12.01.21

Negacionismos suicidas

El Papa ha declarado recientemente que no ponerse las nuevas vacunas contra el COVID-19 es “negacionismo suicida”. Obviamente, pontificar sobre los pros y los contras médicos de una vacuna no entra dentro de la competencia del Sucesor de Pedro, así que podemos prescindir con la conciencia tranquila de esa opinión personal suya y utilizar otro tipo de criterios para dilucidar esa cuestión. En cualquier caso, no es de la epidemia ni de la vacunas de lo que quiero hablar, porque no son temas apropiados para este blog, sino de esa categoría de negacionismo suicida.

Al margen de la desconfianza que pueda suscitar en los lectores sensatos el uso cada vez más frecuente del término negacionista, que resulta más bien propagandista e ideológico que descriptivo, creo que el Papa ha dado ahí con una categoría que podría resultar fundamental para la vida de la Iglesia. Veamos algunos ejemplos que quizá el Santo Padre podría desarrollar en una nueva encíclica.

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31.12.20

La curiosa paradoja argentina

Si alguna vez Chesterton y Castellani, dos de los grandes maestros católicos del siglo XX, recibieran un título al estilo de los antiguos doctores escolásticos, sería sin duda el de Doctores paradoxorum, los maestros de las paradojas. Ambos recurrían frecuentemente a la paradoja para que su extrañeza despertara a un mundo aletargado por el aburrimiento, la rutina y el pecado. A fin de cuentas, nada suscita más el interés que un enigma que parece imposible de resolver. Como explicaba Chesterton, una paradoja es una contradicción, pero solo aparente, que tiene la capacidad de revelar una verdad más profunda a quien la descifra.

En honor de ambos ilustres pensadores, el británico y el argentino, me gustaría señalar a la atención de los lectores una curiosa paradoja observada estos días en la Argentina, para ver si nos ayuda a encontrar esa verdad profunda que quizá se nos escapa.

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24.12.20

El pastorcillo travieso

Al llegar ya la noche dichosa en que nació nuestro Señor, tengo el placer de felicitar las Navidades a los lectores del blog de la manera acostumbrada: con un villancico compuesto y cantado en familia. La escasa habilidad musical no ha mejorado mucho, pero eso es lo de menos, porque no somos los protagonistas de la noche.

El villancico de este año se llama El pastorcillo travieso, sabiendo que todos somos, en cierto modo, pastorcillos traviesos que se han colado en el portal de Belén. No estuvimos allí, pero nuestra Madre la Iglesia nos regala estas fiestas que nos permiten escondernos entre la paja y mirarlo y remirarlo todo, para contento de nuestro corazón.

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21.12.20

Así hablan los reyes

Estos días, en El Español están haciendo una interesante serie de entrevistas a personalidades carlistas. Dado el carácter liberal a ultranza de El Español, no es sorprendente que las entrevistas sean, más bien, encerronas destinadas a burlarse del carlismo. A pesar de ello, sorprendentemente, la entrevista realizada a D. Sixto de Borbón, pretendiente al trono español, es magnífica, como un rosal que brota inesperadamente entre un abono poco agradable.

Al margen de la cuestión de las diferentes corrientes carlistas, de la vigencia que puedan o no puedan tener hoy los derechos dinásticos, de la posibilidad o imposibilidad de que el carlismo triunfe en España después de casi dos siglos, de la relación entre tradicionalismo y monarquía y tantas otras cuestiones interesantes pero poco apropiadas para este blog, en especial en tiempo de Navidad, creo que conviene señalar una impresión que brota espontáneamente al leer las respuestas de D. Sixto: así hablan los reyes católicos (cosa que, por desgracia, no podría decir con sinceridad de los dos reyes que han reinado de hecho en España durante toda mi vida).

Empecemos por lo más importante. Cuando le preguntan condescendientemente si es “muy religioso”, responde con claridad y elegancia, sin avergonzarse de su fe:

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16.12.20

Poemas en tierra extraña

Los antiguos hebreos se sentaban a llorar con nostalgia de Sion junto a los canales de Babilonia y no por casualidad, porque, como dice San Pablo, todo aquello se escribió para enseñanza nuestra. Nosotros también vivimos desterrados. Ellos porque se los llevaron por la fuerza a un país extranjero. Nosotros, porque nuestra propia tierra se ha convertido en extraña.

Vivimos en un mundo que hace tiempo que dejó de ser cristiano y, día a día, parece esforzarse por caer aún más bajo que el paganismo antiguo. Los antiguos países católicos ya no lo son más que en apariencia y cada vez más ni siquiera eso. Incluso los lugares que podrían parecer un refugio católico a menudo no lo son. En un colegio católico (los que lo son de verdad, no solo de nombre), a poco que conozcamos a los padres veremos que la mayoría no creen o viven como si no creyeran o incluso tienen un fuerte rencor contra la fe. Me atrevería a decir que hasta en las parroquias, o al menos en algunas de ellas, los cristianos son minoría.

La experiencia del destierro es común a todos los cristianos de todas las épocas, porque nuestra patria está en el cielo. Hoy más que nunca, sin embargo, ser católico conlleva la fuerte y casi constante sensación de ser un extranjero que vive en tierra extraña. A cada paso descubrimos que no tenemos en común las cosas más importantes con nuestros vecinos y compañeros de trabajo. Podemos hablar con ellos de cosas triviales, pero de poco más, porque nuestro mundo no solo ha dejado de ser cristiano, sino que parece esforzarse por vomitar la sabiduría cristiana y señalarla como el culmen del oscurantismo y la opresión.

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