Igual de pobres los dos
Quien conozca bien Madrid, probablemente habrá oído hablar de la pastelería Hontanares, en Avenida de América. No voy a hablar hoy de esta pastelería, aunque sus dulces tradicionales bien merecerían una oda, sino de un mendigo que suele colocarse ante su puerta.
Tengo ocasión de verle de vez en cuando, porque voy en ocasiones a sellar traducciones juradas a una agencia cercana. Como siempre llego tarde, nunca me he parado a hablar con él, así que no sé su nombre, pero es fácilmente reconocible, porque es africano y lleva siempre un antiguo ejemplar de La Farola.
El otro día, justo antes de pasar por delante de la pastelería, se puso el semáforo en rojo, de manera que tuve que pararme a esperar unos momentos. Mientras esperaba, pude ver como este indigente, tras recibir dinero de un viandante, abandonaba su puesto, para dirigirse… a un quiosco cercano de la ONCE. Después de comprar su boleto para un sorteo, volvió a su puesto de siempre y siguió pidiendo una ayuda a los que pasaban.

En el
El blog De Lapsis, de Juanjo Romero, habló ya ayer de este tema de los campañas, completando muy bien lo poco que yo había apuntado sobre ello, así que no voy a darle más vueltas. Me voy a limitar a proponer una posible campaña pública que a mí, por las razones que ahora explicaré, me alegraría especialmente.
Hace unos días, escribí un
El otro día, me llamó la atención una frase del Papa. No es ninguna novedad, pero, por alguna razón, despertó mi interés. En un discurso para un Centro Juvenil, Benedicto XVI afirmó:








