InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Biblia

18.08.25

No le quites la gloria a Dios

A menudo, los pecados que más cometemos son aquellos de los que ni siquiera somos conscientes. Absuélveme de lo que se me oculta, dice por ello el Salmista. Uno de esos pecados, en mi opinión, es quitarle la gloria a Dios.

A fin de cuentas, constantemente se repite en la Escritura y la liturgia que todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos le pertenece a Dios. Cada domingo (excepto en Cuaresma y Adviento) cantamos un precioso himno dedicado precisamente a eso, a la gloria de Dios. Una de las primeras oraciones que aprendemos y una de las que más recitamos es una pequeña jaculatoria de glorificación a Dios: gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, ahora y siempre, por lo siglos de los siglos, amén.

Estamos hechos para dar gloria a Dios y por lo tanto, quitarle la gloria a Dios es exactamente lo contrario de nuestra vocación, de nuestra misma razón para existir. Por supuesto, a Dios nadie puede quitarle la gloria que tiene en sí mismo, pero sí podemos quitarle extrínsecamente la gloria en nosotros, es decir, la gloria que debemos darle como criaturas e hijos suyos.

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6.08.25

Nosotros mismos nos buscamos los problemas

Hace unos diez años hubo una curiosa polémica entre algunos apologetas católicos sobre si Dios castiga o no castiga. Recuerdo que pensé que era una controversia absurda y extrañísima. A fin de cuentas, la Escritura dice multitud de veces que Dios castiga y lo mismo ha hecho la Iglesia durante dos milenios. A pesar de ello, diversos apologetas defendían obstinadamente lo contrario, sordos a cualquier argumento.

Poco a poco, me fui dando cuenta de dónde estaba el problema: toda una generación de cristianos se ha educado en libros de espiritualidad, tratados de Teología, homilías, traducciones bíblicas y lecturas y oraciones litúrgicas que, sistemáticamente, evitan las enseñanzas “duras” o “difíciles” de la doctrina católica. Por ejemplo, a numerosos traductores de la Biblia no les gusta la palabra “castigo” y la sustituyen por otras más suaves a oídos modernos. Por muy buena intención que tuvieran muchos de esos apologetas, era inevitable que la idea de los castigos de Dios y muchas otras enseñanzas difíciles les resultaran ajenas, imposibles o incluso ofensivas: nunca habían oído hablar de ellas.

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28.07.25

El escándalo de Marta y María

Todos los años por estas fechas, cuando se lee en Misa el evangelio de Marta y María, sucede lo mismo, como en uno de los antiguos cines de sesión continua: unos no escuchan, así que no se dan cuenta de nada; otros se escandalizan por lo que dice el evangelio y refunfuñan por lo bajo, y los sacerdotes, en general, intentan explicar el pasaje evangélico de modo que no escandalice a nadie, señalando (correctamente) que tan santa es Marta como María, que tanto la acción, como la contemplación son necesarias, que Marta hizo mal en quejarse de su hermana y consideraciones similares.

Todo muy comprensible, pero, por alguna razón, no termina de funcionar y, al año siguiente, muchos fieles vuelven a sentirse escandalizados, de nuevo los sacerdotes intentan desescandalizarlos sin mucho éxito y vuelta a empezar. A mi entender, la solución a este peculiar eterno retorno está más bien en darse cuenta de que no hay que desescandalizar a los fieles, porque es bueno que la lectura les escandalice.

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9.07.25

Una peligrosa epopeya (sobre todo) para hombres

Me ha parecido oportuno traducir para el blog los siguientes párrafos de un simpático norteamericano, M.A. Franklin, muy dedicado a temas como la paternidad, la educación en casa y la recuperación de una sana masculinidad.

Aunque, por supuesto, tiene muchos puntos ciegos (entre otras cosas es protestante) y conviene leerle con discernimiento, me ha parecido que este escrito, dedicado a la pérdida del sentido épico de la Biblia, es muy oportuno. Por nuestra forma de ser, es una pérdida que nos afecta más a los hombres que a las mujeres, pero reflexionar sobre ello puede ser interesante para todos.

……..

«La gente piensa que la Biblia es aburrida. En cierta ocasión, estaba hablando con alguien y explicándole mi forma de enseñar el Antiguo Testamento y de animar a la gente a profundizar en él. En un momento dado, me miró sorprendido y dijo: “parece que estés hablando de El Señor de los Anillos o algo así”.

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1.07.25

No, el “verdadero milagro” no fue el “compartir”

Soy católico y, como tal, ofrezco gustosamente mi respeto, obediencia y cariño al Papa y, en general, a todos los pastores de la Iglesia. Dios mismo, en un gesto de amor y ternura por nosotros, dispuso que en la Iglesia hubiera pastores que hicieran presente a Cristo Buen Pastor. Es algo estupendo, por lo que doy muchas gracias al cielo.

No hay que olvidar, sin embargo, que, como no estamos en una secta, ese respeto, obediencia y cariño a los pastores se fundamentan en la roca firme de la Verdad. Por eso mismo, conllevan rechazar cuanto se aparte de la fe de la Iglesia, incluso aunque esté en boca de un pastor. Si algo nos enseñó el pontificado anterior es que no podemos callarnos cuando un pastor dice algo contrario a la doctrina católica. La triste experiencia nos ha mostrado que eso solo lleva a que se multipliquen los errores y la confusión causada por ellos.

En ese sentido y cuando creía que se habían acabado ya los sobresaltos, me veo en el penoso deber de señalar lo que parece un importante error que se ha colado en el mensaje enviado anteayer por León XIV a los participantes en la Conferencia de la FAO (es decir, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura). La mayor parte del mensaje se refiere a temas prudenciales y, por lo tanto, discutibles y que no afectan directamente a la fe. Hay, sin embargo, un párrafo que no veo cómo puede ser aceptado por un católico:

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