Serie “Caminando con Jesucristo” - 4 - Pescadores de hombres

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Muchas son las veces que se han hecho comentarios o meditaciones a los Evangelios; muchos los autores, entre ellos santos y otros estudiosos que han dedicado su atención al contenido de determinados momentos de la vida pública de Jesucristo, Dios que, encarnado, vivió entre nosotros. 

Así, quien surgió del Jordán glorioso y aclamado por su Padre para, de forma inmediata, adentrarse en el desierto de las tentaciones del Maligno y surgir liberado de tan nigérrimo yugo dio más que motivos para que, a lo largo de los siglos muchas páginas se hallan escrito sobre aquellos acontecimientos claves para la historia de la humanidad. 

Cristo, aclamado como quien tenía que venir en su entrada gloriosa en Jerusalén en el inicio de su Pasión es el mismo que, años antes, acudiera con sus primeros discípulos a la boda de Caná. Allí su madre, María esposa de José, le conminó a que dejase su anonimato y acudiera en rescate de aquellos sus primeros beneficiados con el hacer de su corazón; allí también se sometió a su autoridad al convertir aquellas tinajas en el vino que, para entonces, ya escaseaba en la celebración nupcial. 

Los primeros pasos de Jesús tuvieron mucho de enseñanza para aquellos discípulos que todo dejaron para seguirle. Si el discípulo amado siguió, a la voz del Bautista, al cordero de Dios, el resto de sus compañeros de viaje espiritual no dudaron en no mirar hacia atrás y dejaron, cada cual según su oficio u ocupación, la tarea que hasta entonces les había hecho ganar la vida para hacer lo propio con la eterna haciéndose pescadores de hombres. 

Hemos procedido como Dios nos ha dado a entender, en el buen sentido de la palabra, en el quehacer misterioso pero real de Jesús, Dios entre nosotros que es lo que, de una forma o de otra, ha marcado la historia sucesiva del hombre y ha cumplido lo que de Él recogía lo que denominamos Antiguo Testamento y que no es más, ni menos, que la manifestación, por escrito, de la inspiración del Espíritu Santo en manos de sus autores y que, por eso mismo de ser anticipación de la venida de Cristo, es Verdad con Él. 

No es menos cierto, por otra parte, que los primeros pasos de Cristo en compañía de sus discípulos, no están exentos de aprendizaje por parte de los mismos. Por eso, en tanto en cuanto no eran capaces de asimilar la doctrina de perfección de la Ley de Dios que había venido a transmitir el Maestro, no cejaron en tratar de llevarse a sus corazones la impresión de que los momentos que estaban viviendo eran algo más que el hecho de acompañar a una persona especial porque, al menos eso sí pudieron comprender, no les quiso engañar al decirles que tenía palabras de vida eterna y que, si prestaban atención, a lo mejor eran capaces de fijar en su alma algunas de ellas. 

A partir de ahora, pues les dejamos con un acercamiento, seguramente personal pero no por eso ajeno a mi prójimo, de lo que Jesús supuso, ya entonces, para los que todo dejaron de lado para seguirlo y se hace la recomendación de sentirse como inmerso en las diversas situaciones a las que se va a hacer referencia para aprehender, de primera mano, lo que pudieron sentir aquellos que escuchaban a Jesús y hacer, de su enseñanza, una perfecta forma de vida. 

Al fin y al cabo, el camino que recorrió el Hijo de Dios es el mismo que nosotros debemos anhelar recorrer. Es más, el destino del mismo, la vida eterna, es exactamente el mismo.

  

4. Pescadores de hombres

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Una vez que Juan anuncia la llegada del Cordero de Dios, señalando a Jesús, es capturado y encarcelado. De la prisión ya no saldría sino dando testimonio de su martirio, testigo cualificado del amor de Dios.  

Pero el Bautista ya había cumplido la voluntad del que le envió y el señalado, Cristo, comienza su labor de proclamación de la Buena Noticia: el reino de Dios ha llegado como anticipación del que lo es definitivo; con Él se cumple el designio de Dios, ya está aquí la plenitud de los tiempos. 

Jesús, como no tenía ánimo impositivo y obligacionista se dedica a proponer la posibilidad de aceptar su mensaje porque el mismo proviene de Dios y lo que dice sale de la misma boca de Abbá

Y esa proposición podría haberla hecho de otra forma a como la hizo. Ante esa cercanía del reino de Dios, Cristo podría haber ofrecido la creencia y luego la conversión. 

Como sabemos, se tienen creencias cuando se acepta aquellas que provienen de personas de las que nos constan que son de fiar o que, al menos, entendemos no mienten o actúan perversamente. Decimos me creo lo que dices porque estimamos cierto eso que recibimos de parte de otro. 

Por eso, ofrecer primero la creencia y luego la conversión supone dar pábulo a lo que el Mesías hubiera dicho sin, antes, haber cambiado el corazón (lugar de donde sale lo bueno y lo malo); supondría una sumisión a su persona como la que se puede tener cuando alguien ostenta un poder de sometimiento sobre otro. Y Él era manso y humilde y tal posibilidad de potestad no cabía. 

Sin embargo, Jesús propone, primero, convertirse y, luego, sólo luego, creer en la Buena Nueva. Esa conversión, es decir, ese venir a ser otra cosa distinta de lo que se era, resulta primordial ante lo que se propone. Él pide creer después de haber transformado el corazón de piedra (dado más a sacrificios que a misericordias) y no aceptar antes de modificar o cambiar ese que no es músculo sólo sino residencia y templo del Espíritu Santo. Y no dice, taxativamente, que el reino de Dios ya está aquí sino que está cerca. Con esto entiendo que quiere decir que estamos en camino de ese Reino y  que, cuanto hagamos ahora, con esa conversión, ha de servirnos para entender la vida del Mesías y su comportamiento entre aquellos otros nosotros de los primeros tiempos. 

Y si ese tiempo ya se ha cumplido, aceptar ese hecho incontrovertible, sólo puede ser causa de bienestar espiritual y de crecimiento interior, de ese interior de donde podemos ver las cosas de Dios y desde donde podemos ser capaces de vislumbrar la naturaleza de ese hombre nuevo que ya no puede escanciar su hacer en aquel odre viejo de su estado anterior a la conversión. 

Y caminando, porque a Dios se llega pisando la tierra en la que vivimos y siendo conscientes de nuestra propia situación, recorre el mar de Galilea conocedor de la necesidad de hacerse con la compañía de aquellos que, voluntariamente, quisieran seguirlo; buscaba una primera comunidad; anhelaba, ya, la unión de lo que estaba separado del Padre Eterno. 

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Jesús era conocedor que, entre los próximos, los más cercanos a Él, encontraría a los que buscaba. Y allí estaban Simón y Andrés, hermanos y pescadores. 

Podemos preguntarnos porqué el Mesías buscó, y encontró, a los que serían sus Apóstoles, entre personas sencillas y no recurrió, como pudiera parecer lógico, a aquellos que detentaban el poder religioso, sabedor como era de que tenían un conocimiento de la Ley mejor que los no formados trabajadores del mar. 

Sin embargo, cuando bendijo al Padre “porque  has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños” (Mt.11,25) sabía que, en cuanto a corazón, a comportamiento y a comprensión, estas últimas personas tenían un campo mejor labrado; eran, por así decirlo, tierra fértil, aunque rugosa, donde plantar su semilla, pues, quizá, y precisamente por eso, no tenían un conocimiento profundo de la Ley y no habían sido corrompidos por las interpretaciones torticeras de los que se decían ellos mismos, fieles practicantes de la voluntad de Dios. 

Y allí estaban Simón y Andrés, pescadores. Cuando Jesús les dice que les haría pescadores de hombres no hacía más que trasponer la labor de un hombre del mar a su nueva labor: mientras que el pescador, en aquellos años, echaba la red para ver qué caía, sin uso de las técnicas de hoy en día, el pescador de hombres “siembra”, ya en tierra ya en mar, para que, eso sí, sin saber cuando, fructifique aquello que ha sembrado. Y la red es la Palabra de Dios. 

Y a ellos les llama para que vayan con Él. La promesa seguro que fue extraña para aquellos rudos hombres, dados a soles y a soledades, pues la expresión misma pescador de hombres no les resultaba excesivamente clarificadora. Pero, sin dudarlo, se van con Jesús. Dejaron las redes, no miraron atrás y acompañaron al Mesías sin importarles el futuro. Les importó el ahora, el descubrir a alguien que les sugiere, y de qué forma no sería, que el ser otra clase de pescador será mejor para ellos.

Les había, pues, salvado. 

Y Cristo continúa su marcha, perseverando en su intención de renovar el mundo con la sangre nueva que transforme. Y da un paso más. 

Pensemos que Simón y Andrés eran pescadores dependientes de si mismos, para sí mismos, trabajaban, en su oficio, sin ostentar algún tipo de empresa que les pudiera dar alguna situación de superioridad social. 

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Sin embargo, cuando se encuentra con Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, lo hace con personas que, formando parte de la familia de su padre, éste sí tiene un negocio, por decirlo así. Dice el texto que estaban en la barca “con los jornaleros”, es decir con trabajadores contratados para llevar a cabo esta labor diaria. Por lo tanto, podemos pensar que Santiago y Juan sí contaban con un mayor facilidad de vida, con un, incluso, prestigio social, dentro de su pueblo. En este sentido, abandonaban más que los otros dos pescadores citados arriba. 

Quizá una prueba de esa diferencia de situación, y que indica que Jesús llama a todos, sea que Simón y Andrés estaban “echando las redes”, es decir, trabajando, mientras que Santiago y Juan estaban “arreglando las redes”  lo que vendría a indicar que mientras los primeros necesitaban, aún, trabajar, los segundos ya habían acabado su jornada porque, simplemente, ya no les era necesario seguir. O aún no habían empezado  porque no les urgía y les era tan necesario. Quizá sea un matiz sin importancia, pero creo que es importante señalarlo. 

Y aquí tenemos a Santiago y  a Juan, o a Juan y a Santiago, también pescadores que, dejando a su padre, le siguen. La misma mención del progenitor de ambos delata otra característica de los que siguen a Jesús, o quieren seguirlo: el abandono ya no de sí, lo que puede resultar fácil pues, como sabemos, dijo que “si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame” (Mt 16,24), sino el abandono de los suyos, de su familia, lo que no resulta tarea nada accesible a todo el mundo. Podemos decir que sólo aquellos que sienten la llamada de Dios, a través de su Hijo, pueden ser capaces de “renunciar” (entre comillas esta palabra para entender, correctamente, su significado) a lo que ha sido su pasado para encontrar un nuevo presente. 

Para más abundancia luego diría que «el que ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a su hijo o a su hija más que a  mí, no es digno de mí” (Mt 10,37) y esto, que es difícil de decir es más difícil de entender y de cumplir. Y estos discípulos ya cumplen eso, al menos en el abandono de sus seres queridos más próximos, sin conocer a Jesús. Por fe y esperanza.     

Y Santiago y  Juan eran tan impulsivos que Jesús, con un rasgo de ironía y de humor nada desdeñables, los llama boanerges (hijos del trueno) por su tendencia a la exacerbación de actitudes que, como rudos pescadores de piel curtida, seguramente no podrían evitar y que, como el trueno, tras un gran estruendo, pasa sin dejar más que ese estruendo. Tan sólo recordar aquí que, el contacto con Cristo y, sobre todo, con María (a la que recibiría en su casa tras cumplir el encargo de Jesucristo en la cruz) hizo de Juan, ese discípulo amado, ejemplo de finura espiritual que nos dejó un evangelio dulce, enamorado de Cristo, cercano. Aquí sí que puede verse ese cambio de corazón, esa total mutación del interior de una persona en contacto con el Mesías.

Tanto en un caso como en otro, el texto evangélico dice que los cuatro discípulos “le siguen”, van “tras él”. Me parece destacable este hecho. Es Jesús el que va primero, abriendo las puertas del reino de Dios, facilitando (luego con su muerte) el perdón de nuestros pecados y suplicando amor para todos sus descarriados hermanos. Los demás, desde sus primeros seguidores hasta los que, dos mil años después de que llegara la plenitud de los tiempos, aún creemos en su actitud cumplidora de la voluntad de Dios, tenemos la obligación “moral” de hacer un seguimiento de sus pasos, seguros de que su amor no fue fingido, ciertos de que su predicación contenía la semilla verdadera, conocedores, por sus hechos, de que su voluntad era la voluntad de Dios, que no sólo era su padre sino, gracias a Él, también podemos considerarlo el nuestro pues perdonó nuestras ofensas para siempre, tal fue su entrega. 

Cristo es el camino, por eso le seguimos y vamos tras Él, ya lo dijo él mismo. Y nosotros, tras sus huellas, seguimos sus pasos. Vamos tras Él porque sabemos que, con Él, toda verdad es cierta y la vida no se nos escapará. La verdadera vida, la eterna. 

Eleuterio Fernández Guzmán

 Nazareno

 

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Cristo caminó por el mundo con ansia de decirnos que debíamos seguirlo.

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Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

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