5.12.08

Para mantener el Chi en el hogar

Ayer escuché en la televisión como un programa aparentemente serio ofrecía unos criterios esenciales para la felicidad de las familias. Una buena señora, presentada como experta, daba consejos sobre la importancia del Feng-shui, para conseguir una casa apacible, llena de bienestar.

Afirmaba, sin el más mínimo rubor, que el principio fengsuista más importante para una casa era que los retretes siempre tuvieran la tapa cerrada. Por lo visto, un retrete abierto constituye una brecha en la armonía de la casa, por la que se escapan las energías positivas a raudales. No terminó de aclarar si, para que se escapasen las energías positivas era necesario o no tirar de la cadena, dejándolo, supongo, al bien formado criterio de los oyentes.

De la misma forma, según las antiquísimas y venerables tradiciones que el programa se dignaba compartir con nosotros, los desagües abiertos parecen ser otro atentado contra la felicidad y la armonía de un hogar. ¡Y luego la gente se queja de que su matrimonio no funciona, cuando no se han molestado en tapar los sumideros! ¡Si es que no aprendemos! La maestra del Feng-shui proponía unos vistosos tapones de colores para desagües de lavabos y bañeras, de manera que la energía positiva o “Chi” no pudiera escapar de ninguna forma de nuestra casa. De ahí viene el conocido proverbio: más vale Chi en mano que agua que no has de beber.

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3.12.08

Necesitamos el rocío del cielo

Quiero dedicar este artículo a un antiguo himno latino de adviento, basado en el profeta Isaías, que es verdaderamente maravilloso, el Rorate Coeli. Todo aquel que tenga algo de poesía en su alma quedará sobrecogido al leerlo. Puede usarse además como una magnífica oración para repetir todos los días en este tiempo de Adviento.

Animo a los lectores a ir leyéndolo despacio, quizá en voz alta, imaginando lo que cuenta: la situación de sufrimiento del que lo canta, que compara con la destrucción de Jerusalén, arrasada por sus enemigos, de manera que donde un día se cantaba la gloria de Dios hoy no se escucha más que un silencio de muerte. Es el pecado el que nos ha apartado de Dios, nos ha hecho insustanciales como hojas caídas que lleva el viento, nos ha encadenado con nuestra propia maldad y nos oculta el rostro del Señor, de manera que no hay ninguna luz que alivie nuestra oscuridad.

En esa situación angustiosa, que parece que no tiene salida y de la que uno mismo no puede salir, el cristiano se acuerda de la promesa de Dios o, mejor, del Prometido por Dios, del salvador que Dios anunció desde antiguo. El cantor grita, como los esclavos hebreos en Egipto, para que Dios venga a romper nuestras cadenas que no nos dejan vivir y a consolarnos en nuestra aflicción de muerte. La sequía abrasadora de nuestra vida necesita el Rocío del cielo, el Justo que tiene que venir de Dios.

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2.12.08

Muchas respuestas a una buena pregunta

Quaestio Quodlibetalis 13. Hace unos días, escribí sobre el Buen Ladrón, San Dimas, resaltando la misericordia gratuita de Cristo, que le promete el paraíso por un instante de arrepentimiento en el último instante de su vida. Ante estas afirmaciones, un lector, no sin razón, preguntaba:

“De lujo no? toda la vida robando y asesinando y al final, por estar en el sitio correcto en el momento indicado, ale, al paraíso limpio a disfrutar. Moraleja: no te preocupes, haz el mal, pero arrepiéntete en tu lecho de muerte, que Dios misericordioso te salvará.”

Antes de lanzarme a responder, me pareció una buena idea pedir a los lectores que diesen su opinión. No sería justo decir que la variedad y profundidad de las respuestas recibidas me han sorprendido, porque la calidad de los lectores de este blog es de sobra conocida. Sí que diré, en cambio, que me he sentido justamente orgulloso de mis lectores, de lo sustanciosas que han sido sus respuestas y de cómo han sabido identificar, sin vacilar, los puntos fundamentales de la cuestión. Como verán, he recogido todas las respuestas en este extenso artículo, que toca muchos puntos esenciales de la vida cristiana.

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1.12.08

Buena pregunta. Hazme otra.

El otro día, afirmé que mi santo favorito es San Dimas, ya que en él veo muy claramente la gratuidad de Dios. En efecto, se convirtió a Cristo al borde de la muerte, en la misma cruz, pero esos momentos de arrepentimiento y de fe en el momento álgido de su vida bastaron para que el Señor le prometiera el paraíso.

Ante estas afirmaciones, un lector, con cierta lógica, pregunta:

“De lujo no? toda la vida robando y asesinando y al final, por estar en el sitio correcto en el momento indicado, ale, al paraiso limpio a disfrutar. Moraleja: no te preocupes, haz el mal, pero arrepientete en tu lecho de muerte, que Dios misericordioso te salvará.”

Antes de dar mi opinión sobre el asunto, me gustaría invitar a los lectores a que intenten responder a esta objeción.

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Son más listos que nosotros

Faltan cuatro semanas para Navidad, pero hace más de un mes que están listos los adornos y luces navideñas del centro comercial cercano a mi casa. Cada año, esos preparativos se realizan antes y duran más tiempo. La razón es evidente: los vendedores han observado que sus ingresos suben mucho cuando el ambiente es “navideño” y hay luces por las calles. Basta ver cómo los centros comerciales están a rebosar estos días.

Pensar en estas cosas, me ha hecho recordar las palabras de Cristo: “los hijos de este mundo son más astutos con los de su generación que los hijos de la luz. Es una frase algo enigmática, que siempre sorprende al leerla.

Los grandes centros comerciales son, creo yo, un buen ejemplo de “hijos de este mundo”, en el sentido de que sus objetivos y sus criterios no son los de Dios. No se trata, en principio, de un término acusador, sino esencialmente descriptivo, los hijos de este mundo (o de las tinieblas, como los llama San Pablo) son aquellos que no han recibido la luz de Cristo. No saben lo que de verdad es valioso, no han conocido lo único que merece la pena conocer en este mundo, que es a Cristo encarnado, muerto y resucitado por nosotros.

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