Benedicto XVI y las sectas (2)

Después de haber visto cómo aborda Benedicto XVI el desafío que las sectas plantean a la pastoral de la Iglesia desde el punto de vista de la Sagrada Escritura, acerquémonos a otra exhortación apostólica postsinodal en la que también aparece el tema. Estamos hablando, pues, de un documento con el mismo valor magisterial que tenía el anterior. Se trata de la exhortación Africae munus, publicada en 2011, dos años después de la celebración de la asamblea especial para África del Sínodo de los obispos. El tratamiento del fenómeno sectario en este texto puede sorprender a muchos, ya que está extendida la idea de que el continente más afectado por las sectas desde la perspectiva eclesial es América del Sur, pero aquí nos damos cuenta de la magnitud de este problema en África.

El Papa alemán dedica un número completo de Africae munus a este tema. Así, leemos que “en África han surgido también en los últimos decenios muchos movimientos sincretistas y sectas” (n. 91), y que “a veces es difícil discernir si son de inspiración auténticamente cristiana o simplemente fruto del capricho de un líder que pretende poseer dones excepcionales”, dando pie a la confusión de la gente. ¿Los factores que provocan este florecimiento? Se refiere a tres, tanto sociales como eclesiales: “estructuras estatales en elaboración, la erosión de la solidaridad familiar tradicional y una catequesis insuficiente”. Es en este contexto en el que “numerosas sectas explotan la credulidad y ofrecen un respaldo religioso a creencias religiosas multiformes y heterodoxas no cristianas. Destruyen la paz de los cónyuges y sus familias a causa de falsas profecías y visiones. Seducen incluso a los políticos”. El panorama es, pues, bastante negativo.

Después de este sintético repaso de la realidad y juicio severo, Benedicto XVI plantea a la Iglesia la necesidad de actuar, de responder al desafío de las sectas. “La teología y la pastoral de la Iglesia debe individuar las causas de este fenómeno, no sólo para frenar la ‘sangría’ de fieles de las parroquias que se van a otros grupos, sino también para constituir la base para una respuesta pastoral apropiada, en vista de la atracción que estos movimientos ejercen sobre ellos. Esto significa, una vez más: evangelizar en profundidad el alma africana”. Como dijo repetidamente Juan Pablo II en tantas ocasiones, lo verdaderamente importante no es que las sectas sean una competencia religiosa para la Iglesia católica, sino que han de verse como un resorte para plantearse en serio el reto de la nueva evangelización, de hacer que la persona pueda tener una experiencia de encuentro con Cristo.

En otro lugar de la exhortación, cuando se dirige de forma directa a los jóvenes africanos, enumera algunas realidades negativas ante las que se encuentran, cuando señala que “pueden tentaros reclamos de todo tipo: ideologías, sectas, dinero, drogas, sexo fácil o violencia” (n. 63). Y les advierte, seguidamente: “estad alerta: quienes os hacen estas propuestas quieren destruir vuestro porvenir”. Como antídoto, el Papa los llama a una madurez integral, explicando que “para alcanzar el discernimiento, la fuerza necesaria y la libertad para resistir a esas presiones, os animo a poner a Jesucristo en el centro de toda vuestra vida mediante la oración, y también mediante el estudio de la Sagrada Escritura, la práctica de los sacramentos, la formación en la Doctrina social de la Iglesia, así como a participar de manera activa y entusiasta en las agrupaciones y movimientos eclesiales”.

Aunque no emplee más el término “sectas”, sí se refiere en este documento a otras realidades relacionadas, y que podemos englobar bajo el término complejo y amplio de “nueva religiosidad”. En primer lugar, habla en el n. 90 de las denominadas “iglesias autóctonas africanas” o grupos cristianos independientes, que han surgido del seno de las Iglesias históricas asumiendo rasgos propios del alma del continente. Es un verdadero desafío ecuménico, porque introducen elementos nuevos en este empeño por la búsqueda de la unidad de los cristianos, y es necesario el discernimiento. Aunque el pontífice no lo comenta, es cierto que se hace difícil distinguir el carácter cristiano o no de cada movimiento, si se ha de catalogar como comunidad eclesial, como secta o como realidad sincretista.

Además, Africae munus contiene una valoración de las llamadas “religiones tradicionales africanas” (n. 92), siguiendo los criterios principales del acercamiento católico a las religiones no cristianas. Benedicto XVI señala que se trata de una amalgama de elementos espirituales que forman el humus en el que viven su fe los cristianos africanos, por lo que es preciso conocer “los verdaderos puntos de ruptura”, distinguiendo qué es cultura y qué es culto en cada momento y lugar. Eso sí, hay que rechazar de forma tajante “los elementos mágicos, causa de división y ruina en la familia y en la sociedad”. Junto a esta valoración negativa encontramos también una llamada a aprovechar lo que no contradiga a la fe cristiana, con vistas a la inculturación del evangelio, por lo que la Iglesia podría examinar “ciertos elementos de las culturas tradicionales africanas que son conformes con las enseñanzas de Cristo”.

Acto seguido, en el n. 93 el Papa observa la vinculación entre esta religiosidad africana y el fenómeno contemporáneo que se constata de “un cierto recrudecer de la hechicería. Renacen los temores y se crean lazos de sujeción paralizante. Las preocupaciones sobre la salud, el bienestar, los niños, el clima, la protección contra los malos espíritus, llevan en ocasiones a recurrir a prácticas tradicionales de las religiones africanas que están en desacuerdo con la enseñanza cristiana”. Se señala, a continuación, cuál es el reto, y cuál ha de ser la respuesta de la Iglesia: “el problema de la ‘doble pertenencia’ al cristianismo y a estas religiones sigue siendo un desafío. Para la Iglesia en África, es necesario guiar a las personas a descubrir la plenitud de los valores del Evangelio, mediante la catequesis y una profunda inculturación. Conviene determinar cuál es el significado profundo de las prácticas de brujería, identificando las implicaciones teológicas, sociales y pastorales que conlleva este flagelo”. (Continuará).

Luis Santamaría del Río

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