Vírgenes, advocaciones – Nuestra Señora Candelaria de Copacabana
Como es fácil de entender, si el Espíritu Santo sopla donde quiere y a quien le parece ilumina, exactamente podemos decir de la Madre de Dios que, allá donde bien le parece, da sentido a la vida de las personas.
Francisco Tito Yupanqui era miembro de una familia indígena de Bolivia que se había convertido al catolicismo pero que, como es fácil de imaginar, aún se aferraba a ciertas prácticas y creencias aimaras pues el corazón es tardo, en el ser humano, en mudar de fe.
Sin embargo, la Virgen María quería que la fe en ella y, así, en Dios, tomara asiento en aquella nueva tierra incorporada a la fe católica. Por eso una noche se apareció a Tito cuando se encontraba en su cuarto y le produjo tal impresión que supo, desde aquel instante, que su destino era hacer la imagen de aquella Señora.
Y así, con sus modestos conocimientos de escultura, la llevó a cabo. No gustó al párroco, lo que produjo en Yupanqui una gran perturbación espiritual lo que le llevó a pensar que tenía que mejorar su técnica de escultor.
Y con fe se propuso hacer tal cosa. Marchó a Potosí donde aprendió con el escultor Diego Ortiz.
Pero la creación de la imagen no fue nada fácil. Así, el historiador P. Antonio de la Calancha entiende que se debió a un milagro de Dios: “Sus primeros ensayos fueron para los cuerdos materia de irrisión y para los indevotos una materia de burla. El indio sufría los baldones y lloraba por no saber pintar. Dióle el cielo el ánimo, no el saber de aquel arte, sino el impulso que hacia entallador el deseo y su devoción permitía a su pintura hacer el retrato“