InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Signos de esperanza

23.03.20

Como si la muerte no existiera

Desde el deísmo de los viejos enciclopedistas de la Ilustración, se puso de moda vivir etsi Deus non daretur, como si Dios no existiera o no fuera evidente. Cualquier niño que hubiera estudiado el catecismo podría haber predicho que las consecuencias no serían buenas. Dejando a un lado guillotinas y revoluciones, uno de los efectos más curiosos fue que, una vez que la gente se acostumbró a vivir como si Dios no existiera, sin darse cuenta terminó viviendo también etsi mors non daretur, como si la muerte no existiera.

En las sociedades antiguas, la muerte siempre estaba presente. El arte, el pensamiento, la religión y la vida cotidiana ofrecían un constante memento mori, a veces sombrío, en ocasiones macabro y, en el mejor de los casos, esperanzado, pero siempre presente. Desde hace algo menos de un siglo, sin embargo, la muerte prácticamente ha desaparecido de la vida social y del pensamiento. Al desaparecer Dios de la escena, dejó de haber respuesta para el gran enigma de la muerte y no hay nada que resulte más incómodo y embarazoso que un enigma sin respuesta.

Leer más... »

1.10.19

27.08.19

Quevedo, el profeta

No creo que sea una casualidad que poeta rime con profeta. Siempre me ha parecido que los poetas, si son buenos, nos anuncian de algún modo una palabra que viene de Dios, permitiéndonos oír, aunque sea de lejos, la música callada que mueve el universo. Hasta me gusta pensar que quizá haya algún ángel feliz encargado de inspirar a los poetas, como decían los antiguos griegos que hacían las musas.

No digo esto porque sí, ni por ponerme lírico, sino porque en muchas ocasiones he notado que hay poemas proféticos que, con palabras humanas, pero a imagen de la Palabra de Dios, son como espada de doble filo que penetra hasta la división entre alma y espíritu y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Uno de estos poemas, a mi juicio, es el famoso soneto de Quevedo sobre la ciudad de Roma, titulado “Buscas en Roma a Roma”:

Leer más... »

20.08.19

Un toque de gloria

El sábado por la mañana fui a una parroquia cercana a confesarme.  Mientras esperaba, vi a un grupo que rezaba el rosario, claramente con la costumbre de hacerlo a aquella hora, en la que normalmente no hay nadie en la iglesia.

Más que un grupo se trataba de un grupito. Apenas eran media docena de viejecillas y un anciano tan encorvado que parecía estar en continua adoración. Sentados en los últimos bancos de la Iglesia, repetían palabras que debían de haber dicho innumerables veces, gastadas suavemente como el brocal de un pozo por el roce persistente de la cuerda. En el templo vacío y silencioso, daba la impresión de que estaban solos en el mundo, sin necesidad ni deseo alguno de tener espectadores a los que dar buen ejemplo, sin fines prácticos, sin preocupaciones ecológicas, políticas o filantrópicas. Un acto de pura adoración, solo para Dios, de la mano de nuestra Señora.

Leer más... »

30.05.19

Solo un vaso de agua

Ayer tuve que traducir un texto en el que aparecía el subjuntivo del verbo satisfacer y me vino a la memoria, imparable como las magdalenas de Proust, el recuerdo de cuándo aprendí a conjugar ese verbo. Me acordé del día en que sucedió y del profesor que me enseñó a hacerlo, hace casi treinta años, explicándonos pacientemente que satisfacer provenía del verbo hacer (satis facere, hacer lo suficiente) y, por lo tanto, se conjugaba como él: haga, hiciera > satisfaga, satisficiera.

Es un detalle pequeño y podría decirse que insignificante, pero ha hecho que me quedara pensando en lo incalculables que son el bien y la verdad, en su fecundidad insospechada. Un sencillo bien hecho a una persona o la enseñanza de una pequeña verdad, quizá con la sensación de que no sirven de nada porque nadie los aprecia o nadie está prestando atención, pueden dar fruto un cuarto de siglo después.

Leer más... »