¿Para qué queremos ir al cielo?

Hablamos poco del cielo. ¿Cómo vamos a desearlo si no hablamos de él? ¿Y cómo vamos a llegar allí, si no lo deseamos con todas nuestras fuerzas? San Agustín y Santa Mónica, cuando estaban en Ostia en el viaje de vuelta a África, no dejaban de hablar del cielo. “Conversábamos dulcísimamente”, cuenta San Agustín, mientras se preguntaban “cómo sería la vida eterna de los santos”.
Lo mismo deberíamos hacer nosotros frecuentemente, para aumentar así nuestro deseo del cielo. Es una cuestión que nos supera por completo, claro, porque el cielo excederá nuestras expectativas. Tus promesas han superado tu fama, canta el salmista. Aun así, en Cristo se nos ha revelado lo suficiente para que podamos meditar sobre ello durante toda nuestra vida, sin cansarnos, pregustando así un poquito lo que será el cielo y encontrando siempre nuevas cuestiones sobre las que reflexionar.
Por ejemplo, hay una cuestión que suele aparecer al hablar del cielo: ¿lo deseamos porque allí seremos felices o eso es egoísta y solo debemos desearlo porque veremos a Dios y podremos darle gloria? Es una pregunta sutil, pero a la vez muy profunda e interesante, así que aprovecharé que tengo un santo estupendo, cuya fiesta se celebrará dentro de poco, para pensar un poco sobre ella.








