¿Para qué queremos ir al cielo?

Hablamos poco del cielo. ¿Cómo vamos a desearlo si no hablamos de él? ¿Y cómo vamos a llegar allí, si no lo deseamos con todas nuestras fuerzas? San Agustín y Santa Mónica, cuando estaban en Ostia en el viaje de vuelta a África, no dejaban de hablar del cielo. “Conversábamos dulcísimamente”, cuenta San Agustín, mientras se preguntaban “cómo sería la vida eterna de los santos”.
Lo mismo deberíamos hacer nosotros frecuentemente, para aumentar así nuestro deseo del cielo. Es una cuestión que nos supera por completo, claro, porque el cielo excederá nuestras expectativas. Tus promesas han superado tu fama, canta el salmista. Aun así, en Cristo se nos ha revelado lo suficiente para que podamos meditar sobre ello durante toda nuestra vida, sin cansarnos, pregustando así un poquito lo que será el cielo y encontrando siempre nuevas cuestiones sobre las que reflexionar.
Por ejemplo, hay una cuestión que suele aparecer al hablar del cielo: ¿lo deseamos porque allí seremos felices o eso es egoísta y solo debemos desearlo porque veremos a Dios y podremos darle gloria? Es una pregunta sutil, pero a la vez muy profunda e interesante, así que aprovecharé que tengo un santo estupendo, cuya fiesta se celebrará dentro de poco, para pensar un poco sobre ella.
Hace un par de días, en el oficio de lecturas se leía un magnífico texto de San Bruno que hablaba de este tema. El buen cartujo empezaba mencionando ese deseo del cielo: “¡Qué deseables son tus moradas! Mi alma se consume y anhela llegar a los atrios del Señor, es decir, desea llegar a la Jerusalén del cielo, la gran ciudad del Dios vivo”. El comienzo para cualquier reflexión sobre el cielo es el simple hecho de ese deseo: nuestro corazón, transformado por la gracia, desea el cielo, está hecho para el cielo y solo se puede saciar en el cielo. Ninguna otra cosa nos basta.
Después, San Bruno hablaba sobre el porqué de ese deseo, siguiendo lo que dicen los salmos. “El profeta nos muestra cuál sea la razón por la que desea llegar a los atrios del Señor: ‘lo deseo, Señor Dios de los ejércitos celestiales, Rey mío y Dios mío, porque son dichosos los que viven en tu casa, la Jerusalén celestial’”. Así pues, deseamos ir al cielo para ser dichosos. La cuestión que nos planteábamos ha sido respondida, ¿no?
No exactamente, porque a renglón seguido explicaba: “Es como si dijera: ‘¿Quién no anhelará llegar a tus atrios, siendo tú el mismo Dios, el Señor de los ejércitos, el Rey del universo?’”. Deseamos llegar al cielo porque es la casa del Rey del universo, porque allí está Dios, al que estamos llamados a amar con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas. ¿Qué desea el que ama? Por encima de todo, estar con el amado. Yo soy para mi amado y mi amado es para mí.
¡Entonces, estamos como al principio! ¿Deseamos el cielo para ser felices allí o para estar con Dios? Sigamos un poco más con el santo monje:
“Y cuando dice aquí dichosos ya se sobrentiende que tienen tanta dicha cuanto el hombre es capaz de concebir. Por ello son dichosos los que habitan en sus atrios, porque alaban a Dios con un amor totalmente definitivo, que durará por los siglos de los siglos, es decir, eternamente”.
El cielo es la mayor dicha que el ser humano puede concebir (y aún más de lo que es capaz de concebir), pero no es una felicidad en el vacío. Los que están en el cielo son dichosos “porque alaban a Dios”. Es decir, porque se cumple su vocación más importante. Estamos hechos para alabar a Dios. Solo podemos ser felices alabándole, amándole, dándole gracias y glorificándole. No existe otra felicidad posible para el ser humano.
No solo eso, dice también “con un amor totalmente definitivo, que durará por los siglos de los siglos, es decir, eternamente”. Seremos felices porque amamos a Dios y sabemos que ya nada ni nadie podrá arrebatarnos al amor de nuestra alma. Por eso a santa Teresa y su hermano, Rodrigo, les gustaba repetir una y otra vez que los santos “gozarán de Dios para siempre, para siempre, para siempre”. Como el amor humano entre un hombre y una mujer desea que llegue el día del matrimonio en que quedarán unidos hasta que la muerte los separe, el alma cristiana desea llegar al cielo, donde su unión con el Amado no podrá romperse ya nunca más.
¿Así que la respuesta era, después de todo, que lo deseable era solo amar a Dios y tenerle para siempre? Tampoco, porque San Bruno continúa diciendo: “y no podrían alabar eternamente, sino fueran eternamente dichosos”. En efecto, el corazón alaba y da gracias por lo que ha recibido y esa alabanza solo podrá ser perfecta, sin dificultad ni obstáculo, cuando nuestra felicidad sea también perfecta y eterna.
Este ir y venir, que podría prolongarse todo el tiempo que estuviéramos pensando sobre el tema, nos indica que se trata de una falsa oposición. Entre amar y alabar eternamente a Dios y ser felices eternamente se puede hacer una distinción de razón, pero lo cierto es que, de hecho, ambas cosas van juntas y no pueden separarse.
Obviamente, Dios siempre tiene la primacía en todo, de modo que la esencia del cielo es contemplar a Dios y alabarle y darle gloria para toda la eternidad. La alabanza y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y el honor y el poder y la fuerza son de nuestro Dios, por los siglos de los siglos. Amén.
En ese sentido, es cierto que, como criaturas, aunque eso no nos hiciera felices, deberíamos bendecirle y alabarle por siempre. También es cierto que, en esta tierra, a veces tenemos que elegir entre amar a Dios y lo que nos agrada o aparentemente nos hace “felices” de forma inmediata. Por voluntad de Dios, sin embargo, la bendición, la alabanza y la contemplación de Dios se identifican con nuestra felicidad última, así que no tenemos que estar divididos, ni desconfiar del deseo de ser felices para siempre. Es Dios quien ha puesto en nuestro corazón ambas cosas: el deseo de amarle y el deseo de ser felices.
Es bueno que deseemos ser felices para siempre y no hay en ello egoísmo alguno, porque Dios quiere que seamos felices para siempre. Es más, precisamente por ser felices para siempre, podremos alabarle eternamente y se cumplirá en nosotros algo que no solo es un mandato, sino sobre todo una promesa: amarás al Señor, tu Dios, con toda tu alma, con todo tu corazón y con todas tus fuerzas. ¡El primer mandamiento es también la primera promesa, la más importante, la que nos hará felices para siempre! Estamos hechos para amar a Dios y para ser felices, de manera que, como los trascendentales del ser, ambas cosas convergen, convertuntur, en la Jerusalén celeste.
Como muy bien sabía San Bruno, lleguemos por el camino que lleguemos, lo importante es que deseemos el cielo, lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el hombre puede pensar, es decir, lo que Dios ha preparado para los que le aman. Para siempre, para siempre, para siempre.
47 comentarios
('La Ciudad de Dios', libro XXII, capítulo 30, 6).
No tenemos más que ver cómo sufren los que ya en esta vida aman a Jesucristo y ven los estragos que causa el pecado en sus propias vidas y en el mundo. Los verdaderos seguidores de Cristo, ya en esta vida, desean el cumplimiento de la Voluntad de Dios y ansían verla realizada. Y eso es, precisamente, lo que tendrán y contemplarán en plenitud cuando lleguen al Cielo, para gloria y gozo de Dios.
San Bruno: “y no podrían alabar eternamente, sino fueran eternamente dichosos”.
No es "sino". Lo correcto es "si no", una conjunción condicional más un adverbio de negación.
quién de nosotros habitará una hoguera perpetua? (Is 33,13-16)
Muy interesante, nunca había pensado, yo también lo pensaré.
A mí lo que más me fascina después de la Sagrada Eucaristía, es la inhabitación trinitaria, cuando somos realmente conscientes de la inhabitación trinitaria es lo más de este mundo junto con la Sagrada Eucaristía. Y en el Cielo esta inhabitación va a ser plena. si no siendo plena en esta tierra llena como llena, que será en el Cielo cuando sea plena. Para entendernos, en este mundo ya estamos viviendo lo que llaman algunos un anticipo del Cielo, que supongo que se referirá a la inhabitación trinitaria. Yo a esto le llamo un cachito de cielo. En este mundo ya tenemos un cachito de Cielo que es nuestro y nadie nos va a quitar.
Además tendremos la plena comunión con la Santísima Trinidad, con la Santa María, Virgen; con el glorioso San José, con la jerarquía angélica, y con todos los santos. No desearemos otra cosa sino que se cumpla la Santa Voluntad de la Trinidad Beatísima, pero esto lo desearemos, no como lo deseamos en este mundo, sino en plenitud.
Resumiendo: el Cielo es plenitud.
Y una de las glorias más fascinantes va a ser poder ver el rostro del Bellísimo Señor, que es su Santísima Santidad.
"El Señor te bendiga y te guarde.
Te muestre su rostro y tenga piedad de ti.+
Te dirija su mirada y te dé la paz.+
El Señor te bendiga"+ (San Francisco de Asís).
Dios sabe más, pero no deja de ser una incognita imposible de resolver.
Ya sé lo de los cuerpos gloriosos, pero me da un poco de reparo el dogma de la resurreción de la carne...
Con lo que me hace sufrir.
¿"Para qué queremos ir al Cielo"?
En realidad no es que nosotros queramos ir al Cielo, porque como dice San Pablo, creo que en la Carta a los Romanos, "nosotros por nuestra debilidad no sabemos pedir lo que nos conviene, y el Espíritu Santo, ora en nosotros al Padre con gemidos inefables".
Ya vemos que dan una muy buena formación religiosa a los niños en el CEU de San Pablo de Sevilla, y supongo que en todos los CEUs.
Efectivamente Dios no necesita que le demos gloria, es más, Dios no nos necesita a ninguno de nosotros, pero Dios y María se ponen muy alegres si le damos gloria, y la gloria plena se la daremos en el cielo.
Muy bien este niño.
Recuerdo que una época iba a rezar a una capilla de un asilo de ancianos, de la Madre Teresa Jornet, y allí había esta frase de ella:
"Dios en el corazón, la eternidad en el pensamiento, y el mundo bajo los pies"
Del Cielo no se habla mucho, aún entre "creyentes", porque no tiene sentido hacerlo si no es para desearlo y ello conlleva, concomitantemente, menospreciar lo relacionado con esta vida, y eso nadie está dispuesto a hacerlo, pues nos atraen mucho los goces de aquí abajo.
Es imposible, por más que se diga, querer ir al Cielo y a la vez estar enamorado de esta vida. Si no, veamos a los Santos: en la medida en que añoraban la Patria Celestial deseaban verse libres de las ataduras de esta vida de destierro, como le llamaban ellos.
En síntesis, el aprecio del Cielo conlleva desprecio del suelo, por eso tan pocos se entusiasman con la idea del Cielo y lo ven como algo a donde hay que ir porque no queda otro remedio, no lo ven como algo que se anhela, se desea y se añora cada día y cada momento, sino como algo que nos privará de los placeres de aquí abajo.
Sé que abundo en el tema, pero miremos nuevamente a los Santos: entre más anhelaban el Cielo más despreciaban esta vida, pues sabían que no hay comparación entre la Felicidad plena que allá nos espera y los goces fugaces de ahora.
Me llama la atención, personas de Fe, que al llegar el nuevo día dicen: Te doy gracias Señor porque me dejaste amanecer. Es que no creen que si hubieran muerto en el sueño, ahora estarían en una patria mejor?
La gente cree en el Cielo, pero no quieren pensar mucho en él, porque ello implica pensar en la muerte.
Cómo anhelaban los Santos, la muerte, para encontrarse con Cristo.
Hoy he comido con unos amigos y el camarero me preguntó:
- La carne cómo la quiere, pasada o en su punto.
- En su punto, en su punto, le contesté yo.
Y no veas, estaba riquísima. Lo digo por si te sirve...😇
“Porque la gloria de Dios es el hombre viviente, y la vida del hombre es la visión de Dios.”
S. Ireneo de Lyon
Querer ser felices es tender a cumplir el propósito para el que fuimos creados, alabar a Dios eternamente, y esto solo es posible con la visión beatífica, poseer y ser poseídos por Dios.
Como concluyes acertadamente, no se puede tener lo uno sin lo otro, son las dos caras de la misma moneda,
por eso se usa la figura de las bodas, como entrega recíproca, para vislumbrar esta verdad.
Si nos hicieran esa pregunta, qué responderíamos?
Una vez se lo pregunté a una amistad (muy católica) y me respondió que, ella creía en el Cielo y quería ir allá, pero antes quería disfrutar un poco más de lo de aquí.
Sin comentarios.
Si a mí me preguntaran lo mismo que a tu amistad, respondería sin dudas que ya, pero rapidito.
Me es igual bajarme en estación o apeadero.
Alabar y amar no son lo mismo.
Lo parecen pero no lo son.
El Amor tiene 2 direcciones Dios nos ama y nosotros (Seguro que algunos, al menos. Tú entre ellos) amamos a Dios. Pero por mucho que tú alabes a Dios, Él no va a devolverte su alabanza. No tiene sentido.
La alabanza puede ser consecuencia del amor pero no necesariamente.También puede ser consecuencia del muedo. La prueba es que Dios nos ama pero no nos alaba.
Esto es de una lógica irrebatible.
Pero en sí mismo eso no significaría nada, si no fuera porque Dios, en el Decálogo, incluso en esa interpretación torticera y fraudulenta que hace la Iglesia con la excusa de hacer un decálogo más "pastoral y catequético" (Hay que fastidiarse, y luego soy yo el que "enmienda la plana a Dios"), lo que nos pide es que LO AMEMOS no que lo adoremos.
Y Cristo, al ser preguntado, va más lejos aún del Decálogo y pone el Amor a nuestro Prójimo al mismo nivel que el Amor a Dios.
Yo tiendo a pensar que lo hace porque la ÚNICA manera de amar a Dios es a través del amor al prójimo y el resto son mandangas de fariseos y meapilas; pero eso es ya de mi cosecha. Lo mismo no es verdad y se puede amar a Dios a base de mucha contemplación. Los místicos lo aseguran; pero, al menos, no es lo mío.
Y la pregunta definitiva es: pero entonces.... ese deseo...ese amor... ¿Cómo es? ¿Cómo saber si es amor u otra cosa?
No tengo fruta idea.
Pero si te puedo poner 2 ejemplos en que hubo alguien, que lo tenía claro.
El primero es el que más te va a gustar: 1Cor 13.
Pablo de Tarso, parece saber muy bien lo que es el amor. Yo uso mucho este texto cuando quiero saber si uno de mis actos es o no un acto de amor.
Y el otro, un icono de mi adolescencia, nada sacro, es la conversación entre el principito y el zorro en "Le petit prince" de Antoine de Saint-Exupéry. El "zorro habla de dejarse domesticar". Si no lo has leído, hazlo con tus hijos. Es una lectura deliciosa, en especial si puedes hacerla en francés. Hermosa de verdad. "L'essentiel est invisible por les yeux. On ne voit bien qu'avec le coeur"
Por último te diré algo que me dijo hace muchos años, en Taizé, Alphonse (No recuerdo su apellido) un misionero congoleño dedicado a sacar niños de los ejércitos y recoger menores, niños y niñas, que huían de las guerras civiles de Ruanda y el Congo: "Desengáñate, Hugo (Él empleó mi verdadero nombre, obviamente), el amor no existe. Sólo existen las pruebas de amor"
Y yo estoy de acuerdo.
'
Ya ves. A mi lo que me gusta de verdad es el fresquito del aire acondicionado
🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣😂
"Queremos ir al cielo porque queremos durar"
Hombre, queremos algo más que seguir siendo, ¿no?
"Enseñanza de San Agustín"
El santo de Hipona tenía un don para las frases felices y profundas.
"con lo que me hace sufrir"
Esa misma carne será gloriosa y los sufrimientos ofrecidos con los de Cristo, nuestra gloria para toda la eternidad.
Claro que a unos les tocan más que a otros de ambas cosas.
Por eso, la expresión de que Dios nos pille confesados...velad, que no sabéis el día ni la hora...
Porque estamos enamorados (de Dios Trino, de sus Ángeles, de Sus santos, del Cielo). Y los enamorados quieren estar siempre juntos.
Porque queremos perdurar en el Amor, no en la blasfemia.
Dios nos permita perseverar hasta el final, para ir a ese Cielo que hoy solo soñamos.
Una amiga tras despedir a su padre a la otra vida, me contó cómo se preparó para ese momento con la cercanía de su familia. Me emocionó ver una historia de reconciliación familiar y espiritual tan de cerca. No apta para feminazis. Me dijo, #quisiera a mí padre en el cielo más que ninguna otra cosa ahora mismo#. .¡Wow. Eso es ser cristiano! Esas catequesis de vida no son frecuentes hoy día en occidente.
Pasen ustedes buena semana. Dios nos guíe.
Yo quiero ir al Cielo por qué ha está la Santisima Trinidad , la felicidad viene despues.
Como me lo imagino? A veces me imagino yo siendo niño y preguntando y que Dios me contesta y yo me maravillo por las respuestas y asi toda la eternidad; otras veces me imagino a los pies de Jesús, besando sus llagas y dándole gracias. Eso para mi es el Cielo
Por ahi teologicamente es medio flojo lo que digo, pero es mi pensamiento que no creo sea muy errado. Es una lastima no hablar mas seguido de estos temas
Pienso que el Cielo no será completo, si allá no me reencuentro con las personas que amé en esta vida.
Perdon por tanta lata, les abrí un poco mi corazon, me gustaría mucho tener con quien hablar del Cielo
Tambien pienso en el purgatorio; pero no lo entiendo porque si yo se que estoy salvo, que voy a ver a Dios, con gusto enfrentaria los castigos necesarios.
En el otro destino posible tambien pienso mucho, sobre como será, pero me resulta imposible pensar en eso, porque pienso que estaría llorando toda la eternidad por no poder estar con Dios y no lo odiaría a El porque El es justo y eso ya sería un muestra de amor a Dios, no? y en ese lugar no puede haber amor... y no puedo pensar mas, porque pienso en la terrible soledad que se debe vivir porque falta El y me entristezco mucho porque es una posibilidad ir ahí. Pero aunque estuviera triste y reconociera Su justicia, claro, no lo alabaría y eso seria la diferencia del Cielo, quizas pueda haber amor en ese otro lugar, pero no alabanza o tal vez utilice la palabra amor de forma romantica; son temas que pienso mucho.
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