InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Moral

12.02.23

Qué podríamos aprender del debate sobre la pena de muerte

“Un católico que no puede entender cómo la muerte puede ser una pena adecuada en algunos casos, necesariamente encontrará intolerable el concepto del purgatorio (que es algo mucho peor) y considerará completamente imposible el del infierno. El debate sobre la pena de muerte, en realidad, es un debate sobre el castigo en sí mismo y solo constituye la primera ficha de dominó doctrinal”

Edward Feser, filósofo y catedrático católico norteamericano

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26.10.22

El relator sinodal despeja dudas

En artículos anteriores sobre el Sínodo de la Sinodalidad, hablábamos de algunos aspectos sinodales, como el tema o las aportaciones solicitadas, que hacen sospechar que sus reuniones estarán dañadas de raíz. En consecuencia, es de temer que, en el mejor de los casos, esas reuniones serán una forma de perder el tiempo pareciendo que estamos muy ocupados y, en el peor, podrían ser la puerta para intentar cambiar la enseñanza de la Iglesia como desean, por ejemplo, tantos obispos alemanes y belgas.

Nos queda por analizar, sin embargo, a los encargados del Sínodo. A fin de cuentas, aunque fuera con los materiales más pobres e inadecuados, unos responsables con fe y valentía podrían tomar firmemente las riendas de la reunión sinodal y conseguir algo bueno en ella. ¿Será eso lo que ocurra con el Sínodo? A falta de un milagro, habría que decir que parece que no. Al menos a juzgar por las declaraciones que hizo ayer el cardenal Jean-Claude Hollerich en una entrevista publicada por L’Osservatore Romano, el periódico del Vaticano.

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24.06.22

Cor Iesu vicit et vincet

En honor del Sagrado Corazón y de esta gran victoria de consecuencias mundiales contra el aborto que nos ha regalado en su fiesta, traigo al blog un sonetillo que escribí hace años. A veces, viendo nuestra debilidad y las derrotas que sufrimos una y otra vez, tenemos la tentación de desesperar. Y humanamente, esa desesperanza es lo más lógico que hay. Con la gracia, sin embargo, lo podemos todo, porque el Corazón traspasado de Cristo lo puede todo.

Lo que nos falta no es poder político, sino fe. Lo que cambia el mundo no son nuestras fuerzas, sino la caridad sobrenatural que brota del corazón divino. Lo propio del cristiano no son el pesimismo ni el optimismo, sino la esperanza que no defrauda. Cor Iesu vicit et vincet. El Corazón de Jesús ha vencido y vencerá.

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22.02.22

La humildad del corazón

¿Cuál es el principal problema de los cristianos corrientes? Me refiero a los de Misa dominical o incluso diaria, los de buena intención, los que hacemos lo posible por vivir en gracia y nos confesamos regularmente, rezamos el rosario y nos esforzamos por convertirnos en cuaresma o abrir el corazón en adviento. Problemas tenemos muchos, claro, como todo el mundo, pero ¿cuál es el principal, el que siempre está presente, como una piedra molesta e irritante en el zapato de la que no nos podemos librar?

Creo que, si lo pensamos un poco, no hay duda de que ese problema es generalmente la rutina y la tibieza. Para el cristiano, los pecados se solucionan confesándose, pero ¿y esa mediocridad de la que no podemos salir? ¿Para eso nos redimió Cristo en la cruz, para que viviéramos más o menos como los demás hombres, sin grandes vicios, pero también sin grandes virtudes? ¿Para que fuéramos tirando por la vida? ¿Acaso no estamos llamados a ser santos? ¿Por qué nos confesamos una y otra vez, año tras año, de lo mismo y parece que no avanzamos nada? ¿Por qué pasan cuaresmas y cuaresmas y no nos convertimos?

Esto nos lleva al problema real, que no es la tibieza en sí misma, sino algo más profundo: ¿de dónde viene esa tibieza? ¿Por qué nos domina? ¿Por qué estamos tan esclavizados por ella que no podemos liberarnos? ¿Es que no tiene remedio y solo un puñadito de santos estaba llamado a salir de la mediocridad? ¿Y nosotros?

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12.10.21

La delicadeza de los santos

Los detalles a veces nos conmueven más que el conjunto y se introducen profundamente en nuestra memoria, quizá como un reflejo de la predilección que tiene Dios por lo pequeño. Este verano, al leer la extensísima biografía de San Enrique Newman escrita por Ian Ker, me llamó en especial la atención una breve anécdota sin importancia que se cuenta sobre el santo.

Cuando Newman tenía ya sesenta años, visitó un día el pueblecillo de Ham (que en tiempos modernos ha sido absorbido por la gran urbe londinense), donde había pasado los primeros años de su vida y que nunca había dejado de estar “en sus sueños”. Una vez allí fue naturalmente a ver su antigua casa, Grey Court House, y rememoró con gran melancolía cómo, en esas mismas ventanas, habían colocado velas para celebrar la victoria inglesa en Trafalgar.

También recordó que, poco después de mudarse a otra casa, su padre, su hermano y él habían pasado por allí y, el jardinero, amablemente, les había ofrecido tres albaricoques. El padre de Newman le dejó elegir a él, ya que era el más pequeño, y el futuro santo tomó uno y se lo comió. Al hacer memoria de aquellos tres albaricoques, ¡medio siglo después!, Newman comentó: “elegí el más grande, algo que aún me sigue inquietando cuando pienso en ello”.

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