(277) Pero...¿puede haber honor exagerado a la Eucaristía? (S. Pedro Julián Eymard y el Seminario de San Rafael)

Eymard

No está en juego aquí la obediencia a un obispo, no; está en juego la identidad católica de cierta Jerarquía..

 Los santos son faros, para cada circunstancia de la vida.  Hoy podemos comprobar que tal como señala Mons. Schneider, “no ha existido nunca una época en la que el sacramento de la Eucaristía haya sido abusado y ultrajado de forma tan alarmante y grave como en los últimos cincuenta años, sobre todo por la introducción oficial y aprobación papal en 1969 de la práctica de la Comunión en la mano..”

Los escandalosos hechos recientes del Seminario de San Rafael creo que deben ser tomados como un hito fundamental de estos abusos y ultrajes. Creemos que es hora de que nos preguntemos seriamente si quienes consideran que puede haber un honor o cuidado excesivo ante Nuestro Señor, poseen realmente la fe de la Iglesia. ¿Es Jesús Sacramentado el “centro y culmen” de la vida de la Iglesia o es para ellos sólo una “comida fraterna", signo de un sentimiento comunitario, al mejor estilo protestante?

Como ya lo comentamos en otra ocasión, es común y ya extendida entre muchos obispos (Mons. Martínez incluido) la idea de que “si las partículas no son visibles, no hay Presencia".

No es casualidad que muchos, hace décadas, el día de Corpus Christi prefieren predicar sobre la multiplicación de los panes y la necesidad de saciar el hambre material del prójimo -que nadie cuestiona-, que sobre la Presencia Real eucarística.  Esto explica perfectamente el descuido en el modo de distribuir la Comunión, y si no coincidimos en los principios (esto es, en la doctrina de la transubstanciación), no veo el modo de seguir dando vueltas con fruto. Ahora bien: ¿es este un punto “menor” en nuestra fe, o algo más bien medular? 

No está en juego aquí la obediencia a un obispo, no; está en juego la identidad católica de cierta Jerarquía religiosa al frente de un pueblo que antes de su independencia política, ya era ante todo, católico, le pese a quien le pese. 

Por ello nos es grato recurrir a  San Pedro Julián Eymard, ya que acabamos de celebrar ayer su memoria litúrgica, pues tiene palabras imperecederas para grabar en el corazón de los que pretenden postergar los sagrados derechos de Dios en pro de los intereses más bajos del mundo, el demonio o la carne.

Cuando él fundó la congregación del Santísimo Sacramento, él también tuvo que vérselas con cierta Jerarquía que pensaba que era mucho más apropiado una congregación de vida eminentemente activa, misionera, pero de ningún modo hacía falta una familia religiosa dedicada preeminentemente a la Adoración. Tuvo que atravesar duras pruebas en una prolongada soledad, aunque una de sus más fieles colaboradoras fue M. Baptistine Tamisier. Sin embargo, el santo Cura de Ars lo conoció y dijo de él: “Es un santo. El mundo se opone a su obra porque no la conoce, pero se trata de una empresa que logrará grandes cosas por la gloria de Dios. ¡Adoración Sacerdotal, que maravilla! … Decid al P. Eymard que pediré diariamente por su obra".

Nos ha dejado, gracias a Dios, numerosos y fecundísimos escritos que recomiendo con toda el alma para alimento espiritual en tiempos de sequedad y confusión. Citamos algunos párrafos:

Refiriéndose a la Presencia Real de Nuestro Señor en la Eucaristía, y el deber nunca suficiente de reverencia hacia Ella:

Hasta los mismos enemigos de la Iglesia, los cismáticos y una gran parte de los herejes, creen en la real presencia de Jesucristo en la Eucaristía… Porque menester es estar ciego para negar la presencia del sol, o ser un abismo de ingratitud para desconocer y menospreciar el amor de Jesucristo que se queda perpetuamente en medio de los hombres.

El testimonio de su palabra lo confirma la Iglesia con el testimonio de su fe práctica y de su ejemplo. Así como el Bautista, después de haber señalado al Mesías, se postró a sus pies para atestiguar la viveza de su fe, así también la Iglesia consagra un culto solemne, todo su culto, a la persona adorable de Jesús, que nos muestra en el santísimo Sacramento. Jesucristo, realmente presente, aunque oculto, en la Hostia divina, es adorado por la Iglesia como Dios. Ella le tributa los honores debidos a sólo Dios; se postra ante el santísimo Sacramento como los moradores de la corte celestial ante la majestad soberana de Dios. Aquí no hay distinción: grandes y pequeños, reyes y vasallos, sacerdotes y fieles todos, de cualquier clase y condición que fueren, hincan su rodilla ante el Dios de la Eucaristía : ¡Es Dios! No basta la adoración a la Iglesia para atestiguar su fe, sino que quiere que vaya acompañada de espléndidos y públicos honores. Esas suntuosas basílicas son expresión de su fe en el santísimo Sacramento. No ha querido construir sepulcros, sino templos que sean como un cielo en la tierra, donde su Salvador y su Dios encuentre un trono digno…” (Eymard, Obras Eucarísticas, pp. 34-45)

En otra ocasión se refiere a las actitudes y gestos ante el Santísimo Sacramento: laicos

Con la más delicada atención y solícito cuidado ha dispuesto la Iglesia, descendiendo hasta los menores detalles, todo lo que se refiere al culto de la Eucaristía. No ha querido confiar a nadie este cuidado de honrar a su divino esposo, porque cuando se trata del santísimo Sacramento, todo es grande, importante, divino. Lo más puro que da la naturaleza, lo más precioso que se encuentra en el mundo, quiere consagrarlo al servicio regio de Jesús. Todo el culto de la Iglesia se refiere a este misterio, todo tiene un sentido ultraterreno y espiritual, posee alguna virtud, encierra alguna gracia. ¡Cómo convidan al recogimiento la soledad y el silencio de los templos! Cuando vemos postrados a los creyentes delante del sagrario, no podemos menos de exclamar: ¡Aquí hay alguien más grande que Salomón, superior a todos los ángeles! Está Jesucristo, ante el cual se dobla toda rodilla, lo mismo en el cielo que en la tierra y en los abismos del infierno. En presencia de Jesús sacramentado no hay grandeza que no se eclipse ni santidad que no se humille: todo ante El queda como reducido a la nada. Jesucristo está allí.

Si. Nuestros mayores pecados contra la fe son nuestras faltas de respeto.

El que tiene fe no desconoce adónde va: esto es, a la iglesia, a nuestro señor Jesucristo. Al entrar allí dí, con san Bernardo, a todas sus ocupaciones: “Quedaos a la puerta, pues tengo necesidad de acercarme a Dios para confortar mi espíritu.” (…) Si venís a orar no es para arreglar vuestros negocios. Y si las distracciones, la disipación del espíritu y las preocupaciones os zarandean, desechadlas fuera de la puerta y no os inquietéis por ello: continuad allí respetuosos; adoptad en lo posible una postura más digna y que nuestro señor vea que detestáis vuestras distracciones: así, ya que no con el espíritu, por vuestro porte exterior daréis testimonio de su divinidad, de su presencia, y aunque esto sólo hiciereis ya sería mucho. Veamos lo que hace un santo al entrar en una iglesia: para nada se cuida de los que están allí, y todo lo olvida para no ver más que a nuestro señor Jesucristo: en el cielo no se distraen los santos honrándose unos a otros. ¡A Dios solo todo honor y gloria! Sigamos esta conducta: en la iglesia no hay más que Dios nuestro señor. Después de haber entrado, permaneced en reposo algunos momentos; el silencio es la mayor demostración del respeto que se tiene, y éste la primera disposición para la oración. La mayor parte de las veces, la sequedad que tenemos en la oración y la falta de fervor en nuestras devociones provienen de que al entrar en el templo hemos faltado al respeto debido a nuestro Señor, o de que nuestra compostura no es tan respetuosa como debiera. Formemos, en consecuencia, una firme resolución de no faltar a este respeto instintivo: no hay necesidad de razonamientos para ello. ¿Habrá necesidad de probar la presencia do nuestro señor Jesucristo cada vez que entramos en la Iglesia o tendrá que enviar un ángel para decirnos que está allí? Ciertamente que esto sería muy necesario y al mismo tiempo una desgracia muy grande…

Sobre la “Oración del cuerpo”:

Debemos a nuestro señor Jesucristo el respeto exterior, es decir, la oración del cuerpo: nada contribuye como esto a que el alma haga bien la oración. Ved con qué religioso celo ha prescrito la Iglesia hasta los más insignificantes detalles del culto externo. Es que esa oración es muy gloriosa para nuestro señor Jesucristo. El mismo nos dio ejemplo orando de rodillas y, según la tradición, con los brazos extendidos y levantados al cielo. Los apóstoles nos transmitieron este modo de orar y los sacerdotes lo emplean en el santo Sacrificio. ¿Es que nuestro cuerpo, que recibe de Dios la vida y todos los demás beneficios que continuamente está disfrutando, nada debe a su Señor? Es necesario que él también ore obligándose a tomar una postura respetuosa. La negligencia en cuanto a la disposición del cuerpo debilita la disposición del alma, mientras que una postura mortificante la fortifica y ayuda; no debéis adoptar una actitud que, por lo incómoda, os haga sufrir demasiado, pero sí una que sea realmente seria. No os permitáis nunca en la presencia de nuestro Señor posturas familiares, porque ayudan el menosprecio. (…). Si vais de viaje, o hacéis oraciones supererogatorias dentro de casa, bien podéis adoptar la postura que menos os moleste; pero en presencia de nuestro señor Jesucristo es preciso que también los sentidos tomen parte en la adoración. Tened presente lo severo que se mostraba Dios sobre este punto en la antigua ley(…). Ya sé que no hay que temblar de miedo delante de Dios, hasta el punto de que no se atreva uno a llegarse a El; pero tampoco hemos de obrar cual si le despreciáramos (…).

fieles ante el Seminario de San Rafael

Procuremos Su Reinado:

Adveniat regnum tuum. “Venga a nosotros tu reino".

Que llegue vuestro reino, que se acreciente, que se eleve y perfeccione-: he aquí lo que hay que desear a nuestro Señor; que allí donde no es amado ni conocido, que lo sea. ¿Y dónde es conocido y amado nuestro Señor? ¡Pequeño, muy pequeño es el reino de Jesucristo! ¡Se han menospreciado y cercenado tanto sus derechos, así como los de su Iglesia! ¡Por doquiera es perseguido nuestro Señor! ¡Se le arrebatan los templos y los pueblos! ¡Cuántas ruinas eucarísticas! ¡Y cuántos pueblos a los que nunca ha llegado la fe! ¿Cómo establecerá en ellos nuestro señor Jesucristo su reino? ¡Bastaría para conseguirlo un santo! Pedid a nuestro Señor buenos sacerdotes que sean verdaderos apóstoles. Esta debe ser nuestra continua súplica. Pidamos que los paganos consigan abrazar la fe y conocer a su Salvador ! ¡Que los herejes y cismáticos entren de nuevo en el redil y se pongan bajo el cayado del Buen Pastor.

Y entre los católicos, ¿cómo reina Jesucristo? Pedid continuamente la conversión de los malos católicos que casi ya no tienen fe. Pedid que los que la tienen la conserven. Los que tenéis familia, pedid que todos sus miembros guarden la fe, que mientras guarden este vestigio de unión con Jesús no hay que desesperar de ellos. Mientras Judas vivió con Jesús tuvo siempre a mano la ocasión de salvarse.

Pedid, al menos, con instancia a Jesucristo que conserve la fe en las verdades cristianas. Se dice muchas veces : “Más vale un buen protestante qué un mal católico..” Eso es falso. En el fondo quiere decir que cualquiera puede salvarse sin la verdadera fe. No y mil veces no. El mal católico es siempre hijo, aunque sea hijo pródigo, y por más pecador que sea, el mal católico está más cerca de Dios, por razón de su fe, que el protestante ; todavía está dentro de casa, mientras que el hereje está fuera, y para hacerle entrar de nuevo, ¡cuántos trabajos y cuántas dificultades! …

Para trabajar por la conservación de la fe es necesario adoptar un lenguaje cristiano, usar el lenguaje de la fe. Cambiad el lenguaje del mundo.

Somos culpables tolerancia

Por una culpable tolerancia hemos dejado que nuestro señor Jesucristo fuese desterrado de las costumbres, de las leyes, de las formas y conveniencias sociales, y en los salones de los grandes nadie se atrevería a hablar de Jesucristo. Aun entre católicos prácticos, parecería extraño hablar de Jesucristo sacramentado. Hay tantos —dicen— que no cumplen con la Iglesia ni asisten al sacrificio de la misa, que teme uno molestar a alguno de los contertulios, y tal vez el mismo dueño de la casa se encuentra en este caso. Se hablará del arte religioso, de las verdades morales, de la belleza de la religión; pero de Jesucristo, de la Eucaristía… jamás. Cambiad todo esto; haced profesión de vuestra fe; sabed decir: nuestro señor Jesucristo, y nunca digáis Cristo a secas. En fin, es necesario demostrar que nuestro Señor tiene derecho a vivir y a reinar en el lenguaje social. Es una deshonra para los católicos tener siempre a Jesucristo bajo el celemín, como lo hacen.

Es preciso mostrarle en todas partes. El que hace profesión explícita de su fe y el que sin respetos humanos pronuncia reverentemente el nombre de Jesucristo se coloca en la corriente de su gracia. ¡Hace falta que todos sepan públicamente civil es nuestra fe-! Se oye a cada paso proclamar principios ateos; por doquiera se encuentran gentes que se jactan de no creer en nada, y nosotros ; ¿hemos de temer afirmar nuestras creencias y pronunciar el nombre de nuestro divino Maestro?

“Permanece con nosotros, Señor, porque ya es tarde.” (Luc., xxiv, 29)

Lo mismo podernos decir ahora a nuestro Señor: “Quédate con nosotros, Señor, porque sin Ti se nos echa encima la noche, una noche terrible.” La Eucaristía es, en efecto, el bien supremo del mundo. La mayor desgracia que nos puede sobrevenir es privarnos de la Eucaristía.

Necesidad del culto y honor público:

Pero esta dádiva, que excede a cualquier otra, ¿estamos seguros de poseerla siempre? Jesucristo ha prometido permanecer con su Iglesia hasta la consumación de los siglos; mas no ha hecho esta promesa a ningún pueblo ni individuo en particular. Estaremos seguros de su permanencia entre nosotros si sabemos rodear su sagrada persona del honor y del amor que le son debidos. Es una condición expresa. Jesucristo tiene perfecto derecho a esta honra y El mismo la exige. Es nuestro rey y nuestro salvador. Démosle un honor superior a todo honor, honrémosle con el culto de latría, tributémosle honores públicos: nosotros somos su pueblo. La corte celestial se postra en presencia del Cordero inmaculado. Acá en la tierra fue Jesús adorado de los ángeles en su nacimiento, de las muchedumbres durante su vida y de los apóstoles después de su resurrección. Los pueblos y los reyes fueron a adorarle.

Y en el santísimo Sacramento, ¿no tendrá Jesucristo más derecho a nuestra adoración, puesto que mayores son sus sacrificios y más profundo su abatimiento? Para El honor solemne, la magnificencia, la riqueza y la belleza del culto católico. Dios fijó hasta los más menudos pormenores de culto mosaico, aunque no era más que una figura. En los siglos de mayor fe nunca se ha creído hacer lo bastante para contribuir al esplendor del culto eucarístico, como atestiguan esas basílicas, vasos sagrados, ornamentos…, obras maestras del arte, llena de magnificencia. La fe ha obrado estas maravillas: por el culto y el honor que se rinde a Jesucristo podemos conocer la fe y las virtudes de un pueblo. A Jesús Eucaristía todo honor; ¡es digno de él y le tiene perfecto derecho! Claro que pide, además, culto de amor, interior servicio, la sumisión de nuestro espíritu, de tal manera, sin embargo, que no queden encerradas estas cosas dentro de nosotros mismos, sino que las manifestemos por medio de atenciones tan tiernas y amables como las de un buen hijo para con sus padres (…)

Quien ama, busca la Eucaristía, se complace en hablar de ella, siente necesidad de Jesús, al que tiende incesantemente y ofrece todos sus actos, todas las satisfacciones de su corazón, sus alegrías y sus consuelos. Con todo eso forma un ramillete para Jesús sacramentado. Obrando así conservaremos al santísimo Sacramento, cuya pérdida sería para nosotros mal supremo.

A la puesta del sol siguen las tinieblas, y, cuando el sol se esconde, hace frío. Si el amor a la Eucaristía se extingue en el corazón, piérdese la fe, reina la indiferencia y, en esta noche del alma, como bestias feroces, salen los vicios a hacer presa en ella. ¡Oh desventura sin igual!

Cuando los pueblos no respetan a Jesucristo

Y lo que hace Jesucristo con los individuos lo hace igualmente con los pueblos.

Si éstos no le aman, ni le respetan, ni le conocen, sino que, le abandonan y desprecian, ¿qué hará el rey al verse de esta manera abandonado de sus súbditos? ¡Jesús se va, se marcha a otro pueblo mejor! ¡Qué espectáculo más triste el que ofrecen los pueblos cuando Jesús se a parta de ellos! ¡En otro tiempo tuvo un sagrario en el cenáculo, que hoy está convertido en mezquita! Y a la verdad, no teniendo va verdaderos adoradores, ¿qué había de hacer allí Jesucristo?

Egipto y otras partes de África, que fueron en otro tiempo la tierra por excelencia de los santos, donde habitaran legiones de santos monjes, han sido dejados por Jesucristo, y desde que allí no existe la Eucaristía, reina por doquiera la desolación; pero no hay duda de que Jesucristo fue el último en abandonar aquellos países, cuando ya no encontró un solo adorador. ¡También esta nube desoladora ha pasado por Europa!. ¡Cuántas de sus iglesias en poder de los herejes, en las cuales contó Jesucristo antiguamente con fervientes adoradores! No menor causa de espanto para los verdaderos fieles es ver hoy en tanta ciudades a Jesucristo sacramentado en el mayor desamparo, solo, completamente solo. ¡Y en nuestras aldeas se cierran las iglesias por miedo a los ladrones y porque nadie entra en ellas! ¿Es posible que esto suceda? ¿Queremos, por ventura, perder el precioso tesoro de la Eucaristía? Estemos bien seguros de que si marcha Jesucristo volverán los crímenes, la persecución y la barbarie. ¿Quién podrá contener, quién será capaz de conjurar estas públicas calamidades? (Ibid, p.102-104)

Hacemos nuestras, finalmente, sus palabras, como súplica incesante, en esta patria argentina que lleva por bandera el manto de Su Madre:

“¡Oh, Señor, permanece con nosotros! ¡Nosotros seremos tus fieles -adoradores! ¡Preferimos el destierro, andar pidiendo limosna, la muerte…, antes que vernos privados de Ti! No nos castigues, Señor, viendo que abandonamos los santuarios de tu amor. Permanece, permanece con nosotros, Dios mío, que se hace tarde y sin ti la noche se nos echa encima: Mane nobiscum, Domine, quoniam advesperascit.

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PARA AGENDAR, el próximo sábado 8:

Sta Juana

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2 comentarios

  
Colgunter
El que creó los oídos lo escucha todo.
El que creó los ojos lo ve todo.
Mal tiene que estar pasándolo el Creador de la vida cuando siente y padece el desprecio de sus hijos elegidos por su falta de fe y amor. Hecho otra vez carne viva por los flagelos y escupitajos de su pueblo.

Ven Señor Jesús que nos hundimos....
04/08/20 7:16 PM
  
Pedrodemadrid
Bendito y alabado sea siempre Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar.
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V.G.: Sea por siempre bendito y alabado!
30/08/20 11:25 PM

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