.

¡Vaya!, ahora resulta que no es de Dios sólo de quien depende que nosotros seamos santos sino que nos corresponde a nosotros mismos. Y entonces es cuando nos damos cuenta que la cosa no esta tan fácil (tenemos tantos apegos y tantas caídas nos procuramos…) y de que, a lo mejor, habría que plantear algún tipo de estrategia o algo así para que nuestra santidad pueda ser, eso, santidad y nos adorne el alma con los beneficios que podemos alcanzar en tal caso.

El caso es que nosotros lo tenemos claro. Ya se lo dijo Jesucristo al joven rico que quería seguirlo. Es decir, que si había cumplido los mandamientos y todo eso que le dijo al tan bien intencionado discípulo Suyo. Es decir, tenemos pistas más que suficientes como para sabe a qué debemos atenernos que es, en general, a Dios y a su santísima Voluntad.

Sin embargo, bien sabemos que la Voluntad de Dios, a veces, no concuerda con la nuestra cuando, seguramente, es la nuestra la que debe concordar con la Suya. Es decir, que no es el Creador quien tiene que adaptarse a nuestros comportamientos como si eso nos permitiera hacer lo que nos diera la gana y hacer de nuestra capa un sayo. No. Es, justamente, al revés: Dios es nuestro Padre, quiere algo bueno para nosotros y, entonces, nosotros nos aplicamos a que eso sea así.

Es evidente que no es así. Es decir, que no siempre queremos ni creemos nos conviene aplicarnos a la Voluntad de Dios porque, ¡vaya!, la misma tiene, creemos y sostenemos, muchas exigencias que sobrepasan en mucho, primero, nuestra propia voluntad y, por último, nuestra fe o, quizá, al revés. Y caemos en la cuenta de que, de todas formas, la santidad es algo muy elevado a lo que no podremos llegar nunca y nos conformamos con una existencia a ras de tierra sin mirar nunca hacia arriba y sin querer compartir con Dios y ser y un estar que puedan agradar a Quien nos ha creado y todo mantiene. Y la dejamos, la santidad, para aquellos que son perseverantes en tal empeño y que, con sus caídas y todo, saben a qué deben atenerse y, ¡Hay que ver!, se atienen muy a pesar de sus humanas tendencias.

Nosotros, en realidad, no queremos ser así tan, digamos, cumplidores con la Voluntad de Quien nos ha dado la vida a través de nuestros padres humanos. No. Nosotros queremos tener una fe “a medida”, pero a medida de nuestras mediocridades y simplezas mundanas. Y creemos que ser santo es cosa de otros y que con su pan se lo coman ellos y ellas (por ser justos y no modernos o cumplidores con lo políticamente correcto).

Y, con esto, queda retratado el que esto escribe y, seguramente, otros muchos creyentes pues en esto también vale eso de “que quien esté libre de pecado, tire la primera piedra”.

Amén, o sea, así es.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Un mes para orar porque nos conviene.

Para leer Fe y Obras. 

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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