15.08.14

(45) Asunción de María, fiesta de la Esperanza

“La augusta Madre de Dios, unida a Jesucristo de modo arcano, desde toda la eternidad, por un mismo y único decreto de predestinación, inmaculada en su concepción, asociada generosamente a la obra del divino Redentor, que obtuvo un pleno triunfo sobre el pecado y sus consecuencias, alcanzó finalmente, como suprema coronación de todos sus privilegios, el ser preservada inmune de la corrupción del sepulcro y, a imitación de su Hijo, vencida la muerte, ser llevada en cuerpo y alma a la gloria celestial, para resplandecer allí como reina a la derecha de su Hijo, el rey inmortal de los siglos.”(Papa Pío XII, Constitución apostólica Munificentíssimus Deus)

MAsunta Llevada a la derecha de su Hijo, para resplandecer allí como reina. ¡Esta es la fe de la Iglesia, bellísima como la verdad, sin la menor sombra de duda!

Puesto que la raíz de toda certeza, de todo gozo, de toda fortaleza, nos remitirá siempre a la Pascua, pero entre todas las fiestas de María -Luna Preciosa que eternamente refleja la luz del Sol divino- la que hoy celebramos creo que tiene un “no sé qué” de maravilla siempre nueva, especialmente cercana, misterio del cual Dios nos libre de sentirnos “acostumbrados”.

Creo que cada año debemos pedir la gracia de repetir conmovidos, con toda el alma, saboreando cada sílaba, aquellas palabras con que San Juan Damasceno se refería a este día de fiesta, por encima de toda tristeza pasajera:

Hoy es introducida en las regiones sublimes y presentada en el Templo celestial la única y santa Virgen, (…) Hoy el Arca viva y sagrada del Dios viviente, la que llevó en su seno a su propio Artífice, descansa en el Templo del Señor, Templo no edificado por mano humana. Danza David, (…) antepasado de Dios, y con él los ángeles (…) forman coro y alaban a la Madre de la gloria.”

En un día como hoy, hace ya 40 años, tomé mi Primera Comunión, enlazando para siempre en mi memoria, Asunción y Eucaristía, inseparables. Cuando era chica, una idea no se me iba de la cabeza al pensar en este misterio, y confieso con alegría que todavía me llena de luz el corazón: ¡algún día podremos abrazar a nuestra Madre del Cielo! Alguno puede pensar que este deseo tenga algo de pueril, pero yo lo defiendo, hoy que tanta protestantización de nuestra fe aleja a tantos de las imágenes, o los seduce con las ridículas propuestas del idealismo más descarnado. Porque en última instancia, toda impostura herética y enemiga de la fe, “patina” tarde o temprano hacia un común denominador, que es el rechazo diabólico al cuerpo -pues éste es sagrado-, que nos debe y puede conducir a Dios, a su diestra: rechazo de la Encarnación; divorcio del Cristo de la fe del histórico; negación de la realidad de la Resurrección -esto es, en verdadero cuerpo, aunque glorioso, pero no de un “fantasma”-.

No se puede negar, además, la relación entre nuestra esperanza como virtud teologal y la fe cierta en la resurrección de la carne. Porque no hay esperanza auténtica si olvidamos que aquí estamos realmente de paso, pero mirando esta verdad sin amargura, sino con el consuelo de Sta. Teresa, que gustaba recordar que esta vida es “mala noche en una mala posada”.

Por una parte, el puritanismo calvinista, y por el otro, el impudor pagano o apóstata, el caso es que una justa teología del cuerpo no puede pasar por alto la fiesta de la Asunción de Ntra. Señora, como tampoco el Misterio Eucarístico, panis angelicus que nos deifica y eleva realmente, permitiéndonos vivir necesariamente “en otra frecuencia” de la que vive el mundo.

Es comprensible, entonces, que San Juan Pablo II, que tan claramente expuso en nuestro tiempo la teología del cuerpo, haya dicho en su catequesis del 15-8-95 con el fervor mariano que lo caracterizaba -porque él era realmente “todo de Ella”, y por eso todo de la Iglesia-:

“¡Cómo quisiera que por doquiera y en todas las lenguas se expresara la alegría por la Asunción de María! ¡Cómo quisiera que de este misterio surgiera una vivísima luz sobre la Iglesia y la humanidad! Que todo hombre y toda mujer tomen conciencia de estar llamados, por caminos diferentes, a participar en la gloria celestial de su verdadera Madre y Reina.”

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6.08.14

(44) La confesión frecuente y una homilía del Santo Cura de Ars sobre la tibieza

Es contradictorio que mientras se reconoce la fuerte crisis que atraviesa el sacramento de la confesión, por otra parte no son pocos los sacerdotes que se muestran fastidiados cuando hay quienes acuden con cierta frecuencia a este sacramento (no me refiero a dirección espiritual, sino a la simple confesión de los pecados; a la necesidad del sacramento cuando el fiel sabe que ha pecado y requiere el perdón de Dios y su gracia para seguir el combate espiritual cotidiano).

En efecto, aunque los últimos pontífices hayan recomendado vivamente en varias oportunidades la confesión frecuente, lo cierto es que para hablar de misericordia todos están prontos, pero para facilitar el acceso al tribunal de Misericordia por antonomasia, algunos “miran para otro lado”. ¿Cómo se explica? Muy fácilmente, tal vez algo más o menos así: “¿para qué necesitan los fieles la misericordia de Dios si con la mía es suficiente?; si soy tan generoso como para darles mi poderosa absolución de opinión, tranquilizando sus conciencias ¿para qué tanto trámite?”

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Palabras más, palabras menos, no se puede negar que para muchos -incluso para ciertos ministros ordenados- la confesión parece que se ha reducido a un trámite, a lo sumo una necesidad humanitaria dispensadora de consuelo psicológico, pero sustancialmente…
-¿Y la gracia? -dirá algún incauto que cree que el Catecismo es compartido por todos los fieles-
-Bien, gracias.
Por eso, entonces, nunca será suficiente nuestra insistencia en ella.

Porque en última instancia, este escamoteo del sacramento es una auténtica usurpación, una estafa a los fieles, y es justo y necesario reclamar lo que Dios quiere darnos como a hijos suyos que somos. Es usurpación del poder exclusivamente divino de perdonar nuestros pecados a través del sacramento; mentira y estafa a los fieles, a quienes muchas veces se “despacha” sin perdón y sin el fortalecimiento que nos otorga la gracia sacramental, necesaria como el agua para seguir creciendo.

Lo más penoso en este panorama es la gran cantidad de almas de buena fe que van siendo así alejadas de este precioso manantial de “agua viva", anestesiadas tal vez por su trato amistoso con el padre Tal o Cual, pero que van acostumbrándose a vivir casi exclusivamente “a lo humano”, renunciando a lo divino…y hay que decir una y otra vez que eso, para un cristiano, es una verdadera monstruosidad, como si en el plano físico nos conformásemos con vivir “a lo animal”.

En el comienzo de la novena de la Asunción, que nos insta a levantar decididamente el alma, me ha parecido oportuno compartir con los lectores algunos párrafos de una homilía del Santo Cura de Ars (*), ya que también acabamos de celebrar su fiesta. Él, como nos recordaba la carta de convocatoria al Año Sacerdotal, “parecía sobrecogido por un inmenso sentido de la responsabilidad: “Si comprendiéramos bien lo que representa un sacerdote sobre la tierra, moriríamos: no de pavor, sino de amor… Sin el sacerdote, la muerte y la pasión de Nuestro Señor no servirían de nada. El sacerdote continúa la obra de la redención sobre la tierra… ¿De qué nos serviría una casa llena de oro si no hubiera nadie que nos abriera la puerta? El sacerdote tiene la llave de los tesoros del cielo: él es quien abre la puerta; es el administrador del buen Dios; el administrador de sus bienes… Dejad una parroquia veinte años sin sacerdote y adorarán a las bestias… El sacerdote no es sacerdote para sí mismo, sino para vosotros”.

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3.08.14

(43) Contra las vanas componendas, San Alfonso, doctor moral, y poeta

El mes de agosto para mí es uno de los más luminosos del año. No por razones personales (aunque en él celebro el cumpleaños de mi esposo, uno de los regalos más grandes que Dios me ha dado), sino por las maravillosas fiestas marianas de la Asunción  y de María Reina, además de las de santos que me son particularmente queridos: San Alfonso, San Pedro Julián Eymard, S. Juan M. Vianney, S. Pío X, S.Bernardo de Claraval. Bendito agosto, pues.

SAlfonso

Pensando en San Alfonso, recordaba uno de los sucesos que prácticamente determina su abandono de la abogacía, profesión que ejercía brillantemente en Nápoles, presionado por la arrogancia de su padre. En efecto, nunca había perdido ningún caso que se le hubiera encomendado, hasta que en una oportunidad, el juez falla en su contra debido a un fraude con unos documentos, y la respuesta terminante del santo es “¡Mundo, te conozco!, ¡adiós tribunales!”.

Como patrono de los abogados, nos ha legado unas maravillosas máximas para el abogado católico:

1. “No aceptar nunca causas injustas, dado que son peligrosas para la conciencia y la dignidad propias”.
2. “No defender causa alguna con medios ilícitos”.
3. “No cargar sobre el cliente expensas inútiles; de lo contrario, deberás reembolsarle”.
4. Defiende la causa de tu cliente con el mismo calor que si lo fuera tuya propia”.
5. “Estudia concienzudamente las piezas de los autos con el fin de sacarles los argumentos útiles a la defensa de la causa”.
6. “El retraso o la negligencia pueden comprometer los intereses del cliente; de ahí, que debe éste ser indemnizado de los perjuicios resultantes, si no se quiere contravenir la justicia”.
7. “Ha de implorar el abogado la ayuda divina para defender las causas porque Dios es el primer amparo de la Justicia”.
8. “No es digno de elogio el abogado que se empeña en la defensa de causas superiores a su talento, a sus fuerzas y al tiempo de que dispone, a fin de aparejarse para defenderlas concienzudamente”.
9. “Ha de tener siempre muy presentes el abogado la justicia y la honradez y guardarlas como la pupila de los ojos”.
10. “El abogado que por su propio descuido pierde la causa, queda en deuda con su cliente y debe resarcirle todos los daños que le ha ocasionado”.
11. “En su informe debe el abogado ser veraz, sincero, respetuoso y razonador”.
12. “Por último, las virtudes propias de un abogado han de ser la competencia, el estudio, la verdad, la fidelidad y la justicia”.

Hoy, podemos decir que la mayor parte de los sofismas, persecuciones, guerras, injusticias y aberraciones que presenciamos, vienen de la mano del mundillo de las leyes humanas, que pretenden reírse de las leyes de Dios. No quepa duda de que el Anticristo, ánomos por antonomasia, reinará en el mundo multiplicando leyes por doquier.

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26.07.14

(42) Santiago, Hijo del Trueno

Sgo.Apostol

“¡Señor Santiago! Heme aquí, de nuevo, junto a tu sepulcro
al que me acerco hoy, peregrino de todos los caminos del mundo,
para honrar tu memoria e implorar tu protección.

Vengo de la Roma luminosa y perenne,
hasta ti que te hiciste romero tras las huellas de Cristo
y trajiste su nombre y su voz hasta este confín del universo.

Vengo de la cercanía de Pedro, y, como Sucesor suyo,
te traigo, a ti que eres con él columna de la Iglesia,
el abrazo fraterno que viene de los siglos
y el canto que resuena firme y apostólico en la catolicidad
. (…)

Venimos hasta estos benditos umbrales en animosa peregrinación.
Venimos inmersos en este copioso tropel que desde la entraña de los siglos
ha venido trayendo a las gentes hasta esta Compostela
donde tú eres peregrino y hospedero, apóstol y patrón.

Y venimos hoy a tu vera porque vamos juntos de camino (…)
Caminamos, más allá, hacia el arranque de un milenio nuevo
que queremos abrir en el nombre de Dios. Señor Santiago,
necesitamos para nuestra peregrinación de tu ardor y de tu intrepidez.
Por eso, venimos a pedírtelos hasta este finisterrae de tus andanzas apostólicas.

Enséñanos, Apóstol y amigo del Señor,
el CAMINO que conduce hacia El.
Ábrenos, predicador de las Espadas,
a la VERDAD que aprendiste de los labios del Maestro.

Danos, testigo del Evangelio, la fuerza de amar siempre la VIDA.
Ponte tú, Patrón de los peregrinos,
al frente de nuestra peregrinación cristiana.
Y que así como los pueblos caminaron antaño hasta ti,
peregrines tú con nosotros al encuentro de todos los pueblos.

Contigo, Santiago Apóstol y Peregrino,
queremos enseñar a las gentes de Europa y del mundo
que Cristo es-hoy y siempre- el CAMINO, la VERDAD y la VIDA.”

(Oración de S. Juan Pablo II ante de la tumba del Apóstol Santiago en la IV Jornada Mundial de la Juventud, Santiago de Compostela, 19 de agosto de 1989)

No me canso de decir y gritar que la Comunión de los Santos es cosa maravillosa e insondable, consuelo sin par, cadena inquebrantable de fortaleza y regocijo.

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15.06.14

(41) ¿La SantísimaTrinidad realmente “importa”?

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No quisiera que termine este día sin retomar hoy una frase de Néstor Martínez en respuesta a un comentario en su último post, que hoy me parece que viene muy a propósito en la Solemnidad que celebramos:

Una cosa que llama la atención es cómo nos resistimos a aceptar que en el Infierno existe la pena del fuego eterno, y con qué facilidad aceptamos que existe allí la pena de la pérdida de la visión de Dios. Una mirada apenas un poco maliciosa podría concluir que en realidad lo que nos produce preocupación es lo primero, no lo segundo.
Debería ser en todo caso al revés, y deberíamos preferir la visión beatífica en medio de las llamas eternas que atormentasen nuestro cuerpo resucitado, a la ausencia tanto del fuego como de la visión divina en un “infierno” que si bien en sí sería de todos modos espantoso, es de temer que a muchos contemporáneos les sonaría bastante aceptable.

Y claro, ¿cómo evitar suficientemente aquello que nos aleja de lo que NO esperamos? ¿Cómo esperar un Cielo del que nadie predica si únicamente miramos “hacia el suelo”?; ¿cómo ansiar una Visión que nadie anuncia como posible, deleitable y perfecta?

Siempre me ha horrorizado con cuánta facilidad, no digo entre católicos “de a pie” y en el terreno “pastoral”, sino incluso en el ámbito académico (teología, ciencias sagradas) y catequístico, se viene  insistiendo hace unas décadas en la aparente “intrascendencia” (sic!) que tendría para nuestra vida de fe la meditación y hasta el posible conocimiento del misterio de la Ssma. Trinidad considerado en sí mismo. Este misterio insondable que es la piedra basal de la fe verdadera en que somos salvados, se ha llegado a considerar “inútil”, poniendo el acento en cambio en la “Trinidad económica”, es decir, la Trinidad en cuanto manifestada en la historia mediante las misiones divinas. Éstas (Creación, redención y santificación) son temporales, y tienen que ver con nuestra salvación.   Hay por supuesto, una profunda unidad entre ambas, pues es Dios mismo -Uno y Trino- quien se ha revelado manifestándonos su Amor, pero ello no significa que independientemente de su relación con nosotros, el Misterio de Dios deba ser prácticamente desechado de la transmisión ordinaria de la fe. Y sin embargo, hoy es frecuente comprobar el profundo desinterés de catequistas, sacerdotes y teólogos, en la predicación del misterio trinitario. A lo sumo, lo que se suele repetir sobre él, es que es un misterio tan insondable, que ni por asomo podemos vislumbrarlo, y así, en vez de exceso de luz, parecería que un misterio es una inmensa oscuridad…

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10.06.14

(40) Beato Rolando Rivi, el "niño mártir de la sotana"

“A quien me confesare delante de los hombres…”(Lc.12,8)

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Quien ingrese en la iglesia de San Valentino di  Castellanaro,  podrá encontrar la tumba de Rolando Rivi, muerto a los 14 años asesinado por odio a la fe en 1945, a manos de un grupo de partisanos “luchadores por la libertad” (en Argentina los llamarían “jóvenes idealistas"). Sobre su lápida, está la inscripción Io sono di Gesù: una frase que él repetía muy frecuentemente.  Para él, la vestimenta talar era signo elocuente de aquella pertenencia proclamada y vivida, por eso ante la sugerencia de disimularlo cuando arrecia el peligro de la persecución, responde: «No hago daño a nadie, y no veo por qué iba a quitarme la sotana, signo de mi consagración a Jesús».

Tuve la primera noticia de Rolando (“el niño mártir de la sotana”, como se lo conoce popularmente) cuando en los primeros días de su pontificado, el Papa Francisco anunció su cercana beatificación, y al poco tiempo llegó a nuestras manos su biografía italiana, a cargo de Pablo Risso. A través de sus líneas, hemos cobrado una sincera devoción al heroico niño, seguros de que era preciso propagar su ejemplo, de una tremenda actualidad, y por ello encaramos su traducción. Así, este Pentecostés nos ha traído la alegría de haberla ingresado en imprenta, convencidos de que animará a muchos católicos a la esperanza con su breve y luminosa vida.

- Actualidad del “sí-sí”, “no-no”. Decimos que Rolando Rivi es por una parte, actual como todos los mártires, cuya sangre es un verdadero “grito” que da testimonio de la Cruz de Cristo como bandera de victoria, en medio de tantas vidas sin sentido.Sin sentido porque se le ha dado la espalda a Dios, pretendiendo neciamente destronar a Cristo Rey.

Pero es también actual y elocuente de una manera especial hoy, en que la “asepsia” laicista ha convencido a muchos católicos de que todo es pasible de ser negociado, hasta la propia fe, y de que todo debe ser tolerado, hasta la blasfemia, y el dar la vida apenas despuntada la juventud, por la aparente “nimiedad” de la vestimenta sacerdotal, a muchos puede parecer un inútil sinsentido.

Es oportuno conocerlo, en una época en que más allá de todo peligro, lo que amedrenta a muchas almas es la pura apariencia, y el respeto humano va llevando insensiblemente a algunos -laicos y consagrados-  a desdibujar su definición de católicos, buscando disimular todo lo posible los gestos, palabras y signos que hagan referencia a su propia identidad, hasta mimetizarse con el mundo para lograr su aplauso o al menos evitar su rechazo. Hoy, entonces, el sencillo y humilde orgullo de “ser de Jesús” de Rolando, sacude las conciencias de los hijos de la Iglesia (¡jamás huérfanos!), actualizando las palabras del Evangelio que nos sirven de epígrafe.

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31.05.14

(39) Santa Juana de Arco, plenamente vigente

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Hoy el pensamiento dialéctico se nos ha colado hasta la médula, aún a los católicos, y esto es muy lamentable, y tiene consecuencias más que graves en diferentes ámbitos de la vida de la Iglesia. Lo estamos padeciendo, sin ir muy lejos, en el binomio sofístico que opone la justicia a la misericordia, el amor al castigo, la paz al combate, la Cruz a la alegría.  Y también, por supuesto, se cuela este criterio entre los santos. Me llega así, hoy, propuesto para “debate” en las redes sociales, un artículo de Manuel Morillo Rubio,  quien plantea una suerte de “competencia” entre Sta. Juana y Sto. Tomás Moro, como modelo para los políticos cristianos. Y creo que esto nos deja el alma dentro del “gallinero”, es decir, a un nivel muy por debajo de donde debemos apuntar como católicos, para mirar donde las águilas, y desde su perspectiva.

Benedicto XVI señalaba hace unos años precisamente que “con su luminoso testimonio Juana nos invita a una medida alta de la vida cristiana: hacer de la oración el hilo conductor de nuestras jornadas; tener plena confianza en cumplir la voluntad de Dios, cualquiera que sea, vivir la caridad sin favoritismos, sin limites y sacar fuerzas del amor a Jesús para amar profundamente a su Iglesia”.

Traigo el tema no sólo en honor a la muy querida Santa Juana en su día, sino porque pienso que no se trata de un planteo aislado. Recuerdo que hace unos 20 años por lo menos, mantuve con una católica “progre” una discusión en la que ella planteaba -con la soberbia que sólo alcanza la ignorancia- que la Iglesia debería contar con algún tipo de ceremonia para “descanonizar” o al menos revocar como modelos a santos que “ya nada tienen que decir” a los católicos “evolucionados” de este pobre siglo. También un sacerdote -hoy obispo con cargos académicos…- me sugería que ni se me ocurriera acudir para mi formación espiritual a “santas  viejas” como Sta. Catalina de Siena, que ya nada pueden enseñar a los jóvenes de hoy. Y podría seguir dando ejemplos, que no alargo para no agotar ni deprimir al lector.

Dice el autor del artículo mencionado (con quien probablemente tengamos más coincidencias que diferencias) que “A mi me resulta mucho más atractiva como santa patrona de los hombres públicos, es decir como modelo para los políticos, Juana de Arco que Tomás Moro.
Aunque, bien pensado, quizá la Iglesia, que es muy sabia, considere, que, dado el tipo humano del político actual, es imposible ponerles como modelo lo bueno, como Santa Juana, por inalcanzable y se conforma con que algún polítco, llegado el momento, tras haber intentado salirse por la tangente, evitar el compromiso y el conflicto, y no poder, en ese momento,  no traicione la Verdad, como es lo corriente en la actualidad, y, fijándose en el ejemplo de Tomás Moro, al verse en esa tesitura dé la cara y se enfrente a las mentiras y la opresión, a las estructuras de pecado del Sistema.”

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