Serie José María Iraburu - 15- La adoración eucarística nocturna

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Desde el principio del cristianismo, la Eucaristía
es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia

La adoración eucarística nocturna (A.e-n)
1. Historia
José María Iraburu

Adoración eucarística

Adoración Nocturna

Es evidente que para un cristiano la Eucaristía es algo más que una reunión donde una persona, el sacerdote, recuerda el sacrificio de Jesucristo. Por eso “Desde el principio del cristianismo, la Eucaristía es la fuente, el centro y el culmen de toda la vida de la Iglesia” (1) y, por eso mismo, la adoración eucarística ha tenido, tiene y ha de tener, una notable importancia.

Es cierto, por eso mismo, que “En los siglos primeros, a causa de las persecuciones y al no haber templos, la conservación de las especies eucarísticas se hace normalmente en forma privada, y tiene por fin la comunión de los enfermos, presos y ausentes. Esta reserva de la Eucaristía, al cesar las persecuciones, va tomando formas externas cada vez más solemnes” (2). Dentro de la Misa “ya por esos siglos el cuerpo de Cristo recibe de los fieles, dentro de la misma celebración eucarística, signos claros de adoración, que aparecen prescritos en las antiguas liturgias” (3). Pero fuera de la Santa Misa la adoración eucarística ha tomado la forma, por ejemplo, de la que no es nocturna que es tema escogido por el P. Iraburu para escribir este libro porque no es poco importante que el cristiano no tenga a Cristo sólo como Alguien a quien tener presente en la celebración eucarística que se lleva a cabo dentro de un templo sino que, saliendo de las paredes que conforman al mismo también se le tenga en cuenta.

Eso pasaba, digamos, en los primeros siglos pero, a lo largo del tiempo y ahora mismo, “El movimiento litúrgico y el Magisterio apostólico, por obra como siempre del Espíritu Santo, al profundizar más y más en la realidad misteriosa de la Eucaristía, han renovado maravillosamente la doctrina y la disciplina del culto eucarístico” (4).

La causa de la importancia que tiene la Eucaristía para el discípulo de Cristo la define muy bien José Antonio Sayés cuando escribe que “La adoración, la alabanza y la acción de gracias están presentes sin duda en la trama misma de la ‘acción de gracias’ que es la celebración eucarística y que en ella dirigimos al Padre por la mediación del sacrificio de su Hijo.

Pero la adoración, que es el sentimiento profundo y desinteresado de reconocimiento y acción de gracias de toda criatura respecto de su Creador, quiere expresarse como tal y alabar y honrar a Dios no sólo porque en la celebración eucarística participamos y hacemos nuestro el sacrificio de Cristo como culmen de toda la historia de salvación, sino por el simple hecho de que Dios está presente en el sacramento…

Por otra parte, hemos de pensar que la Encarnación merece por sí sola ser reconocida con la contemplación de la gloria del Unigénito que procede del Padre (Jn 1,14)… La conciencia viva de la presencia real de Cristo en la Eucaristía, prolongación sacramental de la Encarnación, ha permitido a la Iglesia seguir siendo fiel al misterio de la Encarnación en todas sus implicaciones y al misterio de la mediación salvífica del cuerpo de Cristo, por el que se asegura el realismo de nuestra participación sacramental en su sacrificio, se consuma la unidad de la Iglesia y se participa ya desde ahora en la gloria futura (312-313)
” (5) porque, al fin y al cabo existe una relación directa entre “Devoción eucarística y esperanza escatológica” (6).

Tal relación importante y, en fin, lo que supone la devoción eucarística para el pueblo de Dios, fue recogida, tras el Vaticano II por el Ritual de la dedicación de iglesias y de altares cuando, por ejemplo, “después de la comunión, se incluye un rito para la ‘inauguración de la capilla del Santísimo Sacramento” (7).

A este respecto, entiende José María Iraburu que los movimientos que algunas personas hacen con intención de terminar con la piedad eucarística (recoge que “Ya en 1983 observaba Pere Tena: ‘sabemos y constatamos cómo en muchos lugares se ha silenciado absolutamente el sentido espiritual de la oración personal ante el santísimo sacramento, y cómo esto, juntamente con la supresión de las procesiones eucarísticas y de las exposiciones prolongadas, se considera como un progreso’ (209)” (8)) “no es un progreso, evidentemente, sino más bien una decadencia en la fe, en la fuera teologal de la esperanza y en el amor a Jesucristo por que, al fin y al cabo, es obligado, necesario por lo que supone y representa, que el cristiano o el cristianismo escoja entre secularización y sacralidad porque “El cristianismo secularizado, de claras raíces nestorianas y pelagianas, deja en la duda la divinidad de Jesús y la virginidad de María, busca la salvación en el hombre mismo, ignorando la necesidad de la fe y de la gracia para la salvación, olvida la vida eterna, y aleja al pueblo cristiano de la Misa y de los sacramentos, especialmente del sacramento de la penitencia” (9) y, “El cristianismo sagrado, por el contrario, el bíblico y tradicional, el propugnado por el Magisterio apostólico, confiesa firmemente a Cristo como verdadero Dios y verdadero hombre, afirma que su gracia es en absoluto necesaria para el hombre, y que su presencia en la Eucaristía, real y verdadera, debe ser adorada”. (10)

Así empezó todo

El 28 de agosto de 1847 Hermann Cohen es bautizado. Había nacido en 1840 en el seno de una familia judía de Hamburgo. Así relataba su conversión cuando en mayo del primer año citado arriba el príncipe de Moscú le pidió a Hermann que “le reemplace en la dirección de un coro de aficionados en la iglesia de Santa Valeria” (11). Dice que “una extraña emoción, como remordimientos de tomar parte en la bendición, en la cual carecía absolutamente de derechos para estar comprendido” (12). Pero “sin embargo, la emoción es grata y fuerte, y siente ‘un alivio desconocido” (13).

Sentía Hermann una emoción muy especial por el Santísimo Sacramento y dio en preguntar al Vicario General de Paris, Mons. De la Bouillerie si le permitiría imitar a unas mujeres que pasaban toda la noche ante el Santísimo Sacramento. Así nace la Adoración Nocturna, “con la intención, dice el acta de esta primera sesión, de fundar una asociación que tendrá por objeto la Exposición y Adoración Nocturna del Santísimo Sacramento, la reparación de los ultrajes de que es objeto, y para atraer sobre Francia las bendiciones de Dios y apartar de ella los males que la amenazan” (14).

Le llama, con toda justicia, el P. Iraburu a. P. Hermann (había ingresado en el Carmelo en 1849 donde fue ordenado sacerdote) el “apóstol de la Eucaristía” (15). Y trae a su libro un texto que no podemos dejar de hacerlo, aquí mismo, presente. Se llama “Cánticos al Santísimo Sacramento” que dicen lo siguiente:

“Jesús, adorado por mí, que me has conducido a la soledad para hablarme al corazón; por mí, cuyos días y noches se deslizan felizmente en medio de las celestiales conversaciones de tu Presencia adorable, entre los recuerdos de la comunión de hoy y las esperanzas de la comunión de mañana… Yo beso con entusiasmo las paredes de mi celda querida, en la que nada me distrae de mi único pensamiento, en la que no respiro sino para amar tu divino Sacramento…

¡Que vengan, que vengan los que me han conocido en otro tiempo, y que menosprecian a un Dios muerto de amor por ellos!… Que vengan, Jesús mío, y sabrán si tú puedes cambiar los corazones. Sí, mundanos, yo os lo digo, de rodillas ante este amor despreciado: si ya no me veis esforzarme sobre vuestras mullidas alfombras para mendigar aplausos y solicitar vanos honores, es porque he hallado la gloria en el humilde tabernáculo de Jesús-Hostia, de Jesús-Dios.

Si ya no me veis jugar a una carta el patrimonio de una familia entera, o correr sin aliento para adquirir oro, es porque he hallado la riqueza, el tesoro inagotable en el cáliz de amor que guarda a Jesús-Hostia.

Si ya no me veis tomar asiento en vuestras mesas suntuosas y aturdirme en las fiestas frívolas que dais, es porque hay un festín de gozo en el que me alimento para la inmortalidad y me regocijo con los ángeles del cielo. Es porque he hallado la felicidad suprema. Sí, he hallado el bien que amo, él es mío, lo poseo, y que venga quien pretenda despojarme de él.

Pobres riquezas, tristes placeres, humillantes honores eran los que perseguía con vosotros… Pero ahora que mis ojos han visto, que mis manos han tocado, que sobre mi corazón ha palpitado el corazón de un Dios, ¡oh, cómo os compadezco, en vuestra ceguera, por perseguir y lograr placeres incapaces de llenar el corazón!

Venid, pues, al banquete celestial que ha sido preparado por la Sabiduría eterna; ¡venid, acercaos!… Dejad ahí vuestros juguetes vanos, las quimeras que traéis, arrojad a lo lejos los harapos engañadores que os cubren. Pedid a Jesús el vestido blanco del perdón, y, con un corazón nuevo, con un corazón puro, bebed en el manantial límpido de su amor… “¡Venid y ved qué bueno es el Señor!” [Sal 33,9].

¡Oh Jesús, amor mío, cómo quisiera demostrarles la felicidad que me das! Me atrevo a decir que, si la fe no me enseñase que contemplarte en el cielo es mayor gozo aún, no creería jamás posible que existiera mayor felicidad que la que experimento al amarte en la Eucaristía y al recibirte en mi pobre corazón, que tan rico es gracias a ti!…” (16)

Adoración Nocturna

No es algo que, digamos, se hubiera inventado en aquel momento o, lo que es lo mismo, no es la Adoración Nocturna un descubrimiento de Hermann Cohen sino que, como bien dice el P. Iraburu, “Las vigilias mensuales de la Adoración Nocturna (=AN) continúan la tradición de aquellas vigilias nocturnas de los primeros cristianos, si bien éstos, como sabemos, no prestaban todavía una especial atención devocional a la Eucaristía reservada” (17) porque “En efecto, los primeros cristianos, movidos por la enseñanza y el ejemplo de Cristo –‘vigilad y orad’-, no sólamente procuraban rezar varias veces al día, en costumbre que dio lugar a la Liturgia de las Horas, sino que -también por imitar a Jesús, que solía orar por la noche (+Lc 6,12; Mt 26,38-41)-, se reunían a celebrar vigilias nocturnas de oración” (18).

Podemos decir, si nos queremos referir a los considerados fines de la Adoración Nocturna que estos son los mismos que los de la Eucaristía y que son, por ejemplo, “adorar con Cristo al Padre en ‘espíritu y en verdad’; ofrecerse con Él, como víctimas penitenciales, para la salvación del mundo y para la expiación del pecado; orar, permanecer amorosamente en la presencia de Aquel que nos ama…” (19).

Pero, además, también hay unos llamados “fines complementarios” como son, por ejemplo, “promover otras formas de devoción y culto a la sagrada Escritura, siempre dentro de la comunión de la Iglesia y la obediencia a la Jerarquía apostólica” (20).

Esto es, digamos, como planteamiento de carácter general porque a nivel propiamente dicho de la Adoración Nocturna, las personas que forman parte de la misma tienen que comprometerse a lo siguiente:

-Practicar con frecuencia las visitas al Santísimo y difundir esta preciosa forma de oración. Esto ha de ir por delante de todo. El adorador nocturno ha de ser también un adorador diurno.

-Conseguir que, según lo que dispone la Iglesia (Ritual 8; Código 937), haya iglesias que permanezcan abiertas durante algunas horas al día, de modo que no se abran sólo para la Misa o los sacramentos. Al menos en la ciudad y también en los pueblos más o menos grandes, en principio, es posible conseguirlo. Éste es un asunto muy grave. La vida espiritual del pueblo católico se configura de un modo u otro según que los fieles dispongan o no de templos, de lugares idóneos no sólo para la celebración del culto, sino para la oración. El Ritual de la dedicación de iglesias manifiesta muy claramente que las iglesias católicas han de ser «casas de oración».

-Procurar la dignidad de los sagrarios y capillas del Santísimo.

-Fomentar en la parroquia, de acuerdo con el párroco y en unión si es posible con otros adoradores, algún modo habitual de culto a la Eucaristía fuera de la Misa: exposiciones del Santísimo diarias, semanales o mensuales, celebración anual de las Cuarenta Horas, o en fin, lo que se estime más viable y conveniente.

-Promover en alguna iglesia de la ciudad alguna forma de adoración perpetua durante el día. Los adoradores activos, y también los veteranos, han de ofrecerse los primeros para hacer posible la continuidad de los turnos de vela.

-Cultivar grupos de tarsicios, es decir, de adoradores niños o adolescentes: animarles, formarles, guiarles en sus reuniones de adoración eucarística. San Tarsicio, en los siglos III-IV, fue un niño romano, mártir de la Eucaristía.

-Difundir la devoción eucarística en colegios católicos, reuniones de movimientos apostólicos, Seminario, ejercicios espirituales, catequesis, retiros y convivencias.

-Procurar que el Corpus Christi sea celebrado con todo esplendor, y guarde su identidad genuina, la que es querida por Dios, de tal modo que esta solemnidad litúrgica no venga a desvanecerse, ocultada por otras significaciones -por ejemplo, el Día de la Caridad
” (21).

Y si hablamos, del “Espíritu” que ha de manifestar la Adoración Nocturna, podemos decir que se concentra en la vocación (22), la fidelidad a la vocación (23), la fidelidad comunitaria al carisma original (24), la penitencia (25). Además, en la Adoración Nocturna, desde sus inicios se manifiesta una “grata fraternidad” (26) entre “jóvenes y ancianos, personas cultas y otras ignorantes, médicos, zapateros, funcionarios, campesinos, todos unidos en la celebración, primero, y en la adoración después de la Eucaristía, el sacramento de la unidad” (27), todo ello sin olvidar que la Adoración Nocturna está formada, en una gran mayoría de miembros, por “gente sencilla” (28) y, lo que es más importante, por una clara “sencillez” (29).

Por otra parte, la Adoración Nocturna “concentra su identidad en la celebración mensual de las vigilias nocturnas. El adorador se compromete a asistir durante el año a doce vigilias mensuales y a tres extraordinarias: Jueves Santo, Corpus y Difuntos.” (30)

Es la voluntad de Dios

Según entiende el P. Iraburu, la Adoración Nocturna tiene dos formas de manifestase: bien “decae y disminuye allí donde el amor a la Eucaristía se va enfriando en sus adoradores; donde una adoración de una hora resulta insoportable; donde los adoradores, entre una y otra vigilia, no visitan al Señor en los días ordinarios; donde la oración es muy escasa…” (31) o bien “crece y florece allí donde los adoradores mantienen encendida la llama del amor a Jesús en la Eucaristía, y viven con toda fidelidad las vigilas tal como el Manual y la tradición las establecen” (32).

Y es que, al fin y al cabo, “Dios ha concedido por su gracia a la Adoración Nocturna” (33) más de 160 años de existencia y eso debería ser razón y causa más que suficiente para su mantenimiento y gozo general del fiel católico.

NOTAS

(1) La adoración eucarística nocturna (A.e-n). I. 1, p. 3.
(2) Ídem nota anterior.
(3) A.e-n. I. 1, p. 4.
(4) A.e-n. I. 2, p. 20.
(5) A.e-n. I. 2, p. 24.
(6) A.e-n. I. 2, p. 27.
(7) A.e-n. I. 2, p. 29.
(8) A.e-n. I. 2, p. 30.
(9) Ídem nota anterior.
(10) A.e-n. I. 2, p. 30-31.
(11) A.e-n. II. 1, p. 33.
(12) Ídem nota anterior.
(13) Ídem nota 11.
(14) A.e-n. II. 1, p. 35.
(15) A.e-n. II. 1, p. 36.
(16) A.e-n. II. 1, p. 37.
(17) A.e-n. II. 2, p. 38.
(18) Ídem nota anterior.
(19) A.e-n. II. 2, p. 41.
(20) A.e-n. II. 2, p. 42.
(21) A.e-n. II. 2, p. 42-43.
(22) A.e-n. II. 2, p. 44.
(23) Ídem anterior.
(24) Ídem nota 22.
(25) A.e-n. II. 2, p. 45.
(26) Ídem nota anterior.
(27) Ídem nota 25.
(28) A.e-n. II. 2, p. 46.
(29) Ídem nota anterior.
(30) A.e-n. III. p. 49.
(31) A.e-n. II. 2, p. 48.
(32) Ídem nota anterior.
(33) Ídem nota 31.

Eleuterio Fernández Guzmán

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1 comentario

  
Luis López
Si hay una experiencia única y absolutamente enriquecedora de la fe, la esperanza y la caridad en nuestras vidas es irse "en una noche oscura" a cualquier capilla donde el Señor esté expuesto en Adoración, y quedarse con Él, en silencio (como no puede ser de otro modo), durante una hora por ejemplo. No hablándole, sino escuchándole. Es el mismo Cristo delante de nuestros ojos. ¡Qué divino privilegio, abierto a todo hombre, poder tenerle físicamente a unos metros de nosotros, a quien es nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida! Sentir que el alma se desnuda ante Él, y cómo actúa su misericordia y su amor, limpiándonos nuestras faltas y dándonos un corazón nuevo.

Abro ahora un libro sobre sermones de San Agustín y leo: "Ese pan que vosotros véis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo" (Sermón 227) y "reconoced en el pan lo que colgó del madero" (228).
09/07/11 12:37 PM

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