J.R.R. Tolkien – Ventana a la Tierra Media – Tolkien-Lewis: una íntima incomodidad

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Nadie puede negar, porque sería faltar a la verdad, que entre dos escritores como fueron J.R.R. Tolkien y C.S. Lewis había muchas similitudes y que, seguramente por eso, fueron muy amigos durante el tiempo que fueron amigos. Y no es que queramos echar, sobre tal amistad, ninguna palada de tierra como para taparla sino que así fueron las cosas cuando así fueron. 

Que ellos se encontraran muchas veces causado esto por sus propios trabajos y, digamos, aficiones literarias, era de lo más normal y otra cosa no podía esperarse. De todas formas, aquí mismo se va a comprobar que el que esto escribe no se conoce al dedillo sus vidas, digamos, con pelos y señales pero sí, al menos, lo que en este caso toca y corresponde acerca de la tirantez que podía haber entre los dos escritores ingleses: católico uno, hereje el otro.

Es cierto, según tenemos entendido, que, por decirlo así, los dos amigos se “repartieron” los temas para escribir. Sin embargo, podemos decir que ahí surgieron, digamos, las pegas que Tolkien ponía a la obra de su amigo Lewis por mucho que entendiera que pudiera ser muy seguida por una legión grande de lectores. 

Lo que ha de ser más que cierto es que, digamos, el “pique” que llevaban nuestros dos autores tenían que ver mucho con las Crónicas de Narnia de C.S. Lewis y la obra de J.R.R. Tolkien pero, sobre todo, con El Señor de los Anillos. 

Esto que decimos puede parecer fuera de lugar pero no es un secreto que el mismo Tolkien diría eso acerca de su amigo Lewis. 

JRR Tolkien y CS Lewis: una amistad legendaria – SpainWars

El caso es que había, sobre todo, algo que no podía dudar de ninguna de las maneras y, seguros estamos de ello, que ninguno de ellos ponía en duda. Y es que lo mismo que ahora mismo hay muchos autores de este tipo de literatura que reconocen la influencia de Tolkien en su obra (para ejemplo, el de Juego de Tronos… ¡faltaría más!) podía decir otro tanto, y seguro que lo dijo, el anglicano al respecto de la obra del católico. Y eso, a lo mejor, era algo sobre lo que Tolkien podían enorgullecerse pero, ¡qué diantre!, también era algo que lo podía poner, digamos, algo de nos nervios. Y nos explicamos. 

Esto de arriba lo decimos por dos cosas que, como realidades propias de quien escribe, en este caso Tolkien padre, son el meollo de la íntima incomodidad que separaba a uno de otro. Y son, a saber, las que siguen: 

1. El uso de la alegoría por parte de Lewis. 

2. El inaudito escaso tiempo que había empleado el anglicano en escribir sus Crónicas de Narnia (en todos los tomos, queremos decir en los 7) pues los escribió todos entre 1950 y 1956. 

Es bien cierto que esto pudiera parecer pura manía personal en cuanto a qué se quiere escribir y qué capacidad se tiene para hacerlo. 

En el primer caso, es bien cierto que el profesor de Oxford, Tolkien (pues el otro autor también bregó en aquella Universidad) podía tener sus gustos personales a la hora de hacer uso, o no, de la alegoría en su obra. Pero, es bien cierto que defendió a capa y a espada (nunca mejor dicho tratándose de él) que nunca escribió en tal sentido y que huyó todo lo que pudo de hacer uso de la alegoría. Al contrario, claro está, es lo que hizo C.S. Lewis en sus Crónicas de Narnia donde la alegoría campa por sus páginas como Aslan el león lo gobierno como alegoría de Cristo. 

De todas formas, a nosotros no nos extraña nada de nada que Tolkien echara en cara eso del sentido alegórico de la obra de su amigo porque le podía quitar cierta, digamos, neutralidad al respecto de lo que quería decir. Es más, si Lewis imprimía, con la alegoría, un sentido plenamente religioso, digamos, en la superficie de su obra, lo que hizo Tolkien fue ir mucho más allá de eso porque, sin ser tan evidente lo que quería decir, bien que lo dijo sin decirlo, si ustedes nos entienden… Y, para eso, hace falta mucho más que osadía. 

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Por otra parte, lo que podía sacar de quicio (y, seguro que lo sacó, al menos en la intimidad) a Tolkien fue el tiempo que tardó su amigo en escribir, publicar y difundir sus Crónicas de Narnia.  Y es que arriba ya hemos apuntado que lo hizo todo eso en escasos siete años, digamos que libro por año. 

Esto podría significar que Lewis era muy prolífico y que tenía cierta facilidad para escribir. Y eso es más que cierto porque las pruebas demuestran que, en efecto, así es y así fue. De otra forma, no podía haber hecho lo que hizo. Y eso ha de tener su mérito que no podemos dejar de reconocer. 

¿Por qué decimos, sin embargo, que eso podía exacerbar a Tolkien? 

Quien haya leído las Cartas de nuestro profesor sabrá perfectamente lo que le costó, primero, escribir El Señor de los Anillos e, incluso, lo que de El Silmarillion pudo enviar para que fuese leído para ver si podía publicarse. Es decir, el proceso de “dar a la luz” (valga tal expresión) su, para entonces, obra escriba, no fue precisamente un camino de rosas sino, al contrario, de muchos obstáculos, incomprensiones y espinas. 

El caso es que podemos imaginar a Tolkien repensando todas las veces que le había leído a Lewis parte de su obra, la que llevaba escrita, y a su amigo empapándose, poco a poco, del sentido primigenio de la misma. ¿Es que, acaso, no podía sentirse molesto por el resultado de uno y de otro autor? ¿No lo había pasado más que mal Tolkien para ver publicado su Señor de los Anillos mientras que Lewis seguía un perfecto camino de rosas? ¿Acaso tuvo que ver, también en esto, que, en Inglaterra, uno fuera anglicano y otro católico…? 

Podemos ver, por tanto, que nuestro autor preferido, a saber J.R.R. Tolkien puede estar (donde se encuentre, que queremos sea el Cielo) tenía razones más que suficientes, aunque fueran muy personales y particulares, para sentir una íntima incomodidad con su amigo C.S. Lewis. Pero, y por nuestra parte, no podemos dejar de reconocer que la hondura (en cuanto a diferencia de esta) de la obra de Tolkien, al respecto de la de su amigo, es tan abrumadora que, sin duda alguna, le damos las gracias por su esfuerzo. 

Y es que, en el fondo, esto es como echarse al gaznate un sandwich (por decir algo genuinamente inglés) o una paella valenciana hecha a la leña. Vamos, como que no… 

Y sí, las dos son comida pero no podemos negar que hay tal diferencia entre una y otra como entre la obra de C.S. Lewis (la fantástica, no la apologética cristiana, claro está) y la de J.R.R. Tolkien. Y ya podemos imaginar quien sería, aquí, el sandwich y quién la paella valenciana… sin “cosas extrañas” que, para eso, ya está Juego de Tronos… 

  

Eleuterio Fernández Guzmán Erkenbrand de Edhellond

 

Panecillos de meditación

Llama el Beato Manuel Lozano GarridoLolo, “panecillos de meditación” (En “Las golondrinas nunca saben la hora”) a los pequeños momentos que nos pueden servir para ahondar en determinada realidad. Un, a modo, de alimento espiritual del que podemos servirnos.

Panecillo de hoy:

Hay mundos que, sin duda alguna, nos llevan más lejos del que vivimos, nos movemos y existimos.

…………………………….
Para leer Fe y Obras.

Para leer Apostolado de la Cruz y la Vida Eterna.

2 comentarios

  
Arthur Charlan
Como siempre un honor leer tus escritos sobre Tolkien.

EFG

Gracias, pero el mío al respecto de su lectura por ti también lo es.
12/06/20 12:24 AM
  
Tulkas
Es cierto, Las Crónicas de Narnia, pese a ser de buena calidad literaria y conmovedoras a ratos no pueden compararse en nada a la mitología de Tolkien.

Pero la grandeza cristiana de LCdN está en las respuestas antitéticas que ha levantado, como la obra de Pullman, que es un anti-Narnia que alcanzó enorme difusión.

También es verdad que Lewis es incomparable como divulgador de la Fe.
13/06/20 10:22 AM

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