¿Dueños de la verdad?
Uno de los reproches que más frecuentemente se nos hace a los católicos es que nos creemos que somos dueños de la verdad, poseedores de la verdad o cosas semejantes. Cuando alguien nos lo echa en cara, suelo reprimir una sonrisa. ¡Mira que hay cosas que se nos pueden reprochar y eligen esa! Es como si acusaran a Goliat de ser un taponcete o al hombre más gordo del mundo de estar desnutrido.
Los católicos somos hombres como los demás, débiles y pecadores, ciertamente, pero hay cosas que, por definición, tenemos mucho más claras que los que no han recibido la gracia de la fe. Una de ellas es que no somos dueños de la verdad, sino justo lo contrario. ¡Somos los únicos que, literalmente, nos arrodillamos ante ella!
Se creen dueños de la verdad el político que la retuerce para sus propios fines, el relativista que piensa que tiene “su” verdad o el cínico que presume de estar por encima de lo verdadero y de lo falso. Los cristianos, por el contrario, por muchos que sean nuestros defectos y pecados personales, tenemos como centro de nuestra fe la adoración de la Verdad, porque Cristo mismo es la Verdad.