La verdadera marcha
Yendo el sábado por la noche hacia la parroquia en la que celebramos la Vigilia Pascual, me fijé en la gente que pasaba por la calle. Como eran ya las once, se trataba de los jóvenes habituales vestidos para irse de marcha, que entraban y salían de los bares de la zona. Y otros no tan jóvenes, decididos fuera como fuese a divertirse y a mantener al menos la apariencia de la juventud. Es decir, lo mismo que cualquier otro sábado por la noche. Aparentemente, ignoraban por completo qué día era.
Después, cuando empezó la vigilia, disfrutamos del maravilloso espectáculo de la Iglesia vestida de fiesta como una novia que espera a su Esposo. El cirio pascual, signo de Cristo, luz del mundo. El canto desafiante e indescriptiblemente poético del Exultet. La proclamación de las nueve lecturas que, desde la creación hasta la nueva creación del domingo de Resurrección, explican el verdadero significado del mundo y de la Historia humana. Los bautismos de niños que, en ese momento, eran hechos hijos de Dios, coherederos de Cristo y templos del Espíritu. Los cantos de alegría por la resurrección del Salvador del mundo, llenos de un gozo que es más fuerte que la muerte. Y el grito de victoria: ¡Cristo ha resucitado! Respondido con una fe teñida de sorpresa agradecida: ¡Verdaderamente ha resucitado!

Hace años, visité Roma justo cuando estaba siendo restaurada la Capilla Sixtina. En aquel momento, una mitad del techo estaba restaurada y la otra mitad seguía sin restaurar, con lo cual se podían apreciar muy bien las diferencias. Francamente, sin querer menospreciar la labor de los restauradores, era mucho más bonita la parte sin restaurar. Los años le habían proporcionado una pátina de antigüedad que hacía más sutiles los colores (en lugar de los chillones naranjas y azules de la restauración), fundía unas figuras con otras y, en general, otorgaba una cierta profundidad al conjunto.
Pocas cosas hay que me molesten más que esa idea de que “debemos ser cada día un poco mejores”. No es que sea algo malo, pero sí algo meramente humano. Es de un pelagianismo que asusta. Podía tener algún sentido en tiempos en los que se presuponía una vida cristiana decidida como marco de la misma, pero me temo que actualmente lo que hace es sustituir la gracia por el esfuerzo humano, olvidar la conversión a Cristo en favor de una difusa buena voluntad, transformar la esperanza en mero optimismo y reducir la santidad a ser “un poco mejores”.
Un comentarista, Gonzalo de Chile, tuvo la amabilidad de dejar ayer un largo comentario en el



