A vueltas con la reencarnación (y 4)

Retomo la serie de reflexiones acerca de la difusión actual de la creencia en la reencarnación (ver partes 1, 2 y 3), interrumpida por otras cuestiones relativas al mundo de las sectas y la nueva religiosidad, para concluirla con este artículo. Un tema, este de la reencarnación, que, como hemos podido ver, tomado del bagaje religioso que nos viene del Oriente, destaca hoy en el panorama de propuestas “espirituales” de la Nueva Era. Pero, pensándolo más despacio, este producto tan exótico del supermercado de sentido ante cuyos expositores desfilan muchos consumidores de lo sagrado… ¿no es algo extraño y distante a la cosmovisión occidental, marcada por el cristianismo? Aquí tengo que decir que estoy de acuerdo con el cantautor Joaquín Sabina, a quien cito como representante de la cultura, y no precisamente como Padre de la Iglesia, cuando dejaba clara esta extrañeza y distancia de forma bien sencilla en su canción “La del pirata cojo”, al decir que “sale gratis soñar y no creo en la reencarnación”. Una cosa es la fantasía, y otra bien distinta el afirmar con vehemencia la realidad de vidas anteriores.

Y si vamos al meollo de la cuestión, nos encontramos con una confrontación directa entre la afirmación oriental de la transmigración de las almas y la creencia en la resurrección propuesta por la fe cristiana. Es el caso más claro de incompatibilidad de doctrinas, puesto que se predican dos destinos distintos para el hombre tras su muerte. Y, al menos en el caso cristiano, no toca un elemento superficial, sino al corazón de la fe cristiana, que proclama a Jesús de Nazaret como el Hijo de Dios hecho hombre tras la experiencia fundante de su misterio pascual, es decir, de su muerte y resurrección. Como bien señalaba san Pablo, “si Cristo no ha resucitado, vana es entonces nuestra predicación, y vana también es vuestra fe” (1 Cor 15,14). La confesión cristiana de la fe incluye la resurrección como algo central.

Recordemos que la metempsicosis –en su origen– se enmarca en una doctrina que comprende el tiempo y la historia como una sucesión de ciclos cósmicos. La resurrección, por el contrario, supone una concepción lineal del transcurso del tiempo, que nace de un origen determinado y tiene por ello un fin. Aunque su destino sea la eternidad más allá de todo espacio y tiempo. Éste es el lugar de la vida del hombre para la fe cristiana. Toda persona es creada por amor, pensada por Dios y llevada a la existencia por ese amor personal en el momento de la concepción. Y, terminado el camino por los senderos del mundo, está llamada a participar de la comunión con la vida de Dios. Un origen y un destino. Nada de vueltas y vueltas de existencia en existencia. Por eso, ¿cómo puede haber gente que defienda la compatibilidad de ambas doctrinas?

Y no hablo sólo de cuestiones teológicas abstractas. Creer en una u otra opción escatológica determina una forma diferente de vivir. Me explico. Es verdad que la reencarnación oriental clásica trae como consecuencia una moral exigente, debido a la posibilidad de descender en el “escalafón existencial”, reencarnándose el individuo en una forma de vida menor o peor. Sin embargo, como ya vimos, la versión neorreligiosa es tremendamente optimista y nos dirige siempre hacia un perfeccionamiento progresivo. Si vamos al fondo, éste es el efecto natural en la praxis humana: no hay nada irrevocable en la vida, todo puede revisarse, dado que siempre habrá más oportunidades. Y me parece a mí que así queda una moral muy exigua, que depende del convencimiento de cada uno.

De esta manera se banaliza la muerte, que no es un tránsito definitivo. Una muerte más en la propia vida, y ¡hala, a por otra!, si se me permite la expresión. Y se banaliza la vida, pues cada acto nuestro no es vinculante. Sin embargo, la fe en la resurrección, que no nace de la reflexión humana ni de la constatación empírica, sino del acontecimiento único de la glorificación de Jesucristo tras su pasión y muerte, dignifica la muerte y dignifica la vida, al ensalzar la vida y muerte del Hijo de Dios, dotándolas de esperanza y de sentido, de potencia de eternidad. Como señala la Carta a los Hebreos, “está establecido que los hombres mueran una sola vez, y luego el juicio” (Heb 9,27). Algunos que se dicen católicos afirman también creer en la transmigración de las almas… ¡que lean la Escritura, y piensen si se puede acompasar todo esto!

El Dios revelado definitivamente en Jesucristo es un Dios personal que ama y salva a cada hombre personalmente. Su compromiso con él es definitivo. El triunfo que ha protagonizado Jesús sobre la muerte, repercute sobre todas las personas, y en último término sobre todo lo que existe. Es cabeza de la humanidad nueva, y por medio del Espíritu vivifica a esta humanidad, que muere por el pecado pero resucitará en los cuerpos mortales. De ahí que hablemos sin miedo de “la resurrección de la carne”. Como dijo una de las niñas protagonistas de la serie televisiva española “El Internado”, cuando un profesor le explica, ante su ansia infantil de saber, qué es la reencarnación: “yo no quiero ‘encarnarme’, yo quiero ir al cielo como hace todo el mundo”. Y yo lo suscribo.

Luis Santamaría del Río
En Acción Digital

1 comentario

  
rastri
Así como el justo que en justicia muere ratifica su evolución resucitando al final de los tiempos;
Así el injusto que en justicia muere ratifica su involución muriendo al final de los tiempos.

Y el justo racional evolucionará hasta ser y sentir como ángel; Y el injusto irracional involucionará hasta ser y sentir como animal.

Y habrá quienes tanta será su injusticia que en su profunda irracionalidad -muertos- involucionarán hasta verse y sentirse como vegetal, o mineral.

Y habrá quien por su irracional injusticia caído en definida involutiva muerte de mineral, vegetal; o animal: tendrá que volver a vivir y justificarse a partir de su nueva evolución mineral, vegetal; o de animal irracional a animal racional.

03/05/10 11:15 PM

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