Creo por los pecados de la Iglesia
Signos de la fe (III). Cuando se habla de la fe, siempre se encuentra uno con alguien que cuenta una mala experiencia con los religiosos o las monjas de su colegio o que habla de la inquisición, de las cruzadas o de lo que hizo el cura de su parroquia hace veinte años. Es decir, se suelen percibir como un gran obstáculo para la fe los pecados de la Iglesia o, mejor dicho, los pecados de los miembros de la Iglesia.
Por supuesto, muchísimas veces lo que se atribuye a la Iglesia son falsedades o leyendas negras, inventadas por ignorancia o por malicia. Aun así, si eliminásemos todos los infundios, calumnias, falsedades históricas, tergiversaciones y leyendas negras (y probablemente se tardarían varias vidas humanas en hacerlo), aún nos quedarían innumerables pecados cometidos por los cristianos a lo largo de los siglos.

Hoy por ser domingo, voy a tratar un tema nada polémico. Gracias al comentario de un lector, descubrí el otro día un
Supongo que muchos de los lectores habrán leído ya la carta del Papa a la totalidad de los 567 obispos que hay en el mundo. Me permito señalarles un pequeño párrafo interesante que puede pasar inadvertido:
Signos de la fe (XIII). Cuando era pequeño, iba a veces con mi madre a una tienda de caramelos cerca de mi casa, que ya no existe. Era una tienda de ésas en las que los dulces se venden a granel y el cliente los va metiendo en bolsitas que luego se pesan al terminar. Como a todos los niños, me encantaba esa tienda. De hecho, recuerdo los caramelos de entonces como mucho más coloridos que los caramelos de ahora, con una luz especial que da a las cosas la ilusión.



