InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: General

17.03.24

Fracasando, gracias a Dios

Al hilo de los años, que van pasando implacablemente, todo el mundo se pregunta en algún momento si ha fracasado en la vida y si habría sido mejor elegir un rumbo distinto. quizá si hubiera hecho tal cosa o no hubiera hecho esa otra, las cosas habrían sido diferentes. ¿Por qué no me di cuenta? ¿Por qué fui tan tonto? ¿Por qué, por qué, por qué…?

Aunque para el interesado sea generalmente una experiencia desagradable, lo cierto es que no hay nada de raro en ello. A fin de cuentas, nuestros proyectos, expectativas y deseos son ilimitados, maravillosos y color de rosa y la vida se caracteriza más bien por lo contrario. Uno puede soñar de niño con ser astronauta, bombero y también jugador profesional de fútbol, pero es difícil que en la vida real esas profesiones resulten compatibles. Una chica podría imaginar su boda con un príncipe azul que combine las mejores cualidades de Mr. Darcy, San Luis Rey de Francia y un galán de Hollywood, pero el número de ese tipo de maridos es bastante reducido, por no decir que tiende a cero.

En ese sentido, madurar tiene mucho que ver con entender y aceptar que nuestros sueños no coinciden con la realidad y en aceptar esta última tal como es, aunque no esté a la altura de lo que esperábamos. Por lo tanto, esa sensación ocasional de fracaso solo es un gaje completamente natural de crecer y envejecer al que no hay que dar mayor importancia, el precio de vivir en un mundo imperfecto. Hasta aquí, todo podría haberlo dicho también un psicólogo, pero, como los psicólogos no suelen saber de lo que hablan, es aconsejable ir más allá, pasando de lo resignadamente natural a lo sorprendentemente sobrenatural.

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7.03.24

Crónica de una confesión (en el tribunal de la impenitencia)

Traigo hoy al blog la colaboración de un autor invitado, D. Federico María, que nos ofrece el divertido diálogo de una confesión imaginada, según los presupuestos de la “nueva moral” que propone el flamante Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, el cardenal Víctor Manuel Fernández.

Aunque el formato sea algo incómodo, no dejen de leer las notas del final cuando vayan apareciendo en el texto, porque en ellas se muestra que la comedia del diálogo, por disparatada que parezca, no es más que la aplicación seria y literal de las indicaciones del cardenal Tucho Fernández. Vivimos en tiempos tragicómicos, en que lo surrealista y absurdo es el pan nuestro de cada día.

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20.01.24

La buena tristeza ante el estado de la Iglesia

A veces escuchamos que hay que ahuyentar cualquier tristeza, porque lo propio del cristiano es la pura alegría, mientras que la tristeza solo viene del demonio. Quizá por eso hay personas y grupos en la Iglesia que tienen como distintivo la sonrisa permanente y la consigna de que todo siempre va bien. Incluso angustian a pobres gentes diciéndoles que, si sienten tristeza, es porque no tienen suficiente fe o barbaridades por el estilo. Sin duda, los que dicen y hacen estas cosas tendrán buena intención, pero están confundiendo el cristianismo con algo que no es, influidos por el buenismo y el voluntarismo que hay en el ambiente.

Lo cierto es que, como enseña Santo Tomás, la tristeza no siempre es mala. Más aún, cierta tristeza es signo de virtud: “La tristeza inmoderada es una enfermedad del alma, pero la tristeza moderada pertenece a la buena disposición del alma, según el estado de vida presente” (ST I-IIae, q. 59).

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15.01.24

No, no podemos esperar que el infierno esté vacío

La existencia del infierno es uno de los grandes escándalos para la ideología posmoderna. Buenistas, relativistas y adolescentes perpetuos no pueden soportar la idea misma de un infierno, porque va contra su religión (que ni siquiera saben que tienen). Por eso, hoy en día, muchos, muchísimos “cristianos” progresistas simplemente no creen en el infierno. Han abandonado esa parte de la fe como si fuera un trasto viejo, estropeado e inservible, sin darse cuenta de que con la verdad y la fe no se negocia, es todo o nada. Como ya enseñaba Santo Tomás, no se pueden escoger algunas verdades o partes de la fe más agradables y rechazar otras, porque quien lo hace, en realidad, está abandonando la fe por completo y sustituyéndola por sus propias opiniones.

Esto está claro para cualquiera que conserve aún la fe católica. ¿Qué pasa sin embargo con esa idea que se ha ido extendiendo en ámbitos pretendidamente ortodoxos de que podemos, e incluso debemos, esperar que el infierno esté vacío? Es justamente lo que el mismo Papa Francisco acaba de afirmar al ser entrevistado en un programa de la televisión italiana: “Me gusta pensar que el infierno está vacío. Sí, es difícil imaginarlo. Esto que digo no es un dogma de fe, sino una cosa mía personal: me gusta pensar que el infierno está vacío. ¡Espero que así sea!”.

A primera vista, es una posibilidad admisible para un católico. A fin de cuentas, la Iglesia ha canonizado a muchos santos, asegurándonos que están en el cielo, pero no tiene “anticanonizaciones” para declarar que una persona concreta está en el infierno. Además, la Escritura enseña que Dios quiere que todos se salven, de modo que nosotros debemos desear lo mismo. ¿Qué persona razonable puede desear que alguien se condene? Por lo tanto, mientras defendamos la existencia del infierno como posibilidad, parece razonable y hasta encomiable esperar y confiar en que, en la práctica y por la misericordia de Dios, esté vacío, ¿no? No.

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12.01.24

Fiducia supplicans y la “moral geográfica”

Es muy difícil sacar conclusiones de la reciente declaración Fiducia supplicans del Dicasterio para la Doctrina de la Fe, en la que se permite bendecir a parejas de personas en situación matrimonial irregular o del mismo sexo. A fin de cuentas, el documento no solo contradice la práctica universal anterior de la Iglesia y un documento del mismo Dicasterio de hace dos años, sino que incluso se contradice a sí mismo en varios puntos.

Esta naturaleza contradictoria parece haber sido buscada intencionadamente como “solución” al “problema” que se planteaba el Dicasterio: la doctrina y la práctica de la Iglesia no permiten bendecir parejas que solo son tales por un pecado grave, pero de hecho la sociedad y buena parte de los católicos y el propio Dicasterio quieren que se bendigan y se acepten esas parejas. Aparentemente, el Dicasterio rechazó desde el principio las dos soluciones lógicas al dilema: o bien cambiar heterodoxamente la doctrina para bendecir uniones inmorales o bien reafirmar católicamente esa doctrina y desechar las bendiciones.

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