Meditaciones de Cuaresma - Tiempo de esperanza

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Aquellos creyentes católicos que tenemos fe en Dios Todopoderoso (y la tenemos porque ha dado muestras más que suficientes para una tal verdad) sabemos que hay, por decirlo así, dos esperanzas fundamentales en nuestro itinerario espiritual.

Con esto queremos decir que existe la esperanza que se manifiesta en Adviento y la que hace lo propio en Cuaresma.

Ciertamente, cualquiera podría decir que se trata de dos momentos espirituales bien distintos. Y eso es totalmente cierto. Sin embargo, no podemos negar que, siendo el sujeto activo la misma persona (en este caso Dios hecho hombre) ha de ser verdad que la esperanza ha de tener mucha relación o, lo que es lo mismo, que se trata de la misma gozosa y esperada esperanza.

Sí, Jesucristo es el tal sujeto activo del que hablamos antes. Y es que tanto en el tiempo de Adviento como el de Cuaresma es el Hijo de Dios a quien se refiere nuestra fe: en el primer caso, esperamos que nazca la esperanza del mundo; en el segundo caso, la esperanza ya no cifra, claro, en el nacimiento y venida al siglo sino al nacimiento a la vida eterna tras la muerte de Aquel que vino a darlo todo por sus hermanos los hombres.

Vemos, por tanto, que es momento de esperanza el nacimiento del Mesías y es tiempo de esperanza la espera de la apertura del Cielo mediando el sacrificio real del Hijo de Dios, la aceptación de su sangre por parte de su Padre y, por fin, la resurrección grandemente merecida y esperada según lo dicho por el Emmanuel.

Sin embargo, no podemos negar que la esperanza, con ser la misma en cuanto a sujeto activo es distinta en cuanto a efectos que produce en nosotros, hermanos de Jesucristo especialmente beneficiados por su todo Ser divino.

En efecto, ahora mismo, en el tiempo de Cuaresma, no es equivocado decir que la esperanza se centra en mucho como, por ejemplo, en:

  • Esperar que Dios sepa entender nuestras caídas y pecados.
  • Esperar que el Todopoderoso admita nuestra petición de perdón (si la hacemos, claro).
  • Esperar que el Creador no se arrepienta (como ya hizo antes del diluvio universal) de habernos creado.
  • Esperar que la sangre de Jesucristo sirva para lavar nuestros errores y fallos espirituales.
  • Esperar que el recuerdo de la Pasión de Nuestro Señor no sea escondido debajo de ningún celemín.
  • Esperar que las enseñanzas del Hijo de Dios no caigan en saco roto.
  • Esperar que seamos capaces de no reincidir en el pecado.
  • Esperar que este tiempo sea, verdaderamente, de conversión del corazón.
  • Esperar que seamos capaces de gozar, también, en el sufrimiento para completar los que fueron de Cristo.
  • Esperar que no caigamos en las asechanzas y tentaciones del Enemigo.
  • Esperar que nuestros hermanos los hombres comprendan la necesidad que tienen de Jesucristo.
  • Esperar que sepamos y queramos perdonar.
  • Esperar que queramos dejarnos conducir por la Luz del mundo.
  • Esperar que queramos esperar…

Seguramente sería fácil alargar mucho la relación, digamos, de esperanzas que aquí hemos traído. Sin embargo, siendo eso propio de cada cual (según su particular experiencia espiritual y Pascual ) no es menos cierto que en esto de la esperanza, existen unas generales de la Ley que sirven para todo aquel que se diga hijo de Dios y sea piedra vida de la Esposa de Cristo que son, a saber:

1. Dios confía en su descendencia.

2. La descendencia de Dios confía en su Creador y Padre.

3. El creyente católico espera, y siempre esperará con esperanza, el cumplimiento de las promesas del Todopoderoso.

Podemos decir que estos tres principios, tres normas espirituales, son tan básicas en este tiempo de Cuaresma, que son la forma más poderosa de comprender qué supone que Dios se hiciera hombre, naciera pobre, viviera como pobre, predicara como pobre (no tenía ni donde recostar la cabeza), se dejara matar de forma infame y, por fin, pidiera perdón a su Padre e intercediera (¡encima intercediera!) por aquellos que lo estaban martirizando (pues era un puro y exacto mártir como testigo de Dios en el mundo). Y es que resulta muy difícil ser más Verdad, ser más Camino y ser más Vida… eterna.

La esperanza, podríamos decir para terminar, es aquello que nos sirve para caminar y para no equivocar nuestro paso. Y es que la misma nos viene la mar de bien para sostenernos ante las tribulaciones (esperamos en Dios) y, también, nos empuja hacia arriba (hacia el Cielo donde está nuestro Creador) porque sólo mirando al Todopoderoso puede conseguir, en nosotros, que seamos capaces de mirar la sangre de su Hijo y decir, con valentía (según están las cosas en el mundo) que por nada del mundo vamos a perder aquello que nos sirve para ser, como diría San Josemaría, hombres de criterio y que el mismo no sea equivocado sino plenamente acertado. 

 

 

Eleuterio Fernández Guzmán

Nazareno

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Tiempo de espera y de esperanza es la Cuaresma.

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