Perdonen que este artículo no sea ordenado y coherente, como otros. ¿Quién puede ser ordenado y razonable en Viernes Santo? ¿Quién conservará la lógica ante la locura de Dios, que es más sabia que la sabiduría de los hombres? ¿Es que alguien puede mantener la calma al contemplar a Cristo crucificado?
Antes que un solo salivazo manchase su rostro, hubiera sido preferible que se apagasen innumerables soles, que desaparecieran las galaxias y que el universo entero se extinguiese. Todas las buenas obras de la Humanidad a lo largo de miles de años no compensan una sola de las bofetadas que sufrió. Una gota de su sangre valía más que el mundo entero y cuanto hay en él.
Todo lo hermoso, bueno y verdadero que haya existido o vaya a existir en el futuro no es más que un pálido reflejo de la belleza y el esplendor de ese rostro desfigurado por los golpes. Las leyes, teoremas y principios que las Ciencias descubran hasta el final de los tiempos y la sabiduría de todos los sabios de la Tierra apenas son balbuceos de niño y palabras que se lleva el viento ante el Misterio de su sufrimiento.
El Hijo de Dios se rebajó hasta someterse incluso a la muerte… ¡y una muerte de cruz! Ante este gran Misterio, sólo podemos guardar un silencio asombrado, regado por nuestras lágrimas y lleno de un agradecimiento sin límites. ¿Quién puede hablar cuando enmudece la Palabra, camino del suplicio? ¿Cómo no arrodillarnos, cuando el Rey de Reyes cae por los suelos? ¿Quién rechazará el abrazo generoso de los brazos divinos abiertos en la Cruz?
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