InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Desde los bancos

22.06.24

17.06.24

Procrastinocracia eclesial

En los últimos años, se ha puesto de moda la palabra procrastinar, que la Academia define como “diferir o aplazar”. Aunque el término viene del latín (en el que “cras” significa “mañana”), esta reciente popularidad se debe más bien a la influencia anglosajona, porque los norteamericanos usan mucho el término procrastinate. Ellos, sin embargo, con ese genio por lo concreto y específico que tiene la lengua inglesa, le dan un matiz muy especial: no significa simplemente aplazar algo, sino en particular aplazar algo que uno debe hacer y además cambiarlo por hacer otras cosas que no tienen importancia.

¿Por qué traigo al blog esta cuestión que parece ser meramente lingüística? Porque el matiz anglosajón de procrastinate es, creo yo, particularmente adecuado para describir lo que sucede hoy en la Iglesia. En efecto, no es que en la Iglesia no se haga nada. Al contrario, se hacen muchas cosas, muchísimas y cada vez más, pero evitando cuidadosamente las que realmente deberían hacerse. Todo el marasmo de actividades, campañas, discursos y documentos que tanto ocupan a clérigos y laicos “comprometidos” es, más bien, un intento de ocultar esa ausencia de lo esencial, cada vez más evidente.

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18.05.24

C.S. Lewis y los biblistas modernos

No hace mucho, hablábamos del desastre que ha sido para la Iglesia la llamada exégesis liberal de la Escritura (que es una forma fina de llamar a las interpretaciones disparatadas de la Biblia hechas por curas sin fe ni temor de Dios). Siguiendo con ese tema, me ha parecido oportuno traducir para el blog el análisis que hizo C. S. Lewis de esa exégesis (y que los lectores que hablen inglés pueden encontrar, algo más desarrollado, en un ensayo que escribió, titulado “La teología moderna y la crítica bíblica”).

Quizá lo más interesante sea que, al no ser un experto en Sagrada Escritura o lenguas semíticas o similar, Lewis critica a los críticos bíblicos basándose en lo que él personalmente domina, que es la literatura y el sentido común. Basta examinar críticamente lo que dicen los críticos bíblicos para descubrir que sus críticas no se sostienen en lo más mínimo. Lewis ofrece cuatro objeciones principales a la exégesis modernista:

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9.05.24

Incredulidades ascensionales

Hoy, que, digan lo que digan algunos calendarios litúrgicos, es el día de la Ascensión, uno de los tres jueves del año que relucen más que el sol, me he acordado de un profesor que tuve cuando estudiaba Teología.

En la carrera de Teología hay multitud de asignaturas relacionadas con la Biblia y, en varias de ellas, me tocaron profesores que no tenían fe. Me acuerdo de uno de ellos en particular, que hacía mucho tiempo que había perdido la fe, pero no lo sabía. De lo que aparecía en la Escritura, solo creía las cosas que ya sabemos, como que hay que amar a los demás, o las cosas sin ninguna importancia, como que los judíos se llevaban muy mal con los romanos.

Como no tenía fe, se complacía en escandalizar a sus estudiantes, muchos de los cuales eran seminaristas o futuros religiosos. Hacía todo lo posible porque ellos perdieran también la fe, usando los argumentos más pueriles que puedan imaginarse. Al hablar de la ascensión del Señor, explicaba que eso de que Jesús subió al cielo no podía ser verdad, porque, si la tierra es redonda y gira sobre sí misma, a cada rato “subir” significa un sitio distinto y no todos pueden ser el cielo. El pobre se creía inmensamente sofisticado por pensar esas tonterías, pero lo único que mostraba era que no había entendido nada de lo que es el cielo, ni de la Escritura, ni de la fe.

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11.03.24

Lágrimas en la sacristía

Sacristía de San Pedro

A lo largo de sus dos milenios de existencia (o algunos más, si contamos, en sentido amplio, al pueblo de Israel), la Iglesia ha conocido todo tipo de persecuciones. Recuerdo la impresión que me hizo la basílica de Santo Stefano Rotondo, en Roma, que muestra en sus paredes circulares fresco tras fresco de escenas de los terribles martirios que sufrieron los cristianos en la antigua Roma, con gran realismo y abundancia de sangre. La basílica es bellísima, pero los murales renacentistas son solo para espíritus fuertes y Dickens, que visitó la Iglesia, los comparó con una terrible pesadilla. Después de los romanos, muchos otros pueblos, desde los japoneses a las tribus de Uganda o los propios españoles en el siglo XX, han competido por ver quién inventaba torturas y martirios más crueles para los cristianos.

Dicho eso, siempre me ha parecido que la persecución interna es, en cierto modo, más cruel, aunque sea menos espectacular y sangrienta. Basta leer la vida de los santos para ver que, en numerosas ocasiones, quienes les hacían la vida imposible eran sus superiores, sus hermanos frailes, monjes, sacerdotes o simplemente gente cristiana, pero obtusa y presta a condenar lo que no entendía.

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