Escándalo a la puerta de una iglesia
Como habrán notado los lectores perspicaces, he estado un tiempo de viaje y no he podido escribir en el blog. No es necesario que me agradezcan todo ese tiempo libre adicional del que han disfrutado al no leer mis artículos. Sin duda, lo habrán empleado sabiamente en nobles y esforzadas empresas, que probablemente han hecho del mundo un lugar mejor. Sin embargo, todo lo bueno se acaba y ya estoy de vuelta, dispuesto a aburrirles de nuevo.
Un lector, Cristhian, me ha pedido que comente una noticia aparecida en los últimos días. Aparentemente, el Reverendo Ewen Souter, un pastor anglicano, ha retirado el crucifijo de la fachada de su Iglesia porque “no era una imagen adecuada para el exterior de una iglesia que quiere dar la bienvenida a los fieles. De hecho, los desanimaba”. También ha afirmado que “Se trata de expresar esperanza, ánimo y la alegría de la fe cristiana. Queremos comunicar buenas noticias, no malas noticias, así que necesitamos un signo que eleve más el espíritu y sea más inspirador que la ejecución en una cruz”.

¡Ha sucedido! Ha nacido el Esperado, el que cumple todas las promesas de Dios. Es Aquel a quien aguardaron nuestros padres, bendiciendo el día de su venida. Por Él se alegraron los profetas, en su nombre reinaron los reyes e impartieron justicia los jueces. Es el que fue anunciado a los patriarcas. Él es la respuesta a los anhelos profundos de los todos los hombres, desde que el mundo existe.

Todos sabemos que, en el Adviento, la Iglesia prepara el nacimiento de Cristo en Belén, la Navidad. Sin embargo, muchas veces pasa desapercibido el hecho de que, durante las dos primeras semanas de Adviento, hasta mañana día 16 de diciembre, la liturgia, las lecturas y las oraciones se centran en la espera de la segunda venida de Cristo en la majestad de su gloria: su venida al final de los tiempos, como Rey y como Señor. A esa venida nos referimos cuando, en la Misa, decimos: Ven, Señor Jesús. O, en el arameo de los Apóstoles: Marana tha.









