21.12.20

Así hablan los reyes

Estos días, en El Español están haciendo una interesante serie de entrevistas a personalidades carlistas. Dado el carácter liberal a ultranza de El Español, no es sorprendente que las entrevistas sean, más bien, encerronas destinadas a burlarse del carlismo. A pesar de ello, sorprendentemente, la entrevista realizada a D. Sixto de Borbón, pretendiente al trono español, es magnífica, como un rosal que brota inesperadamente entre un abono poco agradable.

Al margen de la cuestión de las diferentes corrientes carlistas, de la vigencia que puedan o no puedan tener hoy los derechos dinásticos, de la posibilidad o imposibilidad de que el carlismo triunfe en España después de casi dos siglos, de la relación entre tradicionalismo y monarquía y tantas otras cuestiones interesantes pero poco apropiadas para este blog, en especial en tiempo de Navidad, creo que conviene señalar una impresión que brota espontáneamente al leer las respuestas de D. Sixto: así hablan los reyes católicos (cosa que, por desgracia, no podría decir con sinceridad de los dos reyes que han reinado de hecho en España durante toda mi vida).

Empecemos por lo más importante. Cuando le preguntan condescendientemente si es “muy religioso”, responde con claridad y elegancia, sin avergonzarse de su fe:

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16.12.20

Poemas en tierra extraña

Los antiguos hebreos se sentaban a llorar con nostalgia de Sion junto a los canales de Babilonia y no por casualidad, porque, como dice San Pablo, todo aquello se escribió para enseñanza nuestra. Nosotros también vivimos desterrados. Ellos porque se los llevaron por la fuerza a un país extranjero. Nosotros, porque nuestra propia tierra se ha convertido en extraña.

Vivimos en un mundo que hace tiempo que dejó de ser cristiano y, día a día, parece esforzarse por caer aún más bajo que el paganismo antiguo. Los antiguos países católicos ya no lo son más que en apariencia y cada vez más ni siquiera eso. Incluso los lugares que podrían parecer un refugio católico a menudo no lo son. En un colegio católico (los que lo son de verdad, no solo de nombre), a poco que conozcamos a los padres veremos que la mayoría no creen o viven como si no creyeran o incluso tienen un fuerte rencor contra la fe. Me atrevería a decir que hasta en las parroquias, o al menos en algunas de ellas, los cristianos son minoría.

La experiencia del destierro es común a todos los cristianos de todas las épocas, porque nuestra patria está en el cielo. Hoy más que nunca, sin embargo, ser católico conlleva la fuerte y casi constante sensación de ser un extranjero que vive en tierra extraña. A cada paso descubrimos que no tenemos en común las cosas más importantes con nuestros vecinos y compañeros de trabajo. Podemos hablar con ellos de cosas triviales, pero de poco más, porque nuestro mundo no solo ha dejado de ser cristiano, sino que parece esforzarse por vomitar la sabiduría cristiana y señalarla como el culmen del oscurantismo y la opresión.

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9.12.20

¿Los últimos tiempos?

Hace unos días, hablando en un artículo sobre la forma de encarar la crisis de la Iglesia, un lector me “acusaba” de que en lo que había escrito se manifestaba una “visión cercana a que actualmente estamos en los últimos tiempos”, algo que claramente el lector consideraba por completo inadmisible. En cuanto al artículo en sí mismo, nada podría haber estado más lejos de la realidad, porque no trataba ese tema y ni siquiera se me había pasado por la cabeza al escribirlo. Sin embargo, la propia acusación me resultó extraña y me dejó mal sabor de boca sin saber en ese momento del todo por qué.

Al pensar más tarde sobre ello, me di cuenta de que la acusación me había inquietado porque no tenía sentido. Lo cierto es que estamos en los últimos tiempos. Por supuesto que estamos en los últimos tiempos. El católico lector, bienintencionadamente pero sin saber lo que decía, me reprochaba que quizá estuviera dando la impresión de creer algo que, de hecho, es parte sustancial de la fe católica desde sus orígenes.

Basta leer la Escritura para darse cuenta de que pocas cosas tenían más claras los Apóstoles y los primeros cristianos que esta. San Juan lo afirma expresamente y es Palabra de Dios: hijitos, estamos en los últimos tiempos. En el Apocalipsis, es el mismo Señor quien dice: vengo pronto. Si lo quieren aún más explicado, pueden leerlo en el Catecismo de la Iglesia Católica: “Desde la Ascensión, el designio de Dios ha entrado en su consumación. Estamos ya en la ‘última hora’” (CEC 670). O en el Concilio Vaticano II: “El final de la historia ha llegado ya a nosotros” (LG 48).

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7.12.20

Cuéntame un cuento de Navidad

Supongo que muchos de mis lectores conocerán a Natalia Sanmartín Fenollera y habrán leído su libro El despertar de la Señorita Prim. Y si no lo han leído, lo único que puedo decirles es: ¿a qué esperan? Se trata de una novela entretenida, deliciosa y profundamente cristiana, (aunque, de manera providencial, también resulta atractiva para los que no creen, como muestra el hecho de que haya sido editada por Planeta y traducida ya a cuatro o cinco idiomas, que yo sepa). Una novela, además, muy femenina y romántica (como dice mi esposa), pero que (como añado yo) resulta interesante y encantadora también para los varones. En suma, una novela de esas que uno disfruta leyendo y relee varias veces a lo largo de la vida por el mero placer de su lectura, pero que, por añadidura, elevan el alma y el corazón a Dios.

¡No nos desviemos del tema! No es mi intención hablar de la Srta. Prim y su pueblecillo adoptivo de San Ireneo de Arnois, sino de la alegría que he sentido al enterarme de que, después de siete años, la autora ha publicado un nuevo libro.

Generalmente, los que han disfrutado mucho del libro de un autor esperan que sus nuevas obras sean más o menos similares y dar gusto a esos lectores es una tentación grande para el escritor, porque en cierto modo asegura el éxito de la secuela. En ese sentido, lo primero que hay que decir del nuevo libro es que Natalia Sanmartín ha resistido la tentación y Un cuento de Navidad para Le Barroux no es “El Despertar de la Señorita Prim II” ni “La Señorita Prim contrataca” ni “El retorno de la Señorita Prim", sino algo muy distinto.

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30.11.20

Decir las Misas cosas

Hay errores que le alegran a uno el día. Verbigracia, algo que escribió hace poco D. Jorge González en su blog: “es que me escucho año tras año decir las misas cosas”. Obviamente, quería decir las “mismas cosas”, pero escribió misas en vez de mismas y me alegró el día. Este tipo de errores son lo que los sofisticados llaman un desliz freudiano y los sencillos saben reconocer, más bien, como un feliz eco de las profundidades de la fe.

D. Jorge se lamentaba en su artículo de hacer siempre las mismas cosas en su parroquia cada adviento, pero el lamento se le estropeó un poco al escribir sin darse cuenta “misas”. Fue, sin embargo, un error feliz y muy profundo, porque no hay nada que se repita más que la Misa. De hecho, viene repitiéndose todos los días desde hace casi dos mil años, que se dice pronto. Incluso las variaciones que caben en ella se repiten también. Es lo menos novedoso y cambiante que existe en nuestro mundo, y en eso precisamente reside su valor: el sacrificio de Cristo, realizado de una vez para siempre. La eternidad hecha gracia.

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