Reseña: Colección Fe sencilla – Fe católica - “Fe y doctrina de un católico ordinario”

Fe y doctrina de un católico ordinario. Causas y razones de una fe, de la fe                      Fe y doctrina de un católico ordinario. Causas y razones de una fe, de la fe

Título: Fe y doctrina de un católico ordinario. Causas y razones de una fe, de la fe.

Autor: Eleuterio Fernández Guzmán

Editorial: Lulu

Páginas: 91

Precio aprox.: 4 € en papel – 1€ formato electrónico.

ISBN: 5800120541057 papel; 978-1-326-91607-7electrónico

Año edición: 2017

Los puedes adquirir en Lulu.

“Fe y doctrina de un católico ordinario. Causas y razones de una fe, de la fe”, de  Eleuterio Fernández Guzmán.

 

Continuamos con la publicación de textos dentro de la Colección Fe sencilla. El libro que hoy traemos aquí corresponde al apartado de título Fe católica. 

Vayamos, pues, con la reseña. 

A más de un católico se le pone un nudo en en la garganta y se le encoge el corazón cuando escucha la palabra “doctrina”. Le suena como a una diatriba entre teólogos y le parece, al fin y al cabo, que poco le afecta. En realidad, lo que le pasa a este creyente es que cree más bien poco. Y es que es elemental lo que es elemental y básico lo que es básico. 

Nada más lejos de la realidad… católica. 

Si acudimos al lugar donde se nos explica qué significa cada palabra y preguntamos por “doctrina” se nos dice que es bien “Enseñanza que se da para instrucción de alguien”, bien que corresponde a “Ciencia o sabiduría”. Pero si vamos un poco más allá y especificamos al respecto de la que es cristiana, entenderemos que es la que “debe saber el cristiano por razón de sus creencias”. Y si damos un paso más y nos adecuamos a nuestra fe, diremos que doctrina católica es la que “debe saber el católico por razón de sus creencias”. 

¡Sí! Aunque parezca extraño, nuestra fe se asienta sobre algo y no se ha construido sobre arena sino, precisamente, sobre la Roca que es Cristo. Y eso ha de querer decir algo. Es decir, creemos porque tenemos una doctrina en la que creer. 

Queremos decir que aquello que se nos enseña a los que pertenecemos y formamos parte de la Iglesia católica tiene un qué, un dónde y una razón de ser. No creemos sobre el vacío sino que tenemos muchas raíces espirituales que hacen que nuestra fe sea como es y no como otras. Y es que es católica porque su universalidad tiene un claro sostén doctrinal que se defiende y transmite desde hace casi dos mil años. 

Y es a través de las Sagradas Escrituras y de la Tradición (lo que se da en llamar “cuerpo de doctrina”) de donde se extraen los principios doctrinales de nuestra fe católica. Y no acudimos a otras fuentes porque, salvo el Magisterio (que es una que lo es en total relación con aquellas y aquella) no nos son necesarias. En ellas, en fin, encontramos todo lo que nos hace falta para afirmar que somos hijos de Dios y piedras vivas de la Esposa de Cristo.

No quiere decir eso que la doctrina católica quedara petrificada en cuanto se creó. No. Quiere decir que aunque no haya variado en los años que van desde el Hijo de Dios fue construyendo sus pilares y estableció la misma sí ha ido evolucionando (un, digamos, sí pero sin) porque, por ejemplo, ha tenido que incorporar aquello que la ciencia ha ido descubriendo en este tiempo. Y es que la prudencia con la que la Iglesia católica ha ido aplicando su doctrina a las realidades cambiantes es digna de ser tenida en cuenta como ejemplo de cómo se pueden hacer las cosas sin que todo, su base y fundamento, dejen de ser lo que han sido, son y serán. 

Pero una doctrina, clara y bien identificable, hay para llevarla a la práctica. 

De todas formas, si a un católico se le dice que tiene que cumplir tal o cual precepto seguramente te dirá que no está obligado porque la Ley de Dios no se impone su cumplimiento. Y esto, con ser cierto, no está totalmente de acuerdo con la naturaleza de la fe que tiene y de la que tenía que tener formación adecuada. 

Por eso, exactamente por eso, tener un conocimiento siquiera elemental de la fe que se dice tener no deja de ser obligación grave de todo católico. Así, si hablamos de los Mandamientos de la Ley de Dios y, pasando por las Bienaventuranzas, seguimos con El Credo como expresión de una fe adulta, concluiremos que no es poco lo que se hace necesario conocer (pues se trata, también, de ser enseñado) y que es abundante el campo que se debe labrar para obtener un buen fruto de tal labranza. 

Leamos, ahora, esto:

 “Escucha, Israel, los preceptos y las normas que yo pronuncio hoy a tus oídos. Apréndelos y cuida de ponerlos en práctica”.

 

Con estas palabras, recogidas en el Deuteronomio (5,1), Dios implica al pueblo elegido para que, además de conocer en profundidad el sentido de las divinas normas, los lleve a su día a día.

Insiste, por eso, Dios, al respecto de la importancia real de hacer lo que se debe. Lo recoge el Libro de los Proverbios, en 3, 1-2:

Hijo mío, no olvides mi lección,

en tu corazón guarda mis mandatos,

pues largos días y años de vida

y bienestar te añadirán.

 

Seguramente todo lo que comprende cada uno de los Mandamientos de la Ley de Dios o las Bienaventuranzas no es materia de fácil aprendizaje porque son muchos los campos que, en apariencia alejados de los tales preceptos divinos, conforman las palabras que dieron forma, en su día, a lo que el Creador quiso que tuviéramos en cuenta para nuestra existencia. 

Si lo dicho hasta ahora puede ser considerado como la teoría de la fe católica (al menos una parte elemental pero esencial) existe una que es práctica porque no todo puede ser formarse si tal formación no se tiene en cuenta en nuestra vida ordinaria. 

Así, por ejemplo, la vida sacramental, la oración o la puesta en práctica de las virtudes forman parte de lo que podemos entender como aquello que se hace efectivo en nuestro diario vivir. Por eso, de conocer muy bien el sentido completo de cada uno de los Mandamientos pero, en realidad, no hacer con ellos lo que se supone se debe hacer, es mantenerse alejado de la voluntad de Dios que ha de querer que sus hijos no sólo sepan sino que, además, sean sus hijos en las relaciones que mantienen con sus hermanos en la fe e, incluso, con los que no lo son pero no por eso dejan de ser sus hijos. 

Esperemos, con una forma de llevar a la práctica la teoría de la fe, llegar a lo que San Pablo escribió en su Epístola a Timoteo, la Segunda (4, 7-8), cuando le dijo al destinatario de la carta que había competido “en la noble competición, he llegado a la meta en la carrera, he conservado la fe. Y desde ahora me aguarda la corona de justicia que aquel Día me entregará el Señor”. Y es de suponer que en tal competición tuvieron mucha importancia realidades espirituales como los Mandamientos de la Ley de  Dios o las Bienaventuranzas. El Credo, claro, llegaría después, aunque en una manera más que cierta, fue cumplido por Saulo cuando cambio su nombre por el de Pablo y quiso ser, desde aquel mismo momento, hijo de Dios con todas sus consecuencias. 

El caso es que  hay  quienes creen pero, en realidad, están muy lejos de poder demostrar que lo son (creyentes) pues no basta con haber sido bautizado para que, además del Espíritu Santo se nos imbuyera, también, una especie de sabiduría que nos haga innecesaria la formación acerca de nuestra doctrina católica. 

También los hay que, en realidad, no saben si creen porque dudan, las más de las veces por ignorancia, de su propia fe. Y no saben, a ciencia y corazón ciertos qué es lo que prima en la misma y si, en realidad, deben atenerse a algo. Y esto les lleva a sostener el mal principio del “cumpli-miento” pues, aunque parezcan cumplir con los preceptos de su fe andan muy alejados de la misma y de lo que supone un verdadero conocimiento de la misma y, por tanto, de la doctrina que la constituye y sin la cual lo más que puede decirse de tales creyentes es que tienen continente pero no tienen contenido.

 Cada cual, eso es cierto, nos encontramos en alguno de estos grupos o, para bien nuestro, en alguno de los que sí sabe que ser católico supone algo más que decir que se es. Y es ahí, donde se sabe de la necesidad de conocer la doctrina católica es fundamental (porque sin la misma fácilmente podemos ser arrebatados por el Maligno por falta de competencia espiritual) donde debemos querer estar. 

Es bien cierto que eso requiere esfuerzo (¿Hay algo que valga la pena que se alcance fácilmente?) pero, seguramente, será el empleo de tiempo mejor empleado, el destino dado mejor a una vida que Dios nos ha regalado para que la vivamos no de cualquier forma sino de la forma que Él quiere. Así, sí.

Les dejamos, aquí, el Índice:

Presentación                                                                  

1. Un libro necesario                  

2. Aclarando conceptos       

3. ¿Callar sobre lo que importa?  

4. El destino cierto de quien ama a Dios

5. Documento: Joseph Ratzinger.       

¿Por qué permanezco en la Iglesia?

Un necesario epílogo               

Títulos de la colección             

“Fe sencilla”.

 

Como ya dijimos en la última reseña y, como novedad, añadimos al final del mismo la relación de textos publicados dentro de la colección denominada “Fe sencilla” desde que la misma apareció. Así haremos haciendo, Dios mediante, cada vez que se publique uno de ellos y pertenezca a la misma.

 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

 

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Por la libertad de Asia Bibi. 

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Por el respeto a la libertad religiosa.

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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

La fe católica que nos sostiene es no sólo válida sino que es la única que es válida.

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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