(107) ¡Ay, si permitimos que se ponga el Sol...!
Hace un tiempo, con ocasión del atentado al semanario CH.Hebdo en Francia, cité unos párrafos que nuevamente quisiera recordar, de uno de los santos franceses a quienes tengo mayor devoción. San Pedro Julián Eymard fue el apóstol incansable de la Eucaristía -fundador de los sacerdotes del Smo. Sacramento-, cada día más pisoteada en este tiempo, no sólo por los confesos enemigos de la Iglesia, sino también por los que están agazapados tras sus muros. ¿O acaso no es pisoteo cuando se minimizan las condiciones para acercarse a la Comunión, valiéndose de argumentos sofísticos que halagan al mundo y a los pecadores, en vez de iluminarlos?…
Contemporáneo de Eymard, el Santo Cura de Ars había dicho de él: “Es un santo. El mundo se opone a su obra porque no la conoce, pero se trata de una empresa que logrará grandes cosas por la gloria de Dios. ¡Adoración Sacerdotal, que maravilla! … Decid al P. Eymard que pediré diariamente por su obra". Nacido en Grenoble, la misma diócesis en que luego se aparecería Ntra. Señora de la Salette, supo vislumbrar algunos síntomas que Ella también reprobaría severamente, y cuyas consecuencias hoy padecemos por doquier.


Mirar en estos días a Francia y creer que nos es ajeno lo que está sucediendo, o por lo menos remoto, es no entender nada de nada; es no tener idea de dónde estamos parados, porque en su infidelidad histórica y castigos presentes, estamos todos comprendidos y hermanados. Pero no para proclamar “Yo soy Charlie”, porque esa proposición es verdaderamente vergonzosa: ¿cómo es posible que por repudiar un crimen, se enaltezca otro?; ¿desde cuándo la víctima de un atentado hace que la muerte convierta en loables sus abominaciones?.
Ya sabemos que muchos nos dirán que somos estructurados, que lo importante es la intención, que no seamos fariseos, porque al fin y al cabo…bueno, admitámoslo: ¡somos ángeles purísimos y todo lo que tenga relación con las formas no nos toca ni de lejos!. Las formas -sean éstas jurídicas, sociales, litúrgicas- son una deplorable pieza de museo, de gente muy dura, muy mala y sobre todo, con el alma llena de telarañas, que no merecen ni una pastillita de misericordina. Sólo los buenos -y los pobres, por supuesto- son capaces de comprender los ribetes místicos que hay en celebrar la Misa con el trapo multicolor de la “diversidad” (*), tras una cantante popularizada en la protesta revolucionaria, la provocación y el erotismo.