Defectos de la edición de la Liturgia de las Horas
Soy un gran defensor de la Liturgia de las Horas. En este blog, he recomendado multitud de veces a los lectores que la recen. Y hoy vuelvo a hacerlo, sabiendo que pocas cosas ayudarán más a la oración personal de cada uno que unirse a la oración que la Iglesia eleva al Padre en todos los lugares de la tierra.
Además, como decíamos ayer, la reforma de la Liturgia de las Horas fue, quizás, una de las más logradas de toda la reforma litúrgica tras el Concilio Vaticano II. Las lecturas del Oficio de Lecturas son estupendas en su práctica totalidad, los cánticos del Antiguo y Nuevo Testamento constituyen una gran riqueza, se anima a los laicos a participar en esta oración, los horarios a los que corresponden las horas se han hecho más acordes con el sentido de las mismas, la estructura se ha simplificado y resulta fácilmente accesible a los laicos… Por otra parte, la traducción española del original latino, por razones obvias, es mucho mejor y más fiel que la realizada en otras lenguas como el inglés.
Me atrevo, sin embargo, a sugerir algunas cosas que no han quedado muy bien. Como toda obra humana, la reforma del Oficio Divino tiene sus carencias y es mejorable. Por falta de capacidad y competencia, no voy a hacer una crítica profunda, de estructuras fundamentales o principios teológicos. Me voy a limitar a una crítica sencilla, desde el sentido común, de algunos aspectos esencialmente prácticos (por si nos lee algún Monseñor que pueda hacer algo para cambiarlos):

Me gustaron tanto las preces de las laudes de ayer que las traigo hoy al blog, para que puedan leerlas y usarlas los que no acostumbren a rezar la liturgia de las horas. Y también por si a alguien le pasaron desapercibidas al rezar laudes ayer, que a todos nos pasa alguna vez.
Estas últimas semanas, he estado haciendo la mudanza de un piso a otro. Un trabajo mucho más pesado de lo que imaginaba. Resulta increíble la cantidad de cosas que se acumulan en una casa con los años. Especialmente cuando uno tiene tres niños pequeños y salen juguetes, pololos de bebé (sea lo que sea lo que significa esa palabra) y trastos de todos los rincones.
El Domingo de Ramos siempre me ha parecido una solemnidad muy curiosa. Casi parece que “no pega” con el resto de la Semana Santa. Llevamos cinco semanas de cuaresma, de penitencia, ayuno, oración, limosna, ausencia de aleluyas y glorias… y de pronto llega esta fiesta con una entrada triunfal en Jerusalén, con palmas y ramos de olivo, cantando hosannas y bendiciones al Hijo de David, es decir, al Rey y Mesías esperado.
Conozco a un sacerdote que, siempre que escribe una carta o un simple correo electrónico, termina enviándote su bendición. Me parece una costumbre estupenda. Las bendiciones son algo precioso y, además, gratis, así que creo que sería bueno que los sacerdotes las dieran más a menudo. Lo que recibisteis gratis, dadlo gratis. La última vez que hice el Camino de Santiago, con un par de primos míos, cada vez que veíamos a un sacerdote, nos poníamos de rodillas y le pedíamos su bendición. Ponían cara de sorpresa, pero nos bendecían.



