(76) Sobre la tristeza, el miedo y la oración (de Sto. Tomás Moro: "La Agonía de Cristo", I )
Uno de los libros más oportunos y fecundos para el tiempo de Cuaresma es sin duda, “La Agonía de Cristo", de Sto. Tomás Moro. Teniendo en cuenta que se trata de un laico, y además, patrono de los políticos católicos, creo que en esta hora que vivimos es de una vigorosa actualidad para prestarle oídos más atentos y rogarle nos alcance fidelidad al Evangelio a toda costa, sin ceder a componendas fáciles con el mundo.
Quién sabe por qué aires “primaverales", lo cierto es que a menudo vemos a nuestro alrededor a algunos cristianos muy desanimados, atemorizados, atenazados por la tentación de bajar los brazos y dejar de remar contra corriente, para dejarse arrastrar o salir corriendo…Y es muy conveniente que no perdamos jamás de vista que el mismo Jesucristo ha sufrido primero -antes de consumar la entrega que fue nuestra Victoria- el temor y el cansancio por el abandono y la traición.
Personalmente, en las prédicas del Jueves Santo echo siempre de menos unas palabras sobre la Agonía de Cristo. Al menos en mi experiencia, normalmente he notado que las predicas de ese día se centran en el lavatorio de los pies y el servicio al prójimo (incluso sin mucho detenimiento en la institución de la Eucaristía y el Sacerdocio, pues eso lo dejan seguramente para la misa crismal, pero a la que no asiste todo el pueblo…), y el Viernes contemplamos el sufrimiento físico de Cristo, como si la Pasión comenzara en el Via Crucis.
Pero lo cierto es que -a excepción del I Misterio Doloroso del Rosario- tal vez no tenemos suficientemente presente el dolor infinito del alma de Nuestro Señor, en el tiempo previo a su captura. Por eso, la detenida meditación que realiza Sto.Tomás Moro, mientras él mismo espera su muerte en la torre de Londres, se halla en perfecta “sintonía” espiritual para interpretarla viviéndola en carne propia. ¿Cuántos hermanos nuestros están hoy también viviendo similares situaciones, sobre todo en Oriente?…Podríamos leer estas líneas pensando en ellos, y pidiendo que, en la Comunión de los Santos, reciban nuestro consuelo y se fortalezca su fidelidad.
Esperando entonces que a nuestros lectores les haga tanto bien como a mí, compartiré en dos o tres partes, una selección de este texto, que pueden también hallar completo aquí.


Si en vistas de la Encarnación quiso Dios la Concepción Inmaculada de María, ¿podemos imaginar que no dotara a San José de un sinfín de maravillas para custodiar al Hijo de Dios y a su Madre, siendo él la verdadera “sombra del Padre”?
Algunos católicos tenemos un gran afecto por el padrino de los Maritain, y solemos volver a él cada tanto, buscando un alma noble donde recostar la nuestra. Así encontré hoy una interesante reflexión que serviría a un sacerdote conocido, especialmente en lo referido a la santidad, palabra que él se gloría de no mencionar nunca a sus feligreses, “para no agobiarlos” (sic). Posiblemente él sea también un caluroso entusiasta de esas declaraciones del p. Secondin que a otros nos escandalizaban: “Los viejos modelos de santidad siguen teniendo todavía espacio y suscitando atención, sobre todo a través de las numerosas beatificaciones y canonizaciones de personas que vivieron en otro universo cultural y en otro modelo de Iglesia. Pero no suscitan interés en empeñarse por seguir este camino…”
Llama la atención que muchos que se dicen hijos de la Iglesia, estén prontos para ofrecer incienso a los dictados del mundo, pero sean tan reacios a prestar sus oídos a la Madre de Dios, figura y modelo de la Iglesia.
En la fiesta de la Candelaria de este Año dedicado a la vida consagrada, queremos dirigir nuestra mirada y corazón a las múltiples formas con que la Providencia ha adornado y fortalecido a su Iglesia llamando de modo particular a ciertos hombres y mujeres para ser puentes privilegiados entre Dios y las almas.