Serie Escatología de andar por casa. Escatología final: el Juicio Final – Condiciones de los cuerpos resucitados

Los novísimos

En Cristo brilla
la esperanza de nuestra feliz resurrección;
y así, aunque la certeza de morir nos entristece,
nos consuela la promesa de la futura inmortalidad.
Porque la vida de los que en Ti creemos, Señor,
no termina, se transforma;
y al deshacerse nuestra morada terrenal,
adquirimos una mansión eterna en el cielo

Prefacio de Difuntos.

El más allá desde aquí mismo.

Esto es, y significa, el título de esta nueva serie que ahora mismo comenzamos y que, con temor y temblor, queremos que llegue a buen fin que no es otro que la comprensión del más allá y la aceptación de la necesidad de preparación que, para alcanzar el mismo, debemos tener y procurarnos.

Empecemos, pues, y que sea lo que Dios quiera.

En el Credo afirmamos que creemos en la “resurrección de los muertos y la vida eterna”. Es, además, lo último que afirmamos tener por cierto y verdadero y es uno de los pilares de nuestra fe.

Sin embargo, antes de tal momento (el de resucitar) hay mucho camino por recorrer. Nuestra vida eterna depende de lo que haya sido la que llevamos aquí, en este valle de lágrimas.

Lo escatológico, aquello que nos muestra lo que ha de venir después de esta vida terrena no es, digamos, algo que tenga que ver, exclusivamente, con el más allá sino que tiene sus raíces en el ahora mismo que estamos viviendo. Por eso existe, por así decirlo, una escatología de andar por casa que es lo mismo que decir que lo que ha de venir tiene mucho que ver con lo que ya es y lo que será en un futuro inmediato o más lejano.

Por otra parte, tiene mucho que ver con el tema objeto de este texto aquello que se deriva de lo propiamente escatológico pues en las Sagradas Escrituras encontramos referencias más que numerosas de estos cruciales temas espirituales. Por ejemplo, en el Eclesiástico (7, 36) se dice en concreto lo siguiente: “Acuérdate de tus novísimos y no pecarás jamás". Y aunque en otras versiones se recoge esto otro: “Acuérdate de tu fin” todo apunta hacia lo mismo: no podemos hacer como si no existiera algo más allá de esta vida y, por lo tanto, tenemos que proceder de la forma que mejor, aunque esto sea egoísta decirlo, nos convenga y que no es otra que cumpliendo la voluntad de Dios.

Existen, pues, el cielo, el infierno y, también, el purgatorio y de los mismos no podemos olvidarnos porque sea difícil, en primer lugar, entenderlos y, en segundo lugar, hacernos una idea de dónde iremos a parar.

Estos temas, aún lo apenas dicho, deberían ser considerados por un católico como esenciales para su vida y de los cuales nunca debería hacer dejación de conocimiento. Hacer y actuar de tal forma supone una manifestación de ceguera espiritual que sólo puede traer malas consecuencias para quien así actúe.

Sin embargo se trata de temas de los que se habla poco. Aunque el que esto escribe no asiste, claro está, a todas las celebraciones eucarísticas que, por ejemplo, se llevan a cabo en España, no es poco cierto ha de ser que si en las que asiste poco se dice de tales temas es fácil deducir que exactamente pase igual en las demás.

A este respecto, San Juan Pablo II en su “Cruzando el umbral de la Esperanza” dejó escrito algo que, tristemente, es cierto y que no es otra cosa que “El hombre en una cierta medida está perdido, se han perdido también los predicadores, los catequistas, los educadores, porque han perdido el coraje de ‘amenazar con el infierno’. Y quizá hasta quien los escuche haya dejado de tenerle miedo” porque, en realidad, hacer tal tipo de amenaza responde a lo recogido arriba en el Eclesiástico al respecto de que pensando en nuestro fin (lo que está más allá de esta vida) no deberíamos pecar.

Dice, también, el emérito Benedicto XVI, que “quizá hoy en la Iglesia se habla demasiado poco del pecado, del Paraíso y del Infierno” porque “quien no conoce el Juicio definitivo no conoce la posibilidad del fracaso y la necesidad de la redención. Quien no trabaja buscando el Paraíso, no trabaja siquiera para el bien de los hombres en la tierra".

No parece, pues, que sea poco real esto que aquí se trae sino, muy al contrario, algo que debería reformarse por bien de todos los que sabiendo que este mundo termina en algún momento determinado deberían saber qué les espera luego.

A este respecto dice San Josemaría en “Surco” (879) que

“La muerte llegará inexorable. Por lo tanto, ¡qué hueca vanidad centrar la existencia en esta vida! Mira cómo padecen tantas y tantos. A unos, porque se acaba, les duele dejarla; a otros, porque dura, les aburre… No cabe, en ningún caso, el errado sentido de justificar nuestro paso por la tierra como un fin. Hay que salirse de esa lógica, y anclarse en la otra: en la eterna. Se necesita un cambio total: un vaciarse de sí mismo, de los motivos egocéntricos, que son caducos, para renacer en Cristo, que es eterno”.

Se habla, pues, poco, pero ¿por qué?

Quizá sea por miedo al momento mismo de la muerte porque no se ha comprendido que no es el final sino el principio de la vida eterna; quizá por mantener un lenguaje políticamente correcto en el que no gusta lo que se entiende como malo o negativo para la persona; quizá por un exceso de hedonismo o quizá por tantas otras cosas que no tienen en cuenta lo que de verdad nos importa.

Existe, pues, tanto el Cielo como el Infierno y también el Purgatorio y deberían estar en nuestro comportamiento como algo de lo porvenir porque estando seguros de que llegará el momento de rendir cuentas a Dios de nuestra vida no seamos ahora tan ciegos de no querer ver lo que es evidente que se tiene que ver.

Mucho, por otra parte, de nuestra vida, tiene que ver con lo escatológico. Así, nuestra ansia de acaparar bienes en este mundo olvidando que la polilla lo corroe todo. Jesús lo dice más que bien cuando, en el Evangelio de San Mateo, dice (6, 19)

“No amontonéis riquezas en la tierra, donde se echan a perder, porque la polilla y el moho las destruyen, y donde los ladrones asaltan y roban”.

En realidad, a continuación, el Hijo de Dios da muestras de conocer qué es lo que, en verdad, nos conviene (Mt 6, 20) al decir

“Acumulad tesoros en el cielo, donde no se echan a perder, la polilla o el mono no los destruyen, ni hay ladrones que asaltan o roban”.

Por tanto, no da igual lo que hagamos en la vida que ahora estamos viviendo. Si muchos pueden tener por buena la especie según la cual Dios, que ama a todos sus hijos, nos perdona y, en cuanto a la vida eterna, a todos nos mide por igual (esto en el sentido de no tener importancia nuestro comportamiento terreno) no es poco cierto que el Creador, que es bueno, también es justo y su justicia ha de tener en cuenta, para retribuirlas en nuestro Juicio partícula, las acciones y omisiones en las que hayamos caído.

En realidad, lo escatológico no es, digamos, una cuestión suscitada en el Nuevo Testamento por lo puesto en boca de Cristo. Ya en el Antiguo Testamento es tema importante que se trata tanto desde el punto de vista de la propia existencia de la eternidad como de lo que recibiremos según hayamos sido aquí. Así, en el libro de la Sabiduría se nos dice (2, 23, 24. 3, 1-7) que

“Porque Dios creó al hombre para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su mismo ser; pero la muerte entró en el mundo por envidia del diablo, y la experimentan sus secuaces.

En cambio, la vida de los justos está en manos de Dios y ningún tormento les afectará. Los insensatos pensaban que habían muerto; su tránsito les parecía una desgracia y su partida de entre nosotros, un desastre; pero ellos están el apaz. Aunque la gente pensaba que eran castigados, ellos tenían total esperanza en la inmortalidad. Tras pequeñas correcciones, recibirán grandes beneficios, pues Dios los puso a prueba y lo shalló dignos de sí; los probo como oro en crisol y los aceptó como sacrificio de holocausto. En el día del juicio resplandecerán y se propagarán como el fuego en un rastrojo”.


Aquí vemos, mucho antes de que Jesús añadiese verdad sobre tal tema, la realidad misma como ha de ser: la muerte y la vida eternas, cada una de ellas según haya sido la conducta del hijo de Dios. El tiempo intermedio, el purgatorio (“tras pequeñas correcciones”) que terminará con el premio de la vida eterna (o con la muerte también eterna) tras el Juicio, el Final, propio del tiempo de nuestra resurrección.

Abunda, también, el salmo 49 en el tema de la resurrección cuando escribe el salmista (49, 16) que

“Pero Dios rescata mi vida,
me saca de las garras de la muere, y me toma consigo”.

En realidad, como dice José Bortolini (en Conocer y rezar los Salmos, San Pablo, 2002) “Aquello que el hombre no puede conseguir con dinero (rescatar la propia vida de la muerte), Dios lo concede gratuitamente a los que no son ‘hombres satisfechos’” que sería lo mismo que decir que a los que se saben poco ante Dios y muestran un ser de naturaleza y realidad humilde.

Todo, pues, está más que escrito y, por eso, se trata de una Escatología de andar por casa pues lo del porvenir, lo que ha de venir tras la muerte, lo construimos aquí mismo, en esta vida y en este valle de lágrimas.

Escatología final: el Juicio Final – Condiciones de los cuerpos resucitados.

Juicio final

“Desde allí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos”
Credo

En un momento determinado del símbolo de nuestra fe, el Credo, decimos lo aquí traído. Es una parte fundamental de lo que en esta oración decimos porque supone que se cumpla la voluntad de Dios y lo que está escrito. En efecto, el Cristo ha de venir, tras haber entregado su vida por la humanidad entera, haber resucitado y subido a la derecha del Padre, a impartir la Justicia de Dios. Entonces serán juzgados vivos y muertos pues muchos estarán vivos pero muchos otros, muertos.

Esto lo muestra perfectamente el Evangelio según San Mateo (25, 31-46), como recoge el Catecismo (infra), cuando dice esto que sigue:

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda. Entonces dirá el Rey a los de su derecha: “Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.” Entonces los justos le responderán: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber? ¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Y el Rey les dirá: “En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis.” Entonces dirá también a los de su izquierda: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el Diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; era forastero, y no me acogisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel, y no me visitasteis.” Entonces dirán también éstos: “Señor, ¿cuándo te vimos hambriento o sediento o forastero o desnudo o enfermo o en la cárcel, y no te asistimos?” Y Él entonces les responderá: “En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo.” E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.

Como bien podemos apreciar todo está escrito y así ha de suceder. Habrá, pues, un Juicio donde la Justicia de Dios ilumine toda la creación y donde cada cual, unidos ya alma y cuerpo, será juzgado. Y unos irán tendrán un destino y otro, otro destino. Y esto es dogma de fe como muy bien nos recuerda el Catecismo de la Iglesia católica en los siguientes números:

”1038 La resurrección de todos los muertos, ‘de los justos y de los pecadores’ (Hch 24, 15), precederá al Juicio final. Esta será ‘la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz […] y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación’ (Jn 5, 28-29). Entonces, Cristo vendrá ‘en su gloria acompañado de todos sus ángeles […] Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de las cabras. Pondrá las ovejas a su derecha, y las cabras a su izquierda […] E irán éstos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna.’ (Mt 25, 31. 32. 46).

1039 Frente a Cristo, que es la Verdad, será puesta al desnudo definitivamente la verdad de la relación de cada hombre con Dios (cf. Jn 12, 49). El Juicio final revelará hasta sus últimas consecuencias lo que cada uno haya hecho de bien o haya dejado de hacer durante su vida terrena:

‘Todo el mal que hacen los malos se registra y ellos no lo saben. El día en que ‘Dios no se callará’ (Sal 50, 3) […] Se volverá hacia los malos: ‘Yo había colocado sobre la tierra —dirá Él—, a mis pobrecitos para vosotros. Yo, su cabeza, gobernaba en el cielo a la derecha de mi Padre, pero en la tierra mis miembros tenían hambre. Si hubierais dado a mis miembros algo, eso habría subido hasta la cabeza. Cuando coloqué a mis pequeñuelos en la tierra, los constituí comisionados vuestros para llevar vuestras buenas obras a mi tesoro: como no habéis depositado nada en sus manos, no poseéis nada en Mí"‘ (San Agustín, Sermo 18, 4, 4).

1040 El Juicio final sucederá cuando vuelva Cristo glorioso. Sólo el Padre conoce el día y la hora en que tendrá lugar; sólo Él decidirá su advenimiento. Entonces Él pronunciará por medio de su Hijo Jesucristo, su palabra definitiva sobre toda la historia. Nosotros conoceremos el sentido último de toda la obra de la creación y de toda la economía de la salvación, y comprenderemos los caminos admirables por los que su Providencia habrá conducido todas las cosas a su fin último. El Juicio final revelará que la justicia de Dios triunfa de todas las injusticias cometidas por sus criaturas y que su amor es más fuerte que la muerte (cf. Ct 8, 6).

1041 El mensaje del Juicio final llama a la conversión mientras Dios da a los hombres todavía ‘el tiempo favorable, el tiempo de salvación’ (2 Co 6, 2). Inspira el santo temor de Dios. Compromete para la justicia del Reino de Dios. Anuncia la ‘bienaventurada esperanza’ (Tt 2, 13) de la vuelta del Señor que ‘vendrá para ser glorificado en sus santos y admirado en todos los que hayan creído’ (2 Ts 1, 10)”.

Sabemos que no sabemos lo que pasará en su totalidad. Es lógico que eso sea así pues sólo Dios conoce todo y sólo el Creador está en su perfecto conocimiento de conocer. Sin embargo, podemos preguntarnos acerca de cuándo será el Juicio Final.

Tenemos por verdad que tras la resurrección de la carne devendrá el momento en el que Cristo nos juzgue. Lo decimos, como sabemos, en el Credo.

Lo bien cierto es que la verdad sobre el Juicio Final, su producción o, en fin, el hecho mismo de que se llevará a cabo, no es elucubración teológica, digamos, imaginativa o que pretenda sustentar una doctrina. Podemos decir, como tantas otras veces, que está previsto y, por tanto, que está escrito.

Así, por ejemplo, en el Antiguo Testamento, acerca de este singular y particular Juicio se dice lo siguiente:

2 Mac. 7, 36

“…tú, en cambio, por el justo juicio de Dios cargarás con la pena merecida por tu soberbia.”

Sab. 6, 5

“Porque un juicio implacable espera a los que mandan;…”

Is. 66, 18

“Yo vengo a reunir a todas las naciones y lenguas; vendrán y verán mi gloria.”

Is. 66, 23

”…vendrá toda carne y prosternarse ante mí - dice Yahvéh.”

Joel 4, 2

“…congregaré a todas las naciones y las haré bajar al valle de Josafat allí entraré en juicio con ellas,….”

Y todo esto se confirma en el Nuevo Testamento donde el Hijo de Dios confirma lo que siglos antes habían escrito los profetas:

Mt. 11, 21-22

“¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida!… Por eso os digo que el día del Juicio habrá rigor para Tiro y Sidón que para vosotras.”

Mt. 12, 41
“Los ninivitas se levantarán en el Juicio con esta generación y la condenarán;….”
Lc. 10, 12

“Os digo que en aquel Día habrá menos rigor para Sodoma que para la ciudad aquella.”

Jn. 5, 28-29

“No os extrañéis de esto: llega la hora en que todos los que estén en los sepulcros oirán su voz y los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación…”

2 Cor. 5, 10

“Porque es necesario que todos seamos puestos al descubierto ante el tribunal de Cristo, para que cada cual reciba conforme a lo que hizo durante su vida mortal, el bien o el mal.”

Apoc. 20, 12

“Y vi a los muertos, grandes y pequeños, de pie delante del trono; fueron abiertos unos libros, y luego se abrió otro libro que es el de la vida; y los muertos fueron juzgados según lo escrito en los libros, conforme a sus obras.”

Y Cristo que será Quien venga a juzgar a vivos y muertos, también quiso que tuviéramos noticia de lo que sucederá:

Mt. 24, 30

“Entonces aparecerá en el cielo la señal del Hijo del hombre; y entonces harán duelo todas las razas de la tierra y verán venir al Hijo del hombre sobre la nubes del cielo con gran poder y gloria.”

Mt. 26, 64

“Dícele Jesús: ‘Sí, tú lo has dicho. Y yo os declaro que a partir de ahora veréis al Hijo del hombre sentado a la diestra del Poder y venir sobre las nubes del cielo.’”.

Mc. 13, 26

“Y entonces verán venir al Hijo del hombre entre nubes con gran poder y gloria;…”.

Lc. 21, 27

“Y entonces verán venir al Hijo del hombre en una nuve con gran poder y gloria.”

De todas formas, podemos preguntarnos, legítimamente (pues seremos nosotros los juzgados) acerca de la finalidad del Juicio Final.

Como está escrito, la finalidad principal es retribuir a cada cual según cada cual merezca. Por tanto, se ensalzará al inocente que en vida, en este mundo en el que peregrinó, fue despreciado y se confundirá a quien hubiese pasado por el mismo pecando y olvidándose voluntariamente de que un día se encontraría ante el tribunal de Cristo. Y, fundamentalmente, se buscará restaurar el orden que a lo largo de la historia se haya conculcado a manos de los pecados de los hombres.

Pero, además, con el Juicio final se manifestará que Cristo es el Redentor y Rey de Cielos y tierra y se podrá decir, con el Salmo 50 (5-6)

“¡Congregad a mis amigos ante mí,
los que mi alianza con un sacrificio concertaron!»
¡Anuncien los cielos su justicia,
porque es Dios mismo es Juez!”

Acerca de esta verdad, Enrique Pardo Fuster (Op. c., p. 412), es decir de que se manifestará que Cristo es Redentor y Rey de Cielos y tierra, nos dice el autor de estos “Fundamentos bíblicos de la teología católica” que

“a) -Que es hijo de Dios:
-Pues lo puso en duda Satanás:

‘Si eres Hijo de Dios, de que esas piedras se conviertan en panes’
-Pues los sacrificaron los judíos:

‘Rey de Israel es: que baje ahora de la Cruz, y creeremos en él. Ha puesto su confianza en Dios; que le salve ahora si es que de verdad le quiere’ (Mt. 27, 42-43).

b) -Que es Redentor del Mundo:

-…se pusieron a escupirle en la cara y a abofetearle; y otros a golpearle diciendo: Adivínanos, Cristo, ¿Quién es el que te ha pegado? (Mt. 26, 67).

c) -Que es Rey de Cielos y tierra:

-Pues lo dudó Pilato y toda la muchedumbre que estaba allí presente:

Pilatos le preguntó: ¿Eres tú el Rey de los Judíos? Él le respondió: Sí, tu lo dices (Mt. 27, 11).

-Pues lo despreció la muchedumbre: Toda la muchedumbre se puso a gritar a una: ¡Fuera ése y suéltanos a Barrabás! (Lc. 23, 18).”

Y sobre el cuándo se producirá el Juicio final, lo único que sabemos es que no sabemos nada. Corresponde al Creador, a Dios Todopoderoso fijar el momento exacto en el que Cristo volverá al mundo para llevar a cabo el tiempo de tan impactante suceso. En todo caso, como ya hemos dicho, se llevará a cabo tras la resurrección de la carne.

De todas formas, sí debemos tener en cuenta lo que dejó escrito San Juan en el capítulo 20 del Apocalipsis (11-14) acerca de que vio

“Un trono espléndido muy grande y al que se sentaba en él. Su aspecto hizo desaparecer el cielo y la tierra sin dejar huellas. Los muertos, grandes y chicos, estaban al pie del trono. Se abrieron unos libros, y después otro más, el Libro de la Vida. Entonces los muertos fueron juzgados de acuerdo a lo que estaba escrito en los libros, es decir, cada uno según sus obras”.

Seguramente es más que suficiente para nuestro ahora saber que en efecto, seremos juzgados según nuestras obras. Y es más que suficiente porque siendo cosa de Dios determinar el día del Juicio final, a nosotros sí nos corresponde estar mejor o peor ante el santo Tribunal.

Y seremos juzgados. Y, aunque es bien cierto que ya lo fuimos en el llamado Juicio particular y nada puede cambiar al respecto de lo allí dicho (pues no se puede merecer nada después de muertos), lo bien cierto es que podemos decir que la sentencia de entonces es confirmada por el santo Tribunal de Cristo.

Ya, evidentemente, habrá desaparecido el Purgatorio y, en todo caso, sólo debemos tener en cuenta el cómo quedarán los cuerpos resucitados (una vez unidos con el alma que les corresponda a cada uno de ellos) Y es que es lo mejor no pensar, siquiera, en el rechinar de dientes de los cuerpos definitivamente enviados al Infierno. Ni queremos ir allí ni queremos, tampoco, abundar en el miedo que nos provoca tal situación.

Condiciones de los cuerpos resucitados

Por otra parte, es bien cierto que el apartado referido a las condiciones en las que quedarán los cuerpos resucitados tras la resurrección de la carne muy bien podía haberse situado en el capítulo dedicado, precisamente, a la tal resurrección. Sin embargo, consideramos importante apuntar, como hemos hecho inmediatamente arriba, que tras el Juicio final aquellos cuerpos que se unan a las almas que estén en el cielo tendrán unas especiales y concretas condiciones o características.

Traigamos un texto bíblico que es importante para el caso tratado. Corresponde a los versículos 35 al 54 de la Primera Epístola a los de Corinto, en concreto al capítulo 15 de la misma. Y dice lo siguiente:


Pero dirá alguno: ¿Cómo resucitan los muertos? ¿Con qué cuerpo vuelven a la vida?

¡Necio! Lo que tú siembras no revive si no muere. Y lo que tú siembras no es el cuerpo que va a brotar, sino un simple grano, de trigo por ejemplo o de alguna otra planta. Y Dios le da un cuerpo a su voluntad: a cada semilla un cuerpo peculiar. No toda carne es igual, sino que una es la carne de los hombres, otra la de los animales, otra la de las aves, otra la de los peces. Hay cuerpos celestes y cuerpos terrestres; pero uno es el resplandor de los cuerpos celestes y otro el de los cuerpos terrestres. Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor. Así también en la resurrección de los muertos: se siembra corrupción, resucita incorrupción; se siembra vileza, resucita gloria; se siembra debilidad, resucita fortaleza; se siembra un cuerpo natural, resucita un cuerpo espiritual. Pues si hay un cuerpo natural, hay también un cuerpo espiritual.

En efecto, así es como dice la Escritura: = Fue hecho el primer hombre, = Adán, = alma viviente; = el último Adán, espíritu que da vida. Mas no es lo espiritual lo que primero aparece, sino lo natural; luego, lo espiritual. El primer hombre, salido de la tierra, es terreno; el segundo, viene del cielo. Como el hombre terreno, así son los hombres terrenos; como el celeste, así serán los celestes. Y del mismo modo que hemos llevado la imagen del hombre terreno, llevaremos también la imagen del celeste.

Os digo esto, hermanos: La carne y la sangre no pueden heredar el Reino de los cielos: ni la corrupción hereda la incorrupción. ¡Mirad! Os revelo un misterio: No moriremos todos, mas todos seremos transformados. En un instante, en un pestañear de ojos, al toque de la trompeta final, pues sonará la trompeta, los muertos resucitarán incorruptibles y nosotros seremos transformados. En efecto, es necesario que este ser corruptible se revista de incorruptibilidad; y que este ser mortal se revista de inmortalidad. Y cuando este ser corruptible se revista de incorruptibilidad y este ser mortal se revista de inmortalidad, entonces se cumplirá la palabra que está escrita: ‘La muerte ha sido devorada en la victoria’”.

Pues bien, es bien curioso, a la par que misterioso, el cómo los cuerpos resucitarán. No podemos negar que puede suscitar dudas en más de uno el pensar qué tiene que pasar con los cuerpos que, al cabo de tanto tiempo, se habrán desintegrado (pérdida de su total entidad física) y se habrán incorporado al ambiente en el que hayan sido depositados. Y qué con aquellos que, siguiendo instrucciones de sus poseedores, hayan querido ser, por ejemplo, incinerados…

Son muchas las circunstancias que nos provocan perplejidad. Sin embargo, sabiendo que somos muy ignorantes en este tipo de materias (que no sabemos nada de nada al respecto de la realidad de la resurrección de la carne) no podemos, ¡qué menos!, que poner nuestra confianza en el Creador que si supo crear de la nada, bien puede hacer que lo que no sea nada vuelva a ser. Y es que, como bien sabemos, para Dios nada hay imposible (o si no que se lo digan, por ejemplo, a tantas mujeres que siendo estériles, y así ser contempladas en las Sagradas Escrituras, han dado a luz hijos que fueron importantes para la historia de la salvación; o la vuelta a la vida de tantas personas a palabras de Cristo; o las multiplicaciones de alimentos, etc.) Y es que Dios, que puso en marcha las leyes de la naturaleza (que aún contempla y mantiene) puede hacer lo que tenga que hacer para que lo que para nosotros, nada ante el Todopoderoso, está lejos, siquiera, de poder pensar en hacerlo realidad, sea la cosa más sencilla del mundo. Y en eso creemos y eso es fuente y origen de nuestra fe.

Entonces… sabemos que tras la resurrección de la carne y el Juicio final, aquellos cuerpos (ya con sus almas correspondiente; o al revés si se quiere pues, al fin y al cabo, las almas, en esto, estarán primero, habrán llegado primero a su destino final -a excepción, como sabemos, de las que hayan estado en el Purgatorio, claro está- que llegarán más tarde pero siempre antes que sus correspondientes cuerpos) que, definitivamente, repetimos, estarán en el Cielo, lo harán de una forma muy especial. Es decir, que aun siendo los que habitaron la Tierra y peregrinaron hacia donde ahora estarán para siempre, para nada tendrán las mismas características. Y esto, nunca mejor dicho, gracias a Dios.

Si nos apoyamos, por ejemplo, en las Sagradas Escrituras, algo podemos avizorar. Así en Filipenses (3, 21) se dice que

“Él transformará nuestro pobre cuerpo mortal, haciéndolo semejante a su cuerpo glorioso, con el poder que tiene para poner todas las cosas bajo su dominio.”

Y se refiere, claro está, a Jesucristo de quien tuvieron manifestación los discípulos, de su nuevo estado espiritual, tras la resurrección.

De todas formas, a tenor de lo apuntado por el P. Antonio Royo Marín (Teología de la salvación ya citada, p. 525ss)… es bien cierto que esto, lo relativo a esto, ya lo explica el citado autor cuando habla y escribe de la resurrección de la carne tras la muerte (pues como decimos lo que ahora se lleva a cabo es la confirmación de la sentencia inicial del Juicio particular) es verdad que, y esto ya lo hemos dicho en otro lugar, hemos preferido referir acerca de lo que llama “dotes del cuerpo glorioso” en este momento al ser el destino definitivo del cuerpo, en efecto, de tal jaez.

¿Cuáles, pues, son tales condiciones?

Digamos que cuatro:

1. Impasibilidad.
2. Sutileza.
3. Agilidad.
4. Claridad.

Apuntemos, ahora, algunas características de cada de estas cualidades a tener muy en cuenta.

En cuanto a la impasibilidad dice al autor del libro (p. 529) que “la impasibilidad del cuerpo glorioso procede del dominio que el alma ejerce sobre él”. Por tanto, tanto el dolor como la corrupción “estarán desterrados para siempre” (p. 528) como bien se dice, por ejemplo, en

Is 49, 10

“No padecerán hambre ni sed, calor ni viento solano que los aflija. Porque los guiará el que de ellos se ha compadecido, y los llevará a aguas manantiales”.

Apoc 7, 16-17

Ya no tendrán hambre, ni tendrán ya sed, ni caerá sobre ellos el sol ni ardor alguno; porque el Cordero, que está en medio del trono, los apacentará y los guiará a las fuentes de aguas de vida, y Dios enjugará toda lágrima de sus ojos”.

Apoc 21.4

“Y (Dios) enjugará las lágrimas de sus ojos, y la muerte no existirá más, ni habrá duelo, ni gritos, ni trabajo, porque todo esto es ya pasado”.

Sobre la sutileza apunta el P. Royo Marín que

“es la principal cualidad del cuerpo glorioso y el fundamento de todas las demás. En virtud de ella, el cuerpo bienaventurado se sujetará completamente al imperio del alma y la servirá y será perfectamente dócil a su voluntad”.

Por lo apuntado aquí, “la sutileza del cuerpo glorioso producirá efectos sobre sí mismo y con relación a los demás bienaventurados” (p.534) pues “podrá gozar libérrimamente de la bienaventuranza esencial o visión beatífica sin experimentar por parte del cuerpo la menor dificultad o impedimento” (p. 534) y ”todos los sentidos internos y externos obedecerán de tal manera a la voluntad del alma -en virtud de la sutileza-, que podrá usar de ellos en la forma que quiere, dentro de la naturaleza misma de cada sentido” (p. 535). Pero, además, “el cuerpo glorioso no será vaporoso, sino tangible y palpable como el de Nuestro Señor Jesucristo resucitado (Lc. 24, 39). Pero -como explica Santo Tomás-, en virtud del perfecto dominio del alma sobre él, será potestativo del bienaventurado el que pueda ser afectado o no por el sentido del tacto” (p.535).

Acerca, por otra parte, de la agilidad, que “en virtud de esta maravillosa cualidad, los cuerpos bienaventurados podrá trasladarse, cuando quieran, a sitios remotísimos, atravesando distancia fabulosas con la velocidad del pensamiento” (p. 537)

En realidad, esta cualidad de la agilidad de los cuerpos gloriosos “es una redundancia de la gloria del alma, en virtud de la cual obedece perfectamente al imperio d ella voluntad en el movimiento local y en todas las demás operaciones” (p. 538). Y, lo que es más importante, “los bienaventurados del cielo usarán de la agilidad de sus cuerpos gloriosos sin perder un solo instante de vista la divina esencia, que constituye la gloria principal” (p. 540).

Y, ya por fin, dice el P. Royo Marín que la claridad, como cualidad de los cuerpos resucitados los mismos “aparecerán resplandecientes de luz, aunque en grados distintos según los diferentes grados de gloria que sus almas disfruten” (p. 540) teniendo en cuenta que “será potestativo de los bienaventurados el que sus cuerpos gloriosos sean o no vistos por los demás” (p. 544).

Por lo demás, es de fe creer que el Cielo, como tantas veces hemos dicho a lo largo de estos capítulos, es eterno. Es decir que creemos en la eternidad del Cielo, sin la cual todo lo hasta aquí dicho no tendría sentido alguno y, además, sería manifestarse contra Dios mismo y su realidad todopoderosa.

Busquemos, por tanto, ocupar una posición “ventajosa” de cara al Juicio final que, previamente, habremos defendido en el que es particular. Para eso nos basta merecer ser juzgados en beneficio nuestro y gozar, en cuanto eso sea posible (paso por el Purgatorio, por ejemplo) gozar de las cualidades apenas aquí apuntadas y de las muchas otras que Dios nos tiene, de seguro, reservadas.

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

El Pensador

La Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR.

Las bases son las que siguen:


1.- Editorial Stella Maris convoca el I Premio de Ensayo REVISTA EL PENSADOR, conforme a las presentes bases.

2.- Podrán concurrir al Premio cualesquiera obras inéditas de ensayo, en lengua castellana, cuya temática verse sobre “De Franco a hoy: evolución de España desde 1975 a 2013″ desde el punto de vista social, cultural y/o moral. Esta temática podrá ser abordada en conjunto o desde cualquier aspecto concreto.

3.- Las obras tendrán una extensión mínima de 150 páginas y máxima de 300. La tipografía a utilizar será el Times New Roman, tamaño 12, espaciada a 1,5. Se presentarán dos copias impresas en papel y se adjuntará una copia en formato word.

4.- Los autores, que podrán ser de cualquier nacionalidad, entregarán sus obras firmadas con nombre y apellidos, o con pseudónimo.

En el caso de que la obra venga firmada con nombre y apellidos, es obliga-torio incluir fotocopia del documento oficial de identidad, una hoja con los datos personales (nombre y apellidos, dirección postal, teléfono y email), un currículum vitae detallado del autor, así como un certificado firmado en donde se haga constar que la misma es propiedad del autor, que no tiene derechos cedidos a o comprometidos con terceros y que es inédita.

En el caso de que la obra sea presentada bajo pseudónimo, se incorporará una plica (con el título de la obra y el pseudónimo utilizado), en cuyo interior se incluirá la documentación referida en el párrafo anterior. Las plicas sólo serán abiertas en el caso de que la obra fuera premiada. En caso contrario serán destruidas junto a los originales presentados.

5.- Se admite la presentación de obras colectivas, pero en este caso el premio se repartirá a prorrata entre los autores. Y la documentación exigida en la cláusula anterior regirá por cada uno de ellos.

6.- Las obras presentadas al Premio no podrán ser editadas, reproducidas, cedidas o comprometidas con terceros, hasta el fallo definitivo. El ganador y, en su caso, los accésits ceden, por el mismo acto del fallo y de manera inmediata, los derechos exclusivos y universales de edición durante quince años a favor de Stella Maris.

Ninguna obra presentada al Premio podrá ser retirada del concurso hasta el fallo del Jurado.

7.- El Premio consistirá en:
* 6.000 euros en concepto de anticipos de derechos de autor.
* Publicación de la obra en una de las colecciones de Stella Maris.
* El 7% sobre las ventas, en concepto de derechos de autor.

8.- El Premio puede ser declarado desierto. Asimismo puede otorgarse un Accésit por cada una de las siguientes modalidades: Ciencias Sociales, Cultura y Filosofía.

El premio de cada accésit será un diploma acreditativo. Stella Maris se reservará el derecho de publicación de cada accésit y, en este caso, el otorgamiento de un 7% sobre ventas en concepto de derechos de autor.

9.- El plazo máximo de presentación de obras que opten al Premio comienza el 1 de febrero y finaliza el 29 de diciembre de 2014 a las 24 horas.

Las obras deberán presentarse por correo certificado a la siguiente dirección:

Stella Maris
(PREMIO “REVISTA EL PENSADOR")
c/. Rosario 47-49
08007 Barcelona

10.- El Jurado estará compuesto por cinco profesores universitarios e intelectuales de reconocido prestigio, designados por Stella Maris. La composición del Jurado se hará pública al mismo tiempo que el fallo del Premio.

11.- El premio será fallado el 27 de febrero de 2015 y será publicado al día siguiente, comunicándose directamente además al ganador y accesits. El fallo del jurado será inapelable.

Las obras no premiadas serán automáticamente destruidas y no se devolverán en ningún caso a sus autores. Stella Maris no están obligados a mantener correspondencia con ninguno de los aspirantes al Premio.

12.- La concurrencia al Premio implica la aceptación expresa de las presentes bases de convocatoria.

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Por la libertad de Asia Bibi.
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Por el respeto a la libertad religiosa
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Enlace a Libros y otros textos.

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Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

¡Por fin el Cielo! ¡Y, ya, para siempre!

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Para leer Fe y Obras.
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