InfoCatólica / Espada de doble filo / Categoría: Desde los bancos

28.09.25

Ya no esperamos nada

Hoy se empieza a leer en el Oficio de Lecturas la carta de San Policarpo de Esmirna a los Filipenses y ¡vaya comienzo! Es magnífico, contundente y apoteósico; tanto, que más parece un final que un comienzo: “Policarpo y los presbíteros que están con él a la Iglesia de Dios que vive como forastera en Filipos”.

No se dirigía a la Iglesia que se encontraba en Filipos o de los que vivían allí. No, hablaba a la Iglesia que vivía como forastera y, por lo tanto, igual podría vivir en Filipos que en Checoslovaquia o Argentina (si ya se hubieran inventado esos lugares a principios del siglo II), porque su patria estaba en el cielo. El discípulo directo de San Juan nos recuerda algo que hemos olvidado: somos forasteros en este mundo.

No es el único que nos lo recuerda, por supuesto. El Espíritu Santo sabe muy bien que esta verdad nos cuesta y la repite una y otra vez, como buen Maestro. Nos lo dice por boca de Abraham (soy extranjero y peregrino), el salmista (peregrino soy sobre la tierra), el Primer Libro de las Crónicas (somos forasteros y peregrinos delante de ti, como lo fueron todos nuestros padres), el entero pueblo de Israel (mi padre era un arameo errante), el apóstol Pedro (os ruego, como extranjeros y peregrinos), San Pablo (nuestra patria está en los cielos) o la carta a los Hebreos (confesando que eran extranjeros y peregrinos sobre la tierra), entre otros muchos.

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25.09.25

Costumbres recuperables

En tiempos medievales, cuando un obispo demostraba ser indigno del cargo que ocupaba y la Iglesia decidía expulsarle de su cargo, no recibía simplemente una cartita al respecto mientras sus compañeros obispos le dedicaban elogiosas declaraciones públicas de despedida, como sucedió no hace tanto tiempo en Argentina con un obispo sorprendido in flagranti delicto contra naturam.

A los medievales les gustaba hacer las cosas bien, de forma solemne y pública, así que se convocaba al pueblo y al clero a la catedral. El obispo indigno era llevado allí revestido como si fuera a celebrar una Misa solemne, con el alba, la casulla, la estola, el manípulo, cubierta la cabeza por la mitra, con el anillo episcopal en su dedo y el báculo en la mano, pero se le sentaba ante el altar mayor sobre un mísero taburete.

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19.09.25

¿En un futuro próximo?

Si algo nos enseñó el pontificado anterior es que lo que es verdad sigue siéndolo, lo niegue quien lo niegue, y lo que es falso sigue siendo falso, lo defienda quien lo defienda. Aunque sea un sacerdote. Aunque sea un obispo. Aunque sea un papa. No podemos dejarnos arrastrar de nuevo al error de pensar que, si un papa dice algo contra la doctrina de la Iglesia, de algún modo lo que dice está bien porque es el papa. Ese tipo de razonamiento sectario no tiene nada de católico. De hecho, lo católico es lo contrario: el papa tiene el deber de preservar y defender la fe que ha recibido y que proviene de Cristo a través de los apóstoles y no tiene ningún poder para cambiarla.

El presente pontificado ha despertado grandes esperanzas en muchos católicos que habían observado con creciente preocupación las innovaciones ajenas a la fe de la Iglesia del pontificado del Papa Francisco. No cabe duda de que el Papa León XIV tiene un estilo diferente, menos polémico y más conciliador, que, por contraste, ha sido como un bálsamo para los que estábamos cansados de los continuos sobresaltos de la etapa precedente.

El estilo, sin embargo, es lo de menos. Lo que importa es la sustancia y, poco a poco, el Papa León XIV parece estar mostrando que, en cuanto a la sustancia, coincide en buena parte con su predecesor (dentro de la dificultad de coincidir con alguien que era capaz de afirmar una cosa y al día siguiente la contraria sin ningún problema).

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9.09.25

¿Y si volviéramos a las primeras comuniones individuales?

Nuestra época está obsesionada con el absurdo dogma de que lo nuevo siempre es mejor y eso dificulta mucho que se corrijan sus errores, tanto los más graves como los más pequeños. Muchas de las cosas que hoy nos destruyen o simplemente nos irritan, desde el “matrimonio” del mismo sexo hasta los taponcitos atados a las botellas de plástico, se originaron como la “brillante” idea que tuvo alguien de cambiar alguna cosa u otra porque sí, porque tocaba hacer algo nuevo.

Aunque en muchos casos pronto se hizo evidente que las supuestas ideas brillantes eran despropósitos absolutos con consecuencias nefastas, nadie se atrevió a volver a la situación anterior, porque, si lo nuevo es siempre mejor que lo antiguo, volver atrás resulta inconcebible por mucho que la realidad lo pida a gritos.

Veamos un ejemplo sencillo y sin grandes complejidades: la primera comunión de los niños. Antiguamente, era frecuente que la primera comunión se realizara de forma individual. Cada niño se preparaba para recibir su primera comunión siendo instruido en el Catecismo, instrucción que era más bien corta, porque se entendía que el niño ya había sido educado como cristiano en su familia y lo seguiría siendo después.

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5.09.25

Aprendamos del cardenal Cupich

A los católicos, a menudo la fe católica nos salva de decir tonterías. Cuando no es así, porque no se trata de temas de fe, la prudencia es una virtud muy útil en el mismo sentido. Si somos poco virtuosos, aún podemos acudir al sentido común para no decir muchas tonterías. En última instancia, si nuestra fe está en horas bajas, nuestra virtud es más bien tibia y nuestro sentido común no aventaja al de un pepino de mar poco brillante, el deseo instintivo de no ser el hazmerreír de los hombres y los coros angélicos también puede ayudarnos a no meter innecesariamente la pata.

Veamos un ejemplo. El cardenal Cupich, arzobispo de Chicago es, indiscutiblemente, uno de los peores obispos de los Estados Unidos. A fin de cuentas, es pupilo del tristemente famoso cardenal McCarrick y ha destacado por ser el mayor opositor de la excomunión de los políticos “católicos” abortistas, prohibir a sus sacerdotes rezar ante las clínicas abortistas, promover la adopción por las parejas del mismo sexo y la aprobación de estas por la Iglesia, defender la ordenación de mujeres, destruir su propio seminario, desear el cambio “radical de la enseñanza de la Iglesia” y el “abandono de las creencias más preciadas”, apoyar al gran partido abortista estadounidense y tener la dudosa distinción de ser el único obispo que ha sido abucheado en una marcha por la vida, entre otras cosas. A pesar de todo esto, o quizá por ello, el Papa Francisco le nombró primero arzobispo y después cardenal.

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