(74) Glorioso Patriarca San José, Protector de la Iglesia y Amparo de las Familias
Si en vistas de la Encarnación quiso Dios la Concepción Inmaculada de María, ¿podemos imaginar que no dotara a San José de un sinfín de maravillas para custodiar al Hijo de Dios y a su Madre, siendo él la verdadera “sombra del Padre”?
Pero en tiempos de remozado arrianismo, si no se vacila en rebajar al mismo Cristo, necesariamente esto ha de repercutir en el culto a las personas más vinculadas con la Encarnación, y que por ello poseen la mayor dignidad.
Si respecto de Nuestro Señor se soslaya, duda o niega directamente su naturaleza divina, el minimalismo mariano lleva a hablar de María Santísima como “dulce doncella”, la “muchachita humilde”, o representarla con dibujitos empalagosos para que la Reina y Señora de todo lo creado sea rebajada todo lo posible, para regocijo la Bestia.
En este contexto, el culto al Padre nutricio de Jesús es también rebajado u opacado. Habitualmente se insiste sobre todo en sus temores y dudas, en su silencio y trabajo abnegado, pero raramente se medita también en la grandeza de su misión y en las prerrogativas y dignidad que le han sido concedidas por Dios por sobre cualquier otro santo.


Algunos católicos tenemos un gran afecto por el padrino de los Maritain, y solemos volver a él cada tanto, buscando un alma noble donde recostar la nuestra. Así encontré hoy una interesante reflexión que serviría a un sacerdote conocido, especialmente en lo referido a la santidad, palabra que él se gloría de no mencionar nunca a sus feligreses, “para no agobiarlos” (sic). Posiblemente él sea también un caluroso entusiasta de esas declaraciones del p. Secondin que a otros nos escandalizaban: “Los viejos modelos de santidad siguen teniendo todavía espacio y suscitando atención, sobre todo a través de las numerosas beatificaciones y canonizaciones de personas que vivieron en otro universo cultural y en otro modelo de Iglesia. Pero no suscitan interés en empeñarse por seguir este camino…”
Llama la atención que muchos que se dicen hijos de la Iglesia, estén prontos para ofrecer incienso a los dictados del mundo, pero sean tan reacios a prestar sus oídos a la Madre de Dios, figura y modelo de la Iglesia.
En la fiesta de la Candelaria de este Año dedicado a la vida consagrada, queremos dirigir nuestra mirada y corazón a las múltiples formas con que la Providencia ha adornado y fortalecido a su Iglesia llamando de modo particular a ciertos hombres y mujeres para ser puentes privilegiados entre Dios y las almas.
A veces nos llevamos la sorpresa de creer que comulgamos todos en la misma fe por enunciar los artículos del Credo, pero resulta que si “rascamos” un poquito, vemos que hay expresiones dogmáticas que ciertos fieles no saben muy bien qué significan.