14.05.21

Brevísima novena al Espíritu Santo

Solo faltan nueve días para Pentecostés y es el momento de empezar una novena para pedir el Espíritu Santo. Como lo bueno, si breve y sustancioso, es dos veces bueno, traigo hoy al blog una novena brevísima y al alcance de todos.

Hay muchas novenas por ahí, estupendas y requetemaravillosas, así que, si el lector ya está rezando una de ellas, puede ahorrarse el resto del post. En cambio, para los lectores que siempre se olvidan de rezar la novena al Espíritu Santo, los desmemoriados que la empiezan al cuarto día, los que la empiezan y solo la rezan dos días de los nueve, los que pierden la novena a la mitad, los que se cansan cuando una novena es larga, los perezosos, los inconstantes, los muy ocupados en no hacer nada y, en resumen, para los lectores torpes como el autor es torpe, traigo una novena brevísima, de una sola línea:

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12.05.21

Para entender lo sucedido en Alemania

Ahora que ya todo el mundo se ha enterado del bochornoso espectáculo protagonizado el otro día por uno o dos centenares de sacerdotes alemanes, me gustaría señalar dos cosas que deben tenerse en cuenta a la hora de interpretar lo que ha sucedido. Son dos observaciones muy sencillas, pero sin ellas es imposible comprender de verdad la naturaleza y la importancia de este hecho.

Lo primero que hay que saber es que lo que sucedió este lunes no es nada nuevo. Lleva sucediendo públicamente en Alemania y otros países centroeuropeos muchos, muchos años. Las bendiciones a parejas del mismo sexo, de divorciados o de hecho son habituales por allí y no llaman la atención. Desde hace bastantes décadas, en multitud de parroquias, seminarios y curias diocesanas de Alemania y los países cercanos se promueven el fin del celibato (y mientras tanto el arrejuntamiento de los sacerdotes), la homosexualidad (incluidos los sacerdotes y los miembros de consejos parroquiales), la ordenación de las mujeres (y, mientras tanto, su presencia en el altar revestidas, para acostumbrar a los fieles), los anticonceptivos, el divorcio, etcétera.

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26.04.21

22.04.21

Hablan como políticos

Confieso que no suelo leer los documentos, declaraciones y cartas de los obispos (con honrosas excepciones, gracias a Dios), porque sé por experiencia que no voy a sacar provecho de ellos y lo único que voy a conseguir es enfadarme. A pesar de esa saludable práctica habitual, en ocasiones caigo en la tentación de leer uno de esos documentos, como me ha sucedido hoy con una carta del Cardenal Osoro sobre los migrantes. Y, una vez más, lo único que he conseguido con ello ha sido enfadarme.

Con todo el respeto por el cardenal y sus buenas intenciones, resulta muy difícil de soportar ese fondo de buenismo tan absurdo (y tan contrario a la fe) que considera que todos los emigrantes son buenos por el hecho de ser emigrantes (como si no existiera el pecado original), que todas las diferencias son respetables (como si los pecados y errores no existieran), que todo el mundo enriquece a la comunidad en la que vive (como si nadie dañase a los demás) y que hay que acoger a todos indiscriminadamente (olvidando las innumerables veces que la Escritura dice lo contrario). Basta aplicar esas mismas ideas a cualquier otro grupo para ver que no tienen ni pies ni cabeza y nadie en su sano juicio, incluidos los mismos obispos que dicen estas cosas, las pone en práctica con ningún grupo social, empezando por los más cercanos. 

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19.04.21

Historias de santidad en Chile

A veces pienso que, si fuéramos capaces de ver las cosas como realmente son, nuestros libros de historia cambiarían por completo. Multitud de acontecimientos, tendencias y personajes que parecen ser fundamentales para entender el devenir histórico apenas merecerían una nota al pie, mientras que otros que no se estudian en las universidades necesitarían un curso entero para ellos solos. A fin de cuentas, el acontecimiento central de la historia de la humanidad pasó completamente inadvertido para los historiadores de la época, en un pueblecillo de una provincia remota del Imperio romano.

“La gloria de un país son sus santos” y quizá se podría escribir la historia de cada país, la auténtica historia de un pueblo, al hilo de sus santos. Sería una historia políticamente incorrecta, eso sí, porque de inmediato cuestionaría las modas y falsos dogmas del presente, algo que ningún historiador de prestigio osaría hacer. Sin embargo, merecería sin duda la pena, porque los santos son los únicos que se toman en serio la realidad y, en medio de la penumbra característica de nuestra naturaleza caída, disponen de una luz especial para verla y comprenderla.

En ese sentido, en los años que pasé en Chile, una de las cosas que más me impresionaron fue enterarme de que el país solo tiene dos santos canonizados: Santa Teresa de Los Andes y San Alberto Hurtado SJ. Para un español, acostumbrado a los cientos y cientos de santos de su propio país, algo así resulta difícil de imaginar e incluso causa una cierta tristeza. Por supuesto, cuando uno piensa en ello, lo entiende enseguida, porque Chile apenas tiene cinco siglos de historia cristiana y, además, su lejanía de Roma dificultó mucho los procesos de canonización antes de la época actual.

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