(319) Las familias católicas: catacumba y trinchera
Los herejes no descansan, no. No se deprimen, no bajan los brazos: su motor es la mismísima destrucción de la fe, y hasta los hay que tal vez creen que aportan algo bueno, pero tienen totalmente distorsionada la idea del bien. Centrados en su ombligo, lo identifican con su parecer, no con algo objetivo, y como buenos hijos de la modernidad, el “todo cambia” es su estribillo y anestesia.
Por nuestra parte, si perdemos de vista la verdad irrebatible de que estamos en guerra, ya hemos sido vencidos, porque colgamos las armas, dejamos que éstas se enmohezcan, y le cedemos la plaza en bandeja al Enemigo.
Y no es un chiste, ni mera metáfora. Porque “la plaza” en cuestión es nada menos que la Sangre de Cristo, y las almas que nos han sido encomendadas.