Serie José María Iraburu - 16 – El martirio de Cristo y de los cristianos

El Señor decía ‘Quien quiera salvar su vida
(en el mundo presente), la perderá (para el mundo futuro);
y quien perdiere su vida por mi causa, la salvará

El martirio de Cristo y los cristianos (M. C-c)
7- La evitación sistemática del martirio
José María Iraburu

El martirio de Cristo y los cristiano

Es bien cierto que el discípulo no puede ser más que el Maestro (“No está el discípulo por encima del maestro, ni el siervo por encima de su amo”, recoge san Mateo en su evangelio, 10, 24), pero tampoco es poco cierto que tiene que imitarlo lo más posible (“Ya le basta al discípulo ser como su maestro”, también en el mismo capítulo de san Mateo, 25 a.) Si Cristo fue martirizado en su vida terrena, quien se dice discípulo suyo no puede esperar, seguramente, otra cosa que el martirio.

Cristo martirizado

Todo discípulo de Cristo sabe que “Durante su vida temporal, Jesucristo es mártir permanente de Dios en el mundo” (1). Además, el Hijo de Dios está en el conocimiento, sabe, lo que le tienen preparado los hombres de su tiempo y, en fin, “la suerte que le espera” (2).

Por otra parte, como es más que sabido y como dejó escrito san Pablo en su Primera Epístola a los Coríntios (1, 23.24) lo que le sucedió a Jesucristo en cuanto forma de vivir y, sobre todo, de morir, es, fue, “escándalo para los judíos y locura para los gentiles, pero fuerza y sabiduría de Dios para los llamados, sean judíos o griegos” (3).

Sin embargo, dice el P. Iraburu que Jesús “es el más feliz de los hombres” (4) lo cual podría parecer extraño si, como hemos dicho arriba, sabía, al fin y al cabo, lo que le iba a pasar. Y esto es así porque “A medida que va creciendo, Cristo se conoce, se reconoce, cobra conciencia de ser el Amado del Padre, el Primogénito de toda criatura, el que ‘sustenta con su poderosa palabra todas las cosas (Heb 1,3)’” (5).

Y, a pesar de su bondad y de su misericordia; a pesar del comportamiento plenamente divino que lleva a lo largo de su vida pública Jesucristo es “mártir toda su vida” (6) porque, volvemos a insistir sobre la misma realidad, como dice José María Iraburu, “se reconoce en las Escrituras” (7) porque “Aprende a leer, lee las Páginas divinas, y cada vez va comprendiendo mejor, en su conocimiento humano adquirido, cómo todas las Escrituras se están refiriendo a Él continuamente. Mientras es niño y muchacho, permanece callado; pero cuántas veces en Nazaret habría podido decir lo que dirá años más tarde allí mismo: ‘hoy se cumple [en Mí] esta Escritura que acabáis de oír’ (Lc 4,21)” (8).

Por eso, porque Cristo “quiso” la Cruz resulta tan decisivo su martirio para el discípulo que le sigue y trata de imitar su forma de vivir y, sobre todo, de ser. Y esto porque “Jesús, en su vida pública, actúa y habla con la absoluta libertad propia de un hombre que se sabe condenado a muerte y que, por tanto, no tiene por qué proteger su vida. Él sabe que es el Cordero de Dios destinado al sacrificio redentor que va a traer la salvación del mundo” (9).

Pero no sólo eso, es decir el hecho de que Jesús quisiese la cruz, es importante sino que Dios mismo también “quiso la Cruz de Cristo” (10). Y esto no es un planteamiento que podamos llamar atrevido porque, en realidad, las mismas Sagradas Escrituras así lo certifican porque “La Escritura asegura que Jesús se acerca a la Cruz ‘para que se cumplan’ en todo las predicciones de la Escritura, es decir, los planes eternos de Dios (Lc 24,25-27; 45-46). Es la verdad que, desde el principio mismo de la Iglesia, confiesa Simón Pedro predicando a los judíos, cuando les dice: Cristo ‘fue entregado según el determinado designio y previo conocimiento de Dios’ (Hch 2,23); ‘vosotros pedisteis la muerte para el Autor de la vida… Ya sé que por ignorancia lo hicisteis… Y Dios ha dado así cumplimiento a lo que había anunciado por boca de todos los profetas, la pasión de su Cristo. Arrepentíos, pues, y convertíos’ (Hch 3,15-19). El hecho de que la Providencia divina quiera permitir tal crimen no elimina en forma alguna la culpabilidad de quienes entregan a la muerte al Autor de la vida, por lo que es necesario el arrepentimiento.

Según la voluntad de Dios, por el modo admirable de la Cruz, ‘hemos sido rescatados con la sangre preciosa de Cristo, cordero sin defecto ni mancha, ya previsto antes de la creación del mundo, pero manifestado [ahora] al final de los tiempos’ (1Pe 1,18-19). Y sigue diciendo el mismo Pedro, esta vez orando al Señor: ‘Herodes y Poncio Pilato se aliaron contra tu santo siervo, Jesús, tu Ungido; y realizaron el plan que tu autoridad había de antemano determinado’ (Hch 4,27-28)

” (11). Y esto es así porque Dios, con tal querer el martirio de Cristo, reveló el “amor divino” (12) y reveló “la verdad” (13). Además, reveló “todas las virtudes” (14) así como “el horror del pecado” (15) y expió, con el martirio de Cristo, el pecado además de “revelar a los hombres que sólo por la cruz pueden salvarse” (16).

Martirio del cristiano que admite tal muerte

Es bien cierto que desde el primer momento de la difusión del mensaje de Cristo y, así, de la formación, digamos, de grupos de personas que se consideraban discípulos suyos, el martirio, la muerte a causa de la causa de Cristo estuvo a la orden del día. Desde la propia Iglesia primitiva, aquellos primeros cristianos que tanto gozaron, seguramente, con el sufrir por el Hijo de Dios, hasta hoy mismo, el martirio no ha dejado de ser una señal que muestra por dónde el Mesías ha dejado su impronta de seguidores.

Por eso mismo, el martirio tiene, digamos, una propia teología que, a tenor de lo dicho por Santo Tomás de Aquino, determina que el mismo es “un acto de virtud” (17), en concreto de la “fortaleza” (18). Además, entiende el Aquinate que el martirio es “el acto más perfecto” (19) en el que se muere “por Cristo” (20) porque, al fin y al cabo, los mártires son “perseguidos por odio a Cristo y muertos por amor a Cristo” (21).

Tal es así que “También la Iglesia de nuestro tiempo ha tenido innumerables mártires. De los 40 millones de mártires habidos en toda la historia de la Iglesia, cerca de 27 millones son del siglo XX, según se informó en un Symposium del Jubileo celebrado en Roma el año 2000. Juan Pablo II, en la celebración jubilar de ‘los testigos de la fe en el siglo XX’, dijo:

‘La experiencia de los mártires y de los testigos de la fe no es característica sólo de la Iglesia de los primeros tiempos, sino que marca también todas las épocas de su historia. En el siglo XX, tal vez más que en el primer período del cristianismo, son muchos los que dieron testimonio de la fe con sufrimientos a menudo heroicos. Cuántos cristianos, en todos los continentes, a lo largo del siglo XX, pagaron su amor a Cristo también derramando su sangre. Sufrieron formas de persecución antiguas y recientes, experimentaron el odio y la exclusión, la violencia y el asesinato. Muchos países de antigua tradición cristiana volvieron a ser tierras donde la fidelidad al Evangelio se pagó con un precio muy alto…’
” (22)

Y es que estos son, por así decirlo, mártires de ahora mismo.

Por eso mismo, el católico no puede olvidar a los hermanos en la fe que han dado su vida a causa del Evangelio y por llevar bien alto el nombre de Jesucristo pues ya quedó dicho aquello de “Bienaventurados seréis cuando os injurien, y os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a vosotros” (Mt 5, 11-12) y no va a hacer menos el discípulo que lo que dice el Maestro.

Pues bien, poco a poco la Iglesia católica va reconociendo el martirio de muchos de sus fieles. Fue una muerte, además de injusta, inmerecida porque nadie merece que se le mate por creer en Dios y por seguir a Cristo.

Porque el testimonio de aquellas personas que perdieron su vida para ganarla nos sirve a los que, ahora mismo, en estos días de desmemoria de Dios y de abandono de su Palabra, podemos reforzar nuestra forma de ser para querer seguir las huellas que dejaron, en el camino de sus vidas, una estela de luz que ilumine la nuestra, una esperanza (esa virtud que es la última que se pierde) que, a lo largo del tiempo, ha ido tejiendo, en la vida de la Santa Madre Iglesia, un vestido de corazón blando que surge del interior del ser que es templo del Espíritu Santo y que, desde él, promete disfrutar de las praderas del Reino definitivo de Dios.

Y, sin embargo, existe una

Evitación sistemática del martirio

Si bien ser discípulo de Cristo puede acarrear, como así ha sido a lo largo de la historia de la cristiandad, una muerte injusta por sostenerse sobre la misma creencia en el Mesías, no es poco cierto que existe, como dice el P. Iraburu, “innumerables apóstatas de nuestro tiempo” (23) que huyen del martirio porque “ha habido cristianos que han rechazado el martirio, avergonzándose de la Cruz de Cristo y quebrantando así el seguimiento del Redentor. Según tiempos y circunstancias, han sido llamados lapsi, caídos, apóstatas, cristianos infieles. En todos los tiempos los ha habido, y siempre los habrá, hasta que Cristo vuelva. Pero por lo que se refiere al rechazo del martirio en nuestra época, hay que hacer notar varias características propias:

–Primera. No se halla en la historia de la Iglesia un período en el que la apostasía haya sido tan numerosa como en nuestro tiempo. Son incontables los cristianos de nuestra época que han apostatado de la fe, que han despreciado los mandamientos de Jesús, que han aceptado el sello de la Bestia mundana en la frente y en la mano, en el pensamiento y la acción, y que se han alejado masivamente de la Penitencia y de la Eucaristía, es decir, que se han desconectado de la Pasión y Resurrección del Señor, abandonando así la vida de la gracia y de la Iglesia.

–Segunda. Es de notar que muchos de los apóstatas de nuestro tiempo han ido perdiendo su fe sin darse cuenta, sin renegar de ella conscientemente. La han ido perdiendo, en la mayoría de los casos, poco a poco, en una gradualidad casi imperceptible. Simplemente, se han mundanizado de tal modo en sus pensamientos y costumbres que, sin apenas notarlo, han dejado los sacramentos, los mandamientos, finalmente la fe, y han abandonado así, sin apenas trauma alguno, la Iglesia de Cristo. Viviendo según el espíritu del mundo, se han cerrado al Espíritu Santo. Y rechazando ser mártires, han venido a ser apóstatas; irremediablemente.

–Tercera. El gran crecimiento del pelagianismo y del semipelagianismo entre los católicos actuales ha dado a éstos una aparente «justificación» doctrinal y moral para evitar el martirio. Esta justificación ideológica del anti-martirio es relativamente nueva en la historia de la Iglesia, y por eso habremos de estudiarla con particular atención. En otros siglos, la negación del martirio era captada normalmente como un gran pecado de traición a Cristo y de abandono de la Iglesia. Hoy, por el contrario, el deber principal del cristiano y de la Iglesia es, al parecer, evitar el martirio. Y antes, por supuesto, evitar la misma persecución. Que ésta no se de

” (24).

Todo esto no vaya a creerse que se produce sin causa alguna y que pudiera decirse de tal forma de actuar que fuera propia de personas que, repentinamente, adoptan tal actitud. Nada de eso. Muy al contrario es la verdad de las cosas y, por ejemplo, en el “horror a la cruz” (25) o en la “seducción de un mundo lleno de riqueza” (26) se encuentran, seguramente como así lo entienden el P. Iraburu, las principales causas de lo que denomina la “evitación del martirio”.

Pero es que, además, realidades como el pelagianismo, el semipelagianismo y el liberalismo hacen todo lo posible para que la cruz y lo que la misma representa y supone, tenga la menor influencia en unas personas que, muy al contrario, la deberían tener como algo más (siendo esto importante) que un símbolo que seguir. Por ejemplo, en el segundo caso, el del liberalismo, “cuando el pensamiento filosófico y religioso del liberalismo alcanza a difundirse ampliamente en el mundo de antigua filiación cristiana por medio de las democracias liberales, el martirio va eliminándose de la vida del pueblo cristiano, porque habiéndose éste mundanizado, asimila unos marcos mentales –muchas veces inconscientes– que lo hacen prácticamente imposible” (27)

Lo que de verdad importa

Por más que haya católicos que huyen del martirio huyendo, en realidad, de la misma vida de fe que dicen tener, lo seguro y cierto es que el testimonio de la verdad es dado por otros muchos cristianos que no se dejan llevar por el mundo y hacen, del martirio, un ejemplo a tener en cuenta.

Así, “Los innumerables mártires del siglo XX, con la luz radiante de su testimonio, encarcelados, exilados, despojados, marginados, torturados, muertos, denuncian las tinieblas de tantas apostasías actuales, patentes o encubiertas” (28).

En realidad, lo que en este tema es más importante es recordar, y no olvidar, que “La Iglesia martirial, centrada en la Cruz, es fuerte y alegre, clara y firme, unida y fecunda, irresistiblemente expansiva y apostólica. ‘Confiesa a Cristo’ ante los hombres. Prolonga en su propia vida el sacrificio que Cristo hizo de sí mismo en la cruz, para salvación de todos” (29) pues, al fin y al cabo, los mártires, discípulos del mártir Jesucristo, son testigos de una forma de ser y de actuar que no es aceptada, en general, por el mundo y por eso el mismo trata de cercenar su vida mediante el expediente de la muerte provocada por la ira y el odio.

Y es que ser mártir por causa de la verdad tiene su razón de ser.

NOTAS

(1) El martirio de Cristo y los cristianos (M. C-c). 1, p, 5.
(2) Ídem nota anterior.
(3) M. C-c. 1, p, 6.
(4) M. C-c. 1, p, 9.
(5) Ídem nota anterior.
(6) Ídem nota 4.
(7) M. C-c. 1, p, 10.
(8) Ídem nota anterior.
(9) M. C-c. 2 p, 43.
(10) M. C-c. 2 p, 45.
(11) M. C-c. 2, p, 45-46.
(12) M. C-c. 2, p, 49.
(13) Ídem nota anterior.
(14) M. C-c. 2, p, 50.
(15) M. C-c. 2, p, 51.
(16) Ídem nota anterior.
(17) M. C-c. 6, p, 93.
(18) Ídem nota anterior.
(19) M. C-c. 6, p, 94.
(20) Ídem nota anterior.
(21) M. C-c. 6, p, 95.
(22) M. C-c. 7, p, 104.
(23) M. C-c. 7, p, 105.
(24) M. C-c. 7, p, 105-106.
(25) M. C-c. 7, p, 106.
(26) M. C-c. 7, p, 107.
(27) M. C-c. 7, p, 109.
(28) M. C-c. 8, p, 114.
(29) M. C-c. 8, p, 115.

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
antonio grande
Los cristianos españoles nos tenemos que tomár más en serio lo que somos. Tenemos que confesarnos mucho, que la gente se confiesa poco. Y significa que no hay conciencia de pecado. Y entonces todo lo demás sobra, o se convierte en meras palabras. Los cristianos españoles tenemos que obedecer a Jesucristo, osea asu Santa Iglesia. aquí cada quisqui va por libre. Y entonces todo es lío que a nadie convence.
16/07/11 10:02 AM

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