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3.09.14

(48) Ante ecumaniáticos e idólatras, el mástil de la Cruz

cruzenbruma

“No, Venerables Hermanos, no hay verdadera fraternidad fuera de la caridad cristiana,
que por amor a Dios y a su Hijo Jesucristo, nuestro Salvador, abraza a todos los hombres,
para ayudarlos a todos y para llevarlos a todos a la misma fe ya la misma felicidad del cielo.
Al separar la fraternidad de la caridad cristiana así entendida, la democracia,
 lejos de ser un progreso, constituiría un retroceso desastroso para la civilización.”
(S.Pío X, Notre charge apostolique)

Ya se sabe que el sistema demoliberal es un circo que sirve de pantalla a todos los abusos y atropellos, siempre que se esgrima convenientemente el banderín de la libertad. No me detendré aquí en el abismo que separa la concepción de libertad cristiana (que no es un fin en sí misma sino un medio, orientado a un bien objetivo y verdadero) y la que tiene de ella el liberalismo, que con matices, podemos sintetizar en un mayor o menor desprecio del bien común, la caridad y la justicia, para que el egoísmo y las pasiones reinen a sus anchas. Y como las pasiones son ciegas, uno nunca sabe hacia qué remotos horizontes de estulticia y ridiculez puedan conducirnos si las divorciamos del Bien y la Verdad. Hoy puede llevarnos al “matrimonio” con las libélulas o con la torre Eiffel; mañana a la proclamación de los DCM (derechos civiles de los moluscos), o a la incineración forzada de los que tienen improductivo el brazo izquierdo, o a la educación obligatoria y universal del “reggaeton”… Pero la  risa deviene llanto cuando los que promueven ese tipo de “cultura” se dicen católicos sin que nada les haga cosquillas.

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23.08.14

(47) Fe y Patria -maestros y testigos del catolicismo argentino-

EFC2014

Este es el tema general que hemos elegido para el XVII Encuentro de Formación Católica de Buenos Aires. Mientras algunos medios se complacen en enaltecer a personajes bastante dudosos como modelos históricos, en una época en que la virtud de la esperanza sufre no pocas asechanzas, nos ha parecido conveniente recordar y brindar nuestro sincero homenaje a una serie de católicos que sin duda han sido un verdadero don para la Argentina.

Una serie de figuras que han formado a generaciones en el Bien, la Verdad y la Belleza sin renuncias de tiempo, honores y  riquezas personales, e incluso en ciertos casos hasta de su propia vida, como es el caso de Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri, cuyo 40º aniversario de martirio conmemoramos este año. Aunque por políticamente incorrectos (pues las organizaciones de sus asesinos –erp y montoneros- hoy están en el gobierno), no se oiga habitualmente hablar de ellos de manera “oficial”, lo cierto es que no puede usarse otro término para el tipo de muertes que ellos sufrieron en 1974, uno al salir de su casa para ir a Misa, y el otro al salir de ella, delante de toda su familia (7 hijos pequeños). A pocos días de sucedido, se recibió la siguiente e irónica esquela en la redacción de la revista Cabildo:

“Nos dirigimos a Ud. con la confianza que nos dan los dos contactos mantenidos… en las personas de los queridísimos aunque extintos profesores Jordán Bruno Genta y Carlos Alberto Sacheri… Enterados de la ferviente devoción que los extintos profesaban a Cristo Rey, de quien se decían infatigables soldados, nuestra comunidad ha esperado las festividades de Cristo Rey según el antiguo y el nuevo ‘ordo missae’ y ha permitido que los nombrados comulgaran el dulce cuerpo de su Salvador para que pudieran reunirse con Él en la gloria, puesto que en este Valle de Lágrimas eran depositarios de la Santa Eucaristía…”

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18.08.14

(46) La humildad en la verdad...¿y qué hacer con tantos sonsos?

cananea peterLastman

“Humildad es andar en verdad”, recordaba Sta. Teresa, y sin embargo, hoy es tan grande la subversión del sentido común, que no sólo no se advierte la estrecha relación entre ambos términos, sino que a menudo, incluso, se los presenta como opuestos.

Con el evangelio de la mujer Cananea, uno tiene que escuchar hoy a iluminados predicadores que parecen haber descubierto la pólvora porque “¡Jesús quiere salvar a todo el mundo, no sólo a los católicos!” Y basta una vuelta de cuerda, para que se disparen como un Ford A arremetiendo contra las genuinas misiones católicas, la Conquista de América, la intolerancia, las Cruzadas, y blablablá…Porque gracias a Dios, por fin hoy “la Iglesia se ha abierto reconociendo que no podemos pedir a otros que tengan nuestra misma fe para salvarse”. La “fe” a secas, si es sincera (¿?), lo convierte a uno en persona idónea con el pasaporte ya sellado para el Banquete Celestial, donde Dios Padre nos espera a la mesa junto a Mahoma, Krishnamurti, la Pachamama y el Gauchito Gil, poco más o menos. Hay que ser “abiertos” ante todo.

En efecto, se han ido formando dos campos semánticos antagónicos e irreconciliables (pues su matriz es esencialmente dialéctica) de términos que se presentan recurrentemente en catequesis, homilías, pasquines y otras yerbas modernistas al simple fiel, hasta que éste algún buen día es capaz de repetir y asociar mecánicamente, vacunado eficazmente contra la lógica, el buen sentido, y por supuesto, la fe verdadera. Cada campo consta de términos equivalentes, que pueden ser usados para confeccionar postales, tarjetas de cumpleaños, y hasta discursos académicos y declaraciones “pastorales”, garantizándose con su uso el aplauso del mundo sin necesidad de esfuerzo alguno de la razón, ya que se activan accionando la palanca de la sensación y el sentimiento, solamente.

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15.08.14

(45) Asunción de María, fiesta de la Esperanza

“La augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.”(Papa Pío XII, Constitución apostólica Munificentíssimus Deus)

MAsunta Llevada a la derecha de su Hijo, para resplandecer allí como reina. ¡Esta es la fe de la Iglesia, bellísima como la verdad, sin la menor sombra de duda!

Puesto que la raíz de toda certeza, de todo gozo, de toda fortaleza, nos remitirá siempre a la Pascua, pero entre todas las fiestas de María -Luna Preciosa que eternamente refleja la luz del Sol divino- la que hoy celebramos creo que tiene un “no sé qué” de maravilla siempre nueva, especialmente cercana, misterio del cual Dios nos libre de sentirnos “acostumbrados”.

Creo que cada año debemos pedir la gracia de repetir conmovidos, con toda el alma, saboreando cada sílaba, aquellas palabras con que San Juan Damasceno se refería a este día de fiesta, por encima de toda tristeza pasajera:

Hoy es introducida en las regiones sublimes y presentada en el Templo celestial la única y santa Virgen, (…) Hoy el Arca viva y sagrada del Dios viviente, la que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el Templo del Señor, Templo no edificado por mano humana. Danza David, (…) antepasado de Dios, y con él los ángeles (…) forman coro y alaban a la Madre de la gloria.”

En un día como hoy, hace ya 40 años, tomé mi Primera Comunión, enlazando para siempre en mi memoria, Asunción y Eucaristía, inseparables. Cuando era chica, una idea no se me iba de la cabeza al pensar en este misterio, y confieso con alegría que todavía me llena de luz el corazón: ¡algún día podremos abrazar a nuestra Madre del Cielo! Alguno puede pensar que este deseo tenga algo de pueril, pero yo lo defiendo, hoy que tanta protestantización de nuestra fe aleja a tantos de las imágenes, o los seduce con las ridículas propuestas del idealismo más descarnado. Porque en última instancia, toda impostura herética y enemiga de la fe, “patina” tarde o temprano hacia un común denominador, que es el rechazo diabólico al cuerpo -pues éste es sagrado-, que nos debe y puede conducir a Dios, a su diestra: rechazo de la Encarnación; divorcio del Cristo de la fe del histórico; negación de la realidad de la Resurrección -esto es, en verdadero cuerpo, aunque glorioso, pero no de un “fantasma”-.

No se puede negar, además, la relación entre nuestra esperanza como virtud teologal y la fe cierta en la resurrección de la carne. Porque no hay esperanza auténtica si olvidamos que aquí estamos realmente de paso, pero mirando esta verdad sin amargura, sino con el consuelo de Sta. Teresa, que gustaba recordar que esta vida es “mala noche en una mala posada”.

Por una parte, el puritanismo calvinista, y por el otro, el impudor pagano o apóstata, el caso es que una justa teología del cuerpo no puede pasar por alto la fiesta de la Asunción de Ntra. Señora, como tampoco el Misterio Eucarístico, panis angelicus que nos deifica y eleva realmente, permitiéndonos vivir necesariamente “en otra frecuencia” de la que vive el mundo.

Es comprensible, entonces, que San Juan Pablo II, que tan claramente expuso en nuestro tiempo la teología del cuerpo, haya dicho en su catequesis del 15-8-95 con el fervor mariano que lo caracterizaba -porque él era realmente “todo de Ella”, y por eso todo de la Iglesia-:

“¡Cómo quisiera que por doquiera y en todas las lenguas se expresara la alegría por la Asunción de María! ¡Cómo quisiera que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la humanidad! Que todo hombre y toda mujer tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina.”

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6.08.14

(44) La confesión frecuente y una homilía del Santo Cura de Ars sobre la tibieza

Es contradictorio que mientras se reconoce la fuerte crisis que atraviesa el sacramento de la confesión, por otra parte no son pocos los sacerdotes que se muestran fastidiados cuando hay quienes acuden con cierta frecuencia a este sacramento (no me refiero a dirección espiritual, sino a la simple confesión de los pecados; a la necesidad del sacramento cuando el fiel sabe que ha pecado y requiere el perdón de Dios y su gracia para seguir el combate espiritual cotidiano).

En efecto, aunque los últimos pontífices hayan recomendado vivamente en varias oportunidades la confesión frecuente, lo cierto es que para hablar de misericordia todos están prontos, pero para facilitar el acceso al tribunal de Misericordia por antonomasia, algunos “miran para otro lado”. ¿Cómo se explica? Muy fácilmente, tal vez algo más o menos así: “¿para qué necesitan los fieles la misericordia de Dios si con la mía es suficiente?; si soy tan generoso como para darles mi poderosa absolución de opinión, tranquilizando sus conciencias ¿para qué tanto trámite?”

vitralcurArs

Palabras más, palabras menos, no se puede negar que para muchos -incluso para ciertos ministros ordenados- la confesión parece que se ha reducido a un trámite, a lo sumo una necesidad humanitaria dispensadora de consuelo psicológico, pero sustancialmente…
-¿Y la gracia? -dirá algún incauto que cree que el Catecismo es compartido por todos los fieles-
-Bien, gracias.
Por eso, entonces, nunca será suficiente nuestra insistencia en ella.

Porque en última instancia, este escamoteo del sacramento es una auténtica usurpación, una estafa a los fieles, y es justo y necesario reclamar lo que Dios quiere darnos como a hijos suyos que somos. Es usurpación del poder exclusivamente divino de perdonar nuestros pecados a través del sacramento; mentira y estafa a los fieles, a quienes muchas veces se “despacha” sin perdón y sin el fortalecimiento que nos otorga la gracia sacramental, necesaria como el agua para seguir creciendo.

Lo más penoso en este panorama es la gran cantidad de almas de buena fe que van siendo así alejadas de este precioso manantial de “agua viva", anestesiadas tal vez por su trato amistoso con el padre Tal o Cual, pero que van acostumbrándose a vivir casi exclusivamente “a lo humano”, renunciando a lo divino…y hay que decir una y otra vez que eso, para un cristiano, es una verdadera monstruosidad, como si en el plano físico nos conformásemos con vivir “a lo animal”.

En el comienzo de la novena de la Asunción, que nos insta a levantar decididamente el alma, me ha parecido oportuno compartir con los lectores algunos párrafos de una homilía del Santo Cura de Ars (*), ya que también acabamos de celebrar su fiesta. Él, como nos recordaba la carta de convocatoria al Año Sacerdotal, “parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: “Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros”.

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