No queremos otra Iglesia
Me ha parecido muy significativo un artículo publicado ayer aquí, en Religión Digital, titulado “Mientras… otra Iglesia es imposible”. El autor, miembro de Somos Iglesia, se quejaba de una serie de cosas que le molestan de la Iglesia. Más que las quejas en sí, que quizá estén justificadas en algunos casos concretos, me ha llamado la atención la idea fundamental del artículo: el deseo de otra Iglesia distinta. Para el teólogo sevillano, es imposible conseguir esa otra Iglesia mientras las cosas sigan como están.
No me voy a meter a discutir si es posible conseguir esa otra Iglesia porque, como dirían los escolásticos, “niego la mayor”: No queremos otra Iglesia. Es más, no hay ni puede haber otra Iglesia.

Ahora que ya han pasado unos días desde que a todo el mundo le dio por escribir sobre los sombreros y zapatos rojos del Papa, voy a dar yo mi opinión, de forma más pausada (debo reconocerlo, soy bastante lento y prefiero darles vueltas a las cosas antes de hablar de ellas).
Esta mañana hemos podido leer en los periódicos los resultados de una encuesta sobre el matrimonio realizada por una empresa de móviles. En esa encuesta se revelaba que el 46 % de los casados espía los mensajes de sus parejas.
Voy a contarles algo que quizá les suene a los que tienen hijos o sobrinos pequeños. Mi hija Cecilia tiene ahora mismo algo menos de dos años, lo cual quiere decir que se pasa el día corriendo de un sitio a otro sin parar, normalmente sin mirar a dónde va. Su parecido con el correcaminos es sorprendente: un momento la ves y otro ya no sabes donde está.
Francisco nació en Saboya en el siglo XVI, en una familia noble. Tenía un genio muy fuerte y, sin embargo, es recordado por su amabilidad y paciencia, que fueron fruto de la gracia de Dios y de su lucha de años por ser como Jesucristo.









