De perdices mareadas, cismas y lefebvrianos
En España, existe la expresión “marear la perdiz”. No sé si en Hispanoamérica la habrán conservado o, visto que por allá no hay perdices, se habrá transformado en marear el cóndor, el colibrí o el guacamayo, según la fauna de los diversos países. En cualquier caso, su significado es algo universal: dar vueltas a una cuestión sin ir a lo esencial y meterse en mil temas accesorios que, en lugar de contribuir a solucionar el problema, lo enredan cada vez más.
Esta introducción viene a cuento de las diversas réplicas al artículo del P. Iraburu en InfoCatólica “Filo-lefebvrianos I”, varios de cuyos autores tienen evidentes habilidades dialécticas y amplios conocimientos en algunos campos, como el Derecho Canónico. He leído con interés varias de esas respuestas, en comentarios al propio post o en artículos en otros lugares de Internet. He estado tentado de ponerme a discutir sobre la multitud de temas concretos que plantean esas réplicas, pero creo que es más apropiado señalar su fallo fundamental: Marean la perdiz.