InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Desde los bancos

29.08.25

Sencilla propuesta para celebrar Nicea en las parroquias

Este año celebramos el milésimo septingentésimo aniversario (¡ahí es nada!) del Concilio de Nicea. En estos tiempos de fe más bien floja, apostasía creciente y confusión rampante, convendría remachar y aprovechar todo lo posible el aniversario de este concilio fundamental.

Aunque habrá actos protocolarios y congresos varios en la Iglesia, quizá convendría que las parroquias lo celebraran concretamente, para que no se quede en actos de prelados y discusiones de teólogos, sino que los beneficios lleguen a los fieles, que, por su bautismo, han recibido la misión de conservar y practicar la fe católica que defendió Nicea.

Esa celebración parroquial se puede hacer de muchas formas, pero quizá la más sencilla sea utilizar durante todo lo que queda de este año el credo Niceno-constantinopolitano en la liturgia, es decir, el llamado “credo largo”. Así los fieles se lo aprenderán de memoria, porque en algunas parroquias se usa con mucha frecuencia, pero en otras no se recita apenas o incluso nunca. Varios lectores se han quejado de ello en este mismo blog.

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25.08.25

¿Me estás timando?

“La irreligión que prevalece en nuestra época ejerce una presión inconsciente y continua sobre el púlpito, induciendo a los predicadores a retraerse, en puntos doctrinales, de hacer afirmaciones que serían impopulares. El problema es que una doctrina que deja de afirmarse está condenada, como un órgano que no se usa, a la atrofia.

[…] Así, se ha tirado por la borda cada punto doctrinal que parecía cuestionable y, por lo tanto, no esencial; el infierno se ha abolido y el pecado prácticamente también; solo se menciona el Antiguo Testamento con un alud de matizaciones y los milagros con una mueca vergonzante […].

Sin embargo, al hombre común, que no va a la Iglesia, no le impresiona esta forma de actuar. A sus ojos, el cristianismo no gana nada cuando se esfuerza por no ser dogmático. No es que ese hombre común critique de forma expresa estas tentativas de acercamiento: simplemente las ignora […] Los dogmas salen por la ventana, pero los fieles no entran por la puerta. […] ¿De verdad se trata de una buena inversión (se pregunta el hombre común, con su estilo comercial), si los que la ofrecen están tan deseosos de colocar el producto a cualquier precio?”.

Ronald A. Knox, La fe de los católicos, 1927

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6.08.25

Nosotros mismos nos buscamos los problemas

Hace unos diez años hubo una curiosa polémica entre algunos apologetas católicos sobre si Dios castiga o no castiga. Recuerdo que pensé que era una controversia absurda y extrañísima. A fin de cuentas, la Escritura dice multitud de veces que Dios castiga y lo mismo ha hecho la Iglesia durante dos milenios. A pesar de ello, diversos apologetas defendían obstinadamente lo contrario, sordos a cualquier argumento.

Poco a poco, me fui dando cuenta de dónde estaba el problema: toda una generación de cristianos se ha educado en libros de espiritualidad, tratados de Teología, homilías, traducciones bíblicas y lecturas y oraciones litúrgicas que, sistemáticamente, evitan las enseñanzas “duras” o “difíciles” de la doctrina católica. Por ejemplo, a numerosos traductores de la Biblia no les gusta la palabra “castigo” y la sustituyen por otras más suaves a oídos modernos. Por muy buena intención que tuvieran muchos de esos apologetas, era inevitable que la idea de los castigos de Dios y muchas otras enseñanzas difíciles les resultaran ajenas, imposibles o incluso ofensivas: nunca habían oído hablar de ellas.

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3.08.25

¡Más huevos duros no, por favor!

Sabiendo que la sabiduría de los antiguos a menudo nos da sopas con honda a los modernos, me ha parecido oportuno traducir y traer al blog un fragmento del códex latino de la Anthologia Fabularum Beati Cucufati Alexandriae Veteris (florilegio de historias del bienaventurado Cucufato de Alejandría la Vella). Aunque probablemente se trate de un tratado apócrifo, encuentro que contiene una sensatez que trasciende otras consideraciones de menor importancia. Al mismo tiempo, tiene tal frescura que parece que haya sido escrito ayer.

Se trata de un curioso capítulo titulado “Malditos huevos del diablo” (ova daemonica maledicta), que relata lo siguiente:

………

Debido a su carácter cordial, su animada conversación, su rostro no del todo molesto y una higiene personal aceptable para tratarse de un anacoreta, el bienaventurado Cucufato recibía a menudo invitaciones para comer en las casas de los notables de Alejandría, que gustaban de hablar con él de lo divino y de lo humano.

Cierto día, se le invitó a un banquete con ocasión de algún fausto acontecimiento cuyo recuerdo se ha perdido. Cucufato acudió tarde, como era su costumbre por carecer de despertador, y, cuando llegó, los demás ya estaban comiendo. Era un espléndido banquete y, aunque Cucufato solía alimentarse exclusivamente de ortigas y cardos crudos, por humildad decidió participar en la comida para no desentonar.

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31.07.25

Newman y la crisis de la Iglesia

“El episcopado, cuya acción fue tan pronta y concordante en Nicea ante el auge del arrianismo, no desempeñó, como clase u orden, un buen papel en los problemas posteriores al Concilio; mientras que los laicos sí lo hicieron. El pueblo católico, a lo largo y ancho de la cristiandad, fue el defensor obstinado de la verdad católica, y no los obispos. Por supuesto, hubo grandes e ilustres excepciones […] pero, en general, considerando la historia en su conjunto, nos vemos obligados a decir que el cuerpo gobernante de la Iglesia no estuvo a la altura, mientras que los gobernados fueron preeminentes en fe, celo, valentía y constancia.

Es un hecho muy notable, pero tiene una moraleja. Quizás se permitió para inculcar en la Iglesia, en el mismo momento en que pasaba de sufrir persecución a su larga ascensión temporal, la gran lección evangélica de que no son los sabios y poderosos, sino los desconocidos, los ignorantes y los débiles quienes constituyen su verdadera fuerza. Fue principalmente gracias al pueblo fiel que el paganismo fue derrocado; fue gracias al pueblo fiel, bajo la dirección de Atanasio y los obispos egipcios y, en algunos lugares, con el apoyo de sus obispos o sacerdotes, que la peor de las herejías fue resistida y erradicada”.

John Henry Newman, Los arrianos del siglo cuarto (1833)

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