Un amigo de Lolo - La Justicia de Dios

Hoy es San Ignacio de Loyola.

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Por la libertad de Asia Bibi y Youcef Nadarkhani.

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Manuel Lozano Garrido

Presentación

Yo soy amigo de Lolo. Manuel Lozano Garrido, Beato de la Iglesia católica y periodista vivió su fe desde un punto de vista gozoso como sólo pueden hacerlo los grandes. Y la vivió en el dolor que le infringían sus muchas dolencias físicas. Sentado en una silla de ruedas desde muy joven y ciego los últimos nueve años de su vida, simboliza, por la forma de enfrentarse a su enfermedad, lo que un cristiano, hijo de Dios que se sabe heredero de un gran Reino, puede llegar a demostrar con un ánimo como el que tuvo Lolo.

Sean, las palabras que puedan quedar aquí escritas, un pequeño y sentido homenaje a cristiano tan cabal y tan franco.

La Justicia de Dios

“Aparta la palabra ‘justicia’ y si lo que te queda es misericordia, gozo y esperanza, esa es la eterna del Padre”
Manuel Lozano Garrido, Lolo
Bien venido, amor (25)

El ser humano, creación de Dios, se siente más o menos tranquilo con el sistema que ha ideado a lo largo de los siglos para encarar las dificultosas situaciones por las que puede pasar una persona o un grupo de personas ante lo que les pueda acaecer.

Así, se ha ido conformado toda una reglamentación que se dio en llamar justicia en cuanto trata de dar a cada uno lo suyo y reestablecer lo que de injusto (por lo contrario) se haya podido producir. Se repara, suele decirse, el daño causado y, al parecer, el hombre, especie que en ocasiones se manifiesta en contra de la ley establecida, da la impresión de que descansa un poco sabiendo que, al menos, algo se ha podido subsanar.

Se suele decir, a este respecto, que la justicia humana tiene muy claro qué pretende: toda acusación, confesada o arrebatada a la voluntad contraria a llevarla a cabo, corresponde determinado castigo, bien sea económico, de privación de libertad o de ambas posibilidades a la vez.

A esto, salvo pensamientos contrarios a la existencia misma de la justicia, nadie suele oponerse aunque en más de una ocasión se produzcan grandes lamentaciones públicas y privadas cuando, ante la aberrante actuación de algún ser humano que sólo tiene de tal la apariencia física, la justicia responde con pocas energías.

En eso también somos humanos y, a veces, con demasiada blandenguería ideológica que lleva a mal traer el devenir de la sociedad que nos ha tocado vivir.

Sin embargo, las personas que creemos y confiamos en Dios sabemos que las cosas, a este respecto, son muy diferentes cuando contemplamos la existencia de la justicia divina que, en manos del Creador, toma otro cariz muy, pero que muy distinto.

Se suele decir que mientras que en justicia humana toda confesión (de acto u omisión contrarios a la ley) supone una condena inmediata, en la que es divina toda confesión supone la imposición, también inmediata, del perdón.

Es más que posible que una persona, llevada por no haber sido capaz de entender el funcionar de la justicia de Dios, malpiense al respecto de que, quizá, basta con acudir al Sacramento de la Penitencia para quedar liberado, espiritualmente, de cualquier fechoría llevada a cabo.

Y eso, así dicho, es exactamente cierto aunque no vaya a creerse que quedar liberado espiritualmente puede querer decir que se haya redimido el castigo civil.

Y, sin embargo, resulta maravilloso considerarse hijo de Dios y verse, caminando hacia su definitivo Reino, en la seguridad de saberse protegido por un Dios justo que no tiene en cuenta las tergiversaciones humanamente esperables para aplicar su justicia.

El Creador es Misericordioso y, por eso, actúa con tal virtud sobre nuestras atribuladas y pecadoras vidas; goza al saber que comprendemos su perdón y que nos hacemos firme propósito de enmienda y, también, mantiene esperanzado su corazón porque, al igual que nos sabe capaces de lo peor, reconoce en nosotros la luz que dejó allí puesta cuando fuimos concebidos y que llamamos Espíritu. Por eso en Dios es más importante ver lo que en lo secreto de nuestro corazón ve donde encuentra, aunque nosotros no seamos capaces de tanta finura espiritual, un fondo amoroso y de entrega al prójimo. Allí reside, como en un templo, la Tercera Persona de la Santísima Trinidad y desde allí, desde allí mismo, nos encaramos con el mundo con espíritu franco y, a veces, sereno.

Confiamos, eso sí, en que cuando nos llegue el momento de presentarnos ante Su tribunal, nuestro Ángel Guardián (también llamado Custodio) sepa defender a su protegido como Dios quiera que lo defienda y que no puede ser de otra forma que con verdad y con conocimiento perfecto de la voluntad del Todopoderoso.

Preparémonos, pues, para tan grave momento de la mejor forma posible.

Beato Manuel Lozano Garrido, Lolo, ruega por nosotros.

Eleuterio Fernández Guzmán

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