"Este libro es una herramienta de evangelización"

Por su interés, traigo al blog la extensa entrevista completa realizada a Rocco Artuso, autor de una vida novelada de San Roque: El caminante de Dios. Vida novelada de San Roque.
Es larga, pero merece la pena. Quizá lo más interesante sea el anhelo de evangelizar que tiene Rocco y que igual se ha plasmado en escribir una vida de su santo que en decidir marcharse a Rumanía de misión con su esposa. Ay de mí si no anunciase el Evangelio.
El libro puede comprarse en la página web de Caparrós Editores y en distintas librerías religiosas como Códice, Paulinas, etc. También se puede comprar en formato electrónico en Amazon.es, Amazon.com, etc.
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– Tiene usted un doctorado en derecho y una licenciatura en filosofía y ética. ¿Cómo se le ocurrió la idea de escribir la vida novelada de un santo, y en concreto de su santo, San Roque?
He leído mucho sobre la vida de San Roque durante años. Para mí, esa lectura significó reconciliarme con mi propia historia personal y gracias a ello mi vida adquirió un sabor completamente diferente, más auténtico y dulce, como si supiera al cielo. No podía aceptar la grave enfermedad de mi madre, que la llevó a la muerte tras un sufrimiento que compartí con ella. No podía aceptar ser el primero de tres hijos porque eso me obligaba a convertirme en adulto demasiado rápido, precisamente por la ausencia de mi madre. Todavía recuerdo sus caricias y sus palabras de consuelo cuando era niño. Un buen día, cuando solo tenía siete años, empezó a toser y siguió tosiendo durante años hasta que no pudo más. Así empecé a experimentar la crudeza de la vida.
Mi padre se volvió muy exigente conmigo, como hijo mayor, y empecé a sentir rencor contra Dios, que había dispuesto todo para que tanto yo como otros sufriéramos. No aceptaba pertenecer a una familia que había demostrado ser tan frágil y sentía una tristeza que me impedía disfrutar de la alegría del juego y la despreocupación de la adolescencia. A la vez, detestaba y envidiaba a otras familias, que parecían felices porque tenían ese algo que a la mía le faltaba. También aborrecía la sociedad porque no se preocupaba por las familias más débiles. Buscaba afecto, ese afecto auténtico que a mí se me negaba, mientras que otros lo recibían.
Todo esto, para mí, se resumía en mi nombre: Rocco (Roque, en italiano), un nombre típico del sur de Calabria. Sentía que mi nombre era como una etiqueta, como si tuviera un sello, porque resumía toda mi historia en un solo adjetivo: tristeza. Buscaba la felicidad en todo y en la universidad me hice izquierdista porque allí o eras de izquierdas y tenías amigos o no eras nadie. Quería crear una sociedad de amor, un mundo donde todos fueran felices, y por eso elegí estudiar derecho: para exorcizar la injusticia. Entonces creía que, creando leyes justas, el hombre podría ser feliz. Para mí, la felicidad era fruto del compromiso y el esfuerzo humanos, plasmados en leyes justas. No había espacio para Dios, que no solo toleraba la injusticia y obligaba a sus hijos a sufrirla, sino que, de hecho, exigía ser amado por encima de todo.
Cuando acababa de cumplir diecinueve años, una noche, yo, que nunca había ido a la iglesia, escuché con el sermón de tres hombres de Roma, de la parroquia de Santa Francesca Cabrini, y los oí hablar de un Dios completamente diferente al que siempre había imaginado. En aquel tiempo, apenas podía pasar más de seis meses con un círculo de amigos y, sin embargo, me encuentro hoy, cincuenta y tres años después, en una comunidad católica neocatecumenal de hermanos y hermanas débiles pero humildes, donde pude dejarme amar por Dios escuchando su voz y pude reconciliarme con mi historia personal.
Había pensado en no casarme para no formar una familia infeliz y en no tener hijos para no quedarme sin palabras ante sus preguntas existenciales, como mi padre se había quedado sin palabras ante mis preguntas sobre el significado del sufrimiento de mi madre. Había pensado que la vida debía estar libre de todo sufrimiento, porque solo así se podía ser feliz, y que la vida consistía en ser amado y en conseguir muchos bienes y seguridades. En cambio, la luz de la Palabra de Dios me llevó a descubrir una verdad más profunda. Me casé y soy feliz, porque también he experimentado el amor de Dios a través de mi esposa. Hemos recibido seis hijos en nuestra familia y nunca he tenido que callarme ante sus preguntas existenciales, porque nunca me he cansado de guiarlos hacia el Cielo. He podido entender la enfermedad de mi madre sin escandalizarme por el sufrimiento y esto ha ayudado a toda nuestra familia a consolar a uno de mis hijos, que lucha contra el cáncer, una situación que aún estamos sufriendo. Podemos ser felices incluso con todos los sufrimientos del mundo si logramos vislumbrar esa parte del infinito que contienen, que nos asegura que estamos hechos de tierra, pero para el cielo, para la eternidad, porque nacimos, pero nunca moriremos.
Descubrí que la vida no se trata de ser amado, sino de amar a los demás, y por eso pude pedir perdón libremente a quienes juzgué mal, como a mi padre. Descubrí que Dios provee lo necesario para mi vida y la de mis hijos y que no necesito apresurarme a acumular, de manera que he podido ayudar a los necesitados. Sobre todo, a lo largo del camino me di cuenta de que, al dejarme amar por Dios en la comunidad, las preocupaciones, ansiedades, inquietudes y angustias se desvanecían hasta desaparecer o jugar un papel muy marginal, aunque, a veces, resurjan. En esencia, la tristeza que sentía al principio del camino se disipó gracias a la cercanía y el contacto diario que he tenido y tengo con la Palabra de Dios, así como en la comunión con Dios y con mis hermanos.
Que Dios ama a los pobres, a los más desfavorecidos, a los abyectos, a los traidores y a cualquier persona con un Amor libre y liberador es algo que he descubierto a lo largo del camino, y lo he proclamado durante muchos años en muchos hogares de mi parroquia y en muchas parroquias de mi diócesis, porque es un Amor que no se puede silenciar, para no condenar a los hombres a la soledad y la muerte. Hacer todo lo posible por dar a conocer este Amor es lo mínimo que puedo hacer para mostrar mi gratitud al buen Señor. Sobre todo, debo decir que Dios ha arrancado mi vida de la tristeza y la ha catapultado a la alegría. Hoy soy un hombre alegre porque solo tengo que pensar en que he sido pensado por Dios, y mi día gris se llena de luz y color, convirtiéndose en una alegría interior que resuena en mis acciones. ¡Adiós a la tristeza!
Buscar el significado de mi nombre, acudir a las fuentes y leer lo que se ha escrito sobre San Roque, ha significado reexaminar mi vida y encontrar una reconciliación cuya ausencia me había entristecido. Esto me proporcionó una alegría que no podía quedarse en mi interior. Durante años leí todo lo que pude encontrar, incluso más allá de la bibliografía incluida en la obra El Caminante de Dios, y, finalmente, pensando en el bien que me habían hecho esas lecturas, decidí escribir una vida novelada del santo, mostrando cómo todos los acontecimientos que le suceden a un hombre cada día están llenos de un significado que va más allá de lo inmediato, un significado sobrenatural.
Permítanme darles un ejemplo de lo que quiero decir: hoy, aquí en Timisoara, una familia con seis niños pequeños me invitó a almorzar. Uno de los niños tiró del mantel por el borde, se cayó una copa y el vino de la copa manchó el mantel blanco. Una primera lectura del suceso nos dice que ha ocurrido algo que no debería haber sucedido, que el mantel tiene una mancha roja, que, si se deja ahí, quizá ya no pueda quitarse, y que el mantel debe lavarse lo antes posible. Hay una cierta tristeza en este hecho, porque requiere trabajo, un esfuerzo que no habría sido necesario si el accidente no hubiera ocurrido. Sin embargo, una lectura más profunda del mismo suceso nos dice mucho más. Nos dice que nosotros, los humanos, todos los humanos, incluso aquellos que consideramos sinvergüenzas, somos bendecidos por Dios y nos sentamos a su mesa, ensuciando el mantel de bondad que Dios limpia continuamente, incluso sin que nos demos cuenta de ello.
Creo que contaminar las cosas de Dios, las cosas que Él nos ha confiado, es, en última instancia, lo que mejor hacemos. Nosotros contaminamos y Él limpia; nosotros pecamos y Él perdona. Él lo perdona todo y siempre perdona. Esto me inspira confianza y una gran alegría.
Con esta novela, he intentado mostrar que en cada suceso que le sucede a una persona, hay un Dios que busca dialogar con ella. Solo me faltaba mi madre; los padres del joven Roque mueren, dejándolo sin afectos fundamentales. Y sin detenerse a comprender el significado primario de esos acontecimientos, ¿qué hace? Se pregunta: ¿qué quiere decirme Dios? ¿Qué quiere decirme para que vaya al Cielo? ¿Quizás Dios quiere revelarse como mi verdadero Padre? ¿Qué me pide que haga para ser feliz? San Roque se ve rodeado por la peste, una muerte terrible, y se pregunta cuál es el sentido de la vida. ¿Todo termina en esta tierra? ¿Por qué morimos, y a veces de forma tan horrible?
Creo que, si deseamos transmitir la fe a las generaciones futuras, nosotros, la Iglesia de Jesucristo, debemos enseñar a la generación posterior a interpretar los acontecimientos cotidianos de forma sobrenatural, más allá de lo inmediato. Para generar cristianos, debemos enseñarles a pensar y razonar como cristianos. Por ello, en esta vida novelada, he buscado destacar no solo la peregrinación terrenal, sino especialmente la interior del santo, porque, así como hay un éxodo terrenal, hay un éxodo celestial.
- En la zona de Regio de Calabria, en el sur de Italia, de donde usted es originario, hay una gran devoción a San Roque, ¿verdad?
Es cierto. Hay una inmensa devoción por el santo. Sabemos que San Roque solo estuvo en Francia e Italia y nunca fue al sur de la ciudad de Roma, así que no estuvo en el sur de Italia. Tampoco visitó España, Portugal, Alemania o Inglaterra. Los emigrantes devotos del santo, sin embargo, llevaron el culto a muchos lugares, incluidas América y Australia y su culto y veneración se extendieron allí donde se sufría el azote de la peste. La enfermedad diezmaba ciudades enteras en cuestión de días, de modo que la población de toda Europa sufrió descensos drásticos con cada ola de peste. En ese contexto, sin un tratamiento adecuado, solo quedaba una esperanza: pedir ayuda y gracia a quien había vencido la peste. Por esta razón, muchos pusieron a sus hijos el nombre de Roque y algunos estudios muestran que, hasta finales del siglo XX, el nombre de Roque era el más común en Europa, aunque, ahora que la peste ha sido erradicada, esto ya no es así.
En el sur de Italia, en particular, el culto está muy arraigado. El 16 de agosto no es un día cualquiera, ya que la fe popular a menudo se mezcla con prácticas devocionales y folclore, e incluso con un toque de superstición. En muchos pueblos, he preguntado personalmente a ancianos qué recordaban de la festividad cuando eran niños, y aún cuentan dichos e historias de sus abuelos y bisabuelos sobre sucesos milagrosos ocurridos durante la procesión. Cuentan historias de curaciones milagrosas, de personas que habían dejado de usar muletas, de enfermedades superadas, de personas que habían recuperado la vista, etc. Muchos dicen que, al atardecer del 16 de agosto, cuando la luz del sol se desvanece, algunos que posteriormente reciben la gracia solicitada pueden ver al perro de San Roque. Hay algo bueno en estas historias que, aunque exageradas y cargadas de significado mágico, expresan la gran estima que la gente tiene por el santo, hasta el punto de convertirlo en una leyenda.
- En la introducción de su libro, menciona el gran respeto que su familia tenía por su abuelo y su sabiduría. ¿Podría esto entenderse como algo similar al respeto que la Iglesia tiene por la tradición recibida y la sabiduría de los santos?
Mi familia respetaba profundamente la autoridad moral de mi abuelo, pero puedo asegurarle que algo similar sucedía en casi todas las familias de nuestra querida Italia meridional. El mayor de la familia era quien mostraba el camino, el tesoro del que sacar provecho para vivir mejor. Sí, vivir mejor, porque así se refinaban las virtudes y se orientaban hacia el bien, y se vivía mejor. Ellos eran los modelos a seguir, los que aportaban seguridad y fortaleza a la generación que se acercaba a la edad adulta, aferrándose firmemente, como raíces, a la generación anterior. Lo mejor se tomaba de la generación anterior para perfeccionarlo y afrontar nuevos retos. Así, la nueva sociedad que se estaba formando sucedía a la anterior según el orden del amor, generando ciudadanos sanos y células sociales fuertes y fiables.
Sin duda, esta forma de percibir el bien común —es decir, el compromiso y el esfuerzo de una generación por moldear a la siguiente— refleja el respeto de la Iglesia por la Tradición recibida. ¡Ay de nosotros si no fuera así! Hemos recibido la Verdad, no la hemos inventado, así que debemos transmitir esa Verdad y no las fantasías de nadie. Por eso, en la Iglesia de Jesucristo, en la Iglesia Católica, todos somos servidores, no inventores, de la Verdad. Somos custodios de la Verdad, no sus dueños. Esta misión de custodia implica el deber de comunicarla a los demás, porque es Amor que se entrega completamente a todos.
En cuanto al respeto de la Iglesia por la sabiduría de los santos, quiero destacar un aspecto particular. Cuando un niño es bautizado, se le da un nombre cristiano, el nombre de un santo, precisamente para que pueda inspirarse en el santo cuyo nombre llevará. En nuestra zona, hasta hace unos pocos años, la tradición dictaba que a un niño presentado para el bautismo se le daba el nombre:
- del abuelo paterno si era el primogénito
- de la abuela paterna si era la primera hija
- del abuelo materno si era el segundo hijo
- de la abuela materna si era la segunda hija
- del hermano del padre si era el tercer hijo
- de la hermana del padre si era la tercera hija
- del hermano de la madre si era el cuarto hijo
y esto se mantenía mientras hubiera niños para bautizar.
Esta costumbre pretendía expresar que el niño estaba llamado a inspirarse en el santo cuyo nombre llevaría y a crecer en las virtudes en las que había crecido el santo en el que se inspiraba y en quien se había inspirado también su abuelo.
Además, seguir esta costumbre era una señal de respeto a la generación anterior. Si a un primogénito no se le daba el nombre de su abuelo paterno, se consideraba una anomalía, una ofensa grave. ¿Por qué no le han puesto el nombre de su abuelo? ¿Acaso no era una persona digna de fe, confianza y respeto? ¿Es que el niño no debía inspirarse en la vida de su abuelo? A mí me pusieron el nombre de Rocco porque mi abuelo paterno se llamaba Rocco.
- San Roque vivió en el siglo XIV. ¿Puede su vida ser un ejemplo para nosotros, a pesar de los cambios ocurridos en los últimos seis o siete siglos?
Ciertamente, en el fondo, cada uno de nosotros puede identificarse con San Roque. Esto es así en el sentido de que cada uno de nosotros está inmerso en el misterio de la vida en absoluta singularidad. ¿Por qué existimos cuando podríamos no existir? ¿Por qué somos únicos e irrepetibles cuando podríamos haber sido producidos en masa?
Cada uno de nosotros es San Roque en el sentido de que tenemos nuestras propias luchas internas, siempre tratando de encontrar una respuesta a nuestras angustias, a veces con la mirada fija en la tierra, otras con la mirada puesta en el cielo. Todos sentimos, de alguna manera, que algo nos falta para alcanzar la plenitud total y sentimos la necesidad de caminar hacia la felicidad. Por eso creo que la historia de San Roque, la historia del peregrino, es el arquetipo del cristiano siempre en camino hacia su patria.
Grandes cambios han ocurrido en los últimos seis o siete siglos, especialmente en las últimas décadas. Los avances en la tecnología de la información y la llamada inteligencia artificial han transformado el mundo de las comunicaciones y las relaciones humanas, volviéndolas cada vez más inhumanas y deshumanizantes. La sabiduría que antes recibíamos de las personas, especialmente de quienes nos amaban, ahora la recibimos de fríos medios de comunicación que parecen enriquecernos porque nos proporcionan información, pero nos empobrecen porque, sin el amor que necesitamos, perdemos el sentido de la eternidad. Esta es la tristeza de esta humanidad desorientada: haber perdido el rumbo y la orientación, haber creído que nosotros mismos podíamos ser la luz, ignorando la verdadera luz que surge en Oriente, que es Cristo. En esta historia novelada, he intentado mostrar cómo la misión del hombre para orientarse, para encontrar ese Oriente donde está nuestra felicidad, es emprender una peregrinación interior. Fuimos puestos en este mundo para ser santos e inmaculados en el amor y, para ello, cada uno de nosotros debe ponerse en camino, ayudado por la Iglesia y por una comunidad concreta de personas con las que podamos caminar al son del kerigma, el anuncio del Evangelio, iluminados por los guías de la caravana.
Al relato real de la vida novelada del santo, le he añadido una tercera parte en la que, en pocas páginas, invito al lector a considerar seis puntos esenciales: la singularidad de Dios, la relación con los bienes, el escándalo del sufrimiento, la misión y la orientación en el camino de la vida, la necesidad de la humildad en la vida del hombre y la santidad que Dios ofrece a todos. La séptima reflexión está dirigida al lector que, al leer esta historia, desea reflexionar honestamente sobre el sentido de su vida.
No se trata de temas de ayer, ni del siglo XIV, son temas de hoy. Aunque la generación actual prefiera preocuparse por lo externo a la humanidad, creyéndose autosuficiente, la realidad es que esta generación está profundamente herida y necesita ayuda. Esa ayuda es Cristo, cuya voz puede resonar en el corazón de los lectores.
- En su introducción, usted subraya que el libro intenta demostrar que es posible emprender un camino de búsqueda y retorno a Dios. ¿Cómo puede ayudarnos a lograr este objetivo la lectura de la vida de San Roque en particular?
Para mí, este libro es una herramienta de evangelización. Espero que muchos lo lean y que puedan meditar releyendo, con una mirada nueva, los acontecimientos más significativos de sus vidas. A veces sufrimos porque no logramos ver el bien en todo lo que nos sucede, porque nadie nos ha enseñado a interpretarlo más allá de lo inmediato. En un mundo donde no existen referentes morales en la inmediatez de nuestro sufrimiento, ya no son las generaciones anteriores las que nos muestran el camino, sino que su lugar lo ocupan otras sabidurías como las de la ciencia, la tecnología, internet, la inmediatez de las respuestas a los mensajes de texto, etc. Estas últimas, de hecho, deben ser inmediatas y muy breves precisamente porque son consumidas por las nuevas generaciones, que buscan con ansia el amor, un amor que esperan que sea inmediato.
Con este libro he intentado mostrar que cada vida es una peregrinación, especialmente una peregrinación interior, porque el corazón humano está agobiado y lucha por ver más allá de lo inmediato. La lectura de esta historia pretende demostrar la presencia de Dios en la vida de cada hombre, de ese Dios que no olvida a nadie porque ama a todos, porque lo soporta todo de todos, siempre esperando que el pecador, el que yerra, se convierta y viva. Unos días después de la publicación de este libro, alguien me contó que al leerlo había encontrado consuelo y le había ayudado meditar en esta historia del santo, porque le había permitido ponerse de nuevo en camino con confianza, mientras que antes sentía que su fe flaqueaba debido a una grave enfermedad cuyo significado desconocía. Creo que la lectura de este libro puede ayudar en este sentido, porque el diálogo con Dios, en cualquier forma, incluso leyendo un libro, es una de las formas posibles de oración y conversión, como descubrió San Ignacio de Loyola. ¡Dios no es ciego ni sordo!
- En el prólogo, el padre Mario Pezzi observa que lo primero que le impresionó del libro fue que en él se contemplan los acontecimientos de la vida de San Roque a través de la sabiduría y la fe. ¿Fue esta su intención al escribirlo?
Sí, creo que contemplar los acontecimientos de la vida a través de la sabiduría y la fe es fundamental en la vida de un cristiano. Creo que cuando un hombre viene al mundo, Dios le asigna de modo invisible un ángel para protegerlo y aconsejarlo, y además, el mismo Dios se entrega a ese hombre. Se le entrega en cierto modo como prisionero porque se encierra en su corazón. A cada uno le corresponde abrir la puerta de esa prisión, ya que, de lo contrario, vivirá como un pobre, mientras que podría haber vivido como un hombre muy rico con solo abrir esa puerta.
Abrir la puerta del corazón es un arte que se aprende a lo largo de la vida, cometiendo muchos errores. Además, es necesario que alguien nos enseñe a abrir esa puerta, a abandonarnos a Dios y a confiar en Él. Normalmente, al hombre contemporáneo le asusta la idea de abrir esa puerta, porque le preocupa que, al acoger al Dios que se agita en su corazón, su libertad se vea restringida por la presencia divina. Como si una mayor presencia de Dios en su vida correspondiera a una disminución de su libertad. El hombre suele temer que, si deja que Dios le ayude, su vida cambie demasiado y drásticamente, privándolo de su propia voluntad y libertad. En realidad, no es así, pero en este sentido, el hombre teme a Dios.
Por eso nadie se hace cristiano solo, de forma autosuficiente, sino que se necesita un camino de fe: aprender a creer, a perseverar en la fe, a sufrir y a discernir entre el bien y el mal para elegir el bien. Por eso hace falta contar con catequistas fieles a la Iglesia y a Jesucristo que puedan dar testimonio a esta generación de que somos hombres y mujeres del cielo, ya desde esta vida. Por eso, cada hombre necesita siempre la ayuda de una comunidad en constante conversión, que lo reconozca como hermano en el camino de la vida. En mi historia novelada de San Roque, he intentado mostrar al lector el camino del diálogo con Dios a través de los acontecimientos cotidianos, que siempre contienen una parte de los intentos de Dios por hacerse entender, como Aquel que quiere ofrecerse gratuitamente. Cuando el hombre contemporáneo no quiere o no puede aceptar esta gratuidad, termina sumido en dificultades y amarguras porque ignora que todos estamos sumergidos en el océano de Amor que Dios tiene para cada uno de nosotros.
- El último capítulo del libro se titula «La santidad es para todos». ¿Para todos? ¿También para cada uno de los lectores de su libro?
Sí, la santidad es para todos y en el libro se afirma claramente, citando el Catecismo de la Iglesia Católica. El cristiano, en virtud de su bautismo, es un hombre consagrado a Dios; es decir, apartado de los ídolos de este mundo y dedicado y consagrado a Dios para ser santo. Parece un lugar común, pero es muy difícil creérselo de verdad. En un mundo donde nadie hace nada sin recibir algo a cambio, a muchos les cuesta comprender que Dios pueda darse y santificar al hombre de forma absolutamente gratuita. Quizás sería más fácil creer que la santidad es para los buenos, para quienes se sacrifican, para quienes renuncian a algo, mientras que para los malvados no hay ninguna posibilidad. «Para todos», sin embargo, significa que la santidad no es solo para el clero, para las personas especialmente consagradas ni para los lectores de mi libro. Significa simplemente eso, para todos, es decir, sin excepción.
- Creo que, aunque ya ha cumplido algunos añitos, usted y su esposa acaban de partir a la misión en Rumanía. ¿Cree que el ejemplo del gran santo peregrino le ayudará en esta nueva aventura?
Claro que sí. Mi esposa, Caterina, y yo llevamos unos días ya en Timisoara y estamos muy contentos de estar aquí en una missio ad gentes. Durante más de cuarenta años he trabajado como secretario y director general en municipios, y hemos criado a seis hijos, que ahora pueden valerse por sí mismos. Desde hace unos años, me alegra presenciar, el primer día de cada mes, un acontecimiento agradable: se deposita dinero en mi cuenta bancaria sin que yo haga nada. Esto me resulta muy extraño porque, en mi vida, para tener dinero, he tenido que estudiar y trabajar. Me hace pensar que, así como el dinero de la jubilación me llega sin hacer nada, así también recibo el amor de Dios puntualmente, pero todos los días, en lugar de todos los meses. Por eso no puedo pasar el tiempo que me queda levantándome para ir al bar, leyendo el periódico y quejándome de lo que hace el gobierno italiano, como hacen tantos hombres de mi edad, o de que ya no soy joven y me empieza a doler la espalda. De esa forma, un hombre lo que consigue es corromperse y pretender instalarse en un mundo que no es suyo para siempre, atiborrándose de medicamentos, mareos y temores.
Al igual que hizo San Roque, pregunté (o más bien preguntamos juntos, marido y mujer):
—Señor, ¿qué me pides que haga en esta parte de mi vida que aún me queda en la tierra antes de ir a ti?
Dios no habla como nosotros, sino que responde y habla con acciones. Me pareció entender:
—¡Eres mi hijo y un hombre libre, te he dado el discernimiento de la fe!
Mi esposa y yo creemos que, en la parte final de nuestra peregrinación en esta tierra, Dios nos llama a darle gracias. Después de todas las cosas buenas que hemos recibido gratuitamente, empezando por la fe, ¿cómo no agradecérselas a Dios ofreciéndole unos años de nuestra vida?
Precisamente por este libro sobre San Roque y debido a una serie de circunstancias, Dios ha dispuesto que estemos aquí hoy. Rumanía no se parece a la idea que la gente tiene de este país en Italia. Es un gran país, una tierra sorprendentemente hermosa, necesitada del Dios y Padre de Jesús. Es una tierra donde se puede vivir y, quizás, incluso morir.
13 comentarios
Ojalá todos comprendamos y vivamos esto cada día sin olvidarnos jamás.
Dios no entregó a su Hijo PARA QUE SUFRIERA, sino que lo entregó A PESAR DE QUE LOS HOMBRES LO HARÍAN SUFRIR, que es muy distinto.
El sufrimiento en este mundo no es deseable en absoluto y a Dios tampoco le gusta. Otra cosa es que sea inevitable.
Trabajemos, pues, para evitárselo a todos (Incluidos a nosotros mismos)
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La entrevista me ha gustado, Bruno. No te sabía yo tan neocatecumenal.
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Nadie habló de deseable. Pero el sufrimiento es INEVITABLE, y con él ganamos méritos para el Cielo, si comprendemos y sabemos sufrir, sobre todo para reparar lo que nos toca por haber hecho sufrir a Nuestro Señor en su Pasión y muerte en la Cruz.
Tal vez no debería haber dicho "para que" sufriera, pero reparar la ofensa a Dios, ofensa infinita, solo podía hacerlo Dios, en este caso Dios Hijo, Nuestro Señor Jesucristo, Dios que se hizo Hombre porque era el Único que podía reparar la ofensa a Dios que era infinita. Ningún hombre creado podría haberlo hecho.
Disculpen, me gustaría ser Santo Tomás de Aquino para explicarlo mejor, pero... pueden leerlo a él, je.
Que pesados sois con la expiación y la reparación.
El pecado es malo porque es malo para el ser humano y por eso, Dios nos previene contra él.
Pero a Dios no se le puede ofender, está muy por encima de nuestras supuestas ofensas y no hay nada que reparar. Nunca.
Deberíamos recordar siempre que somos seguidores de Alguien ejecutado por blasfemo. No seamos nosotros imitadores de sus asesinos sino de Él.
Dios es amor, todo amor y nada más que amor. Y Cristo es Dios.
Pero el mal (El pecado) existe como consecuencia del libre albedrío humano y ERA INEVITABLE que ESOS humanos (Aquí, olvidémonos de los judíos. Lo habrían ejecutado en cualquier lugar) le dieran pasaporte.
Y pongo ESOS en vez de LOS, porque hoy, por ejemplo, probablemente no sería ejecutado sino encarcelado y alcanzar esa mejora es, en una parte muy importante, gracias a a propia predicación de Cristo y a la acción de los cristianos.
Es decir que ante un sufrimiento INEVITABLE, lo que hay que hacer es luchar para que deje de ser inevitable (Y lo conseguiremos o no) pero ofrecer el sufrimiento a Dios es un insulto a su misericordia y su amor.
Él no se ofenderá por que le insultes, Él te ama; pero es preferible no insultarle ¿No crees?
Cristo no se quedaba impasible ante un enfermo diciéndole "Ofrece tu sufrimiento a Dios".
Cristo SE CONMOVÍA (Y esta es la palabra clave que es usada varias veces en los evangelios) y les curaba, es decir, evitaba su sufrimiento, que hasta ese momento era inevitable. Como hizo con
Lázaro, conmoviéndose de Marta y María.
Dios ni quiere ni necesita reparaciones, como si fuera un coche viejo. Dios lo que quiere y necesita es que le amemos y seamos portadores de su amor a nuestro prójimo, que significa próximo, y si nuestro prójimo hace una tontería que nos ofende muchísimo, recordemos que a Dios no se le puede ofender, comportémonos como Él, es decir con amor, e imitemos a Cristo: Tratemos de corregirle con amor aunque nos cueste la vida-
Todo el mal físico que hay en la Pasión de Cristo Dios lo quiere indirectamente, al querer directamente el sacrificio de Cristo en la Cruz, el cual es inseparable de esos sufrimientos.
.La Pasión no es algo que haya tomado por sorpresa ni al Padre, ni al Hijo, ni al Espíritu Santo, ni hay nada que sea inevitable para Dios, que podría haber hecho las cosas de mil modos diferentes a como efectivamente las hizo. No hay ni puede haber factores externos que afecten al Plan de Dios.
Saludos cordiales.
El plan de Dios es no intervenir.
Dios interviene a través de Cristo y hoy, a través de cada uno de nosotros.
Dios nos hizo TOTALMENTE LIBRES.
Y por eso no puede ni intervenir ni manifestarse, pues esa intervención/manifestación, condicionaría nuestra voluntad.
Y Crist es totalmente coherente al saber que Dios no va a sacarle de este aprieto, más que cuándo no condiciona nuestra libertad, es decir resucitando.
Es tan simple de entender.
Lo que pasa es que eso condiciona el dios en rl que creer que tanto no es totalmente poderoso sino totalmente débil, por Amor, que sólo triunfa cuando es el tiempo de la misericordia. Al resucitar a Cristo.
Porque además hay contradicción entre no intervenir e intervenir a través de Cristo o de nosotros.
Los diez mandamientos, por ejemplo, son una manifestación de la Voluntad de Dos. ¿Por tanto ya no somos libres?
¿Le era indiferente a Dios que Cristo muriese o no muriese en la Cruz?
Hay una sola hipótesis en la que Dios no interviene: aquella en la que existe sólo Dios y no ha creado nada.
Y una vez que existe, la creatura sigue dependiendo de Dios para existir, porque de lo contrario se habría transformado en Dios, que es el Ser que existe por Sí mismo.
Por tanto, si Dios deja de intervenir, adiós mundo.
Por eso mismo Dios no mueve nuestra libertad desde fuera, sino desde dentro, porque el ser es lo mas íntimo de cada cosa, y en cada cosa creada está continuamente presente Dios dándole el ser a esa cosa.
Y por eso Dios no condiciona nuestra libertad, sino que la realiza.
El modo que Dios tiene de respetar la libertad de las creaturas es moviéndolas a realizar actos libres, justamente, de acuerdo con su naturaleza de creaturas racionales.
Es insondable, sin duda, y si no fuese así, no estaríamos hablando de Dios.
Es decir, no de la creatura más grande posible, sino de Dios, que es el Ser Infinito.
Saludos cordiales.
Dios YA INTERVINO, de la forma más sublime y responsable que se puede intervenir: Enviando a su Hijo, dejando que los clérigos profesionales lo mataran, y resucitándolo después.
Ya tenemos TODA la información necesaria para ser portadores del Amor de Dios a los hombres y las mujeres.
Y además, en cumplimiento de la promesa de Cristo, cuando deja de mirarse el ombligo, la Iglesia nos lo recuerda y ahí tienes "Rerum Novarum","Laborem Exercens", "Quadragessimo Anno", "Mater et magistra", "Pacem in terris", "Populorum Progressio", "Solicitudo rei Socialis", "Centessimus Anno", "Deus Caritas Est", "Caritas in veritatis", ·Fratelli Tutti" y "Laudato Si".
Y he escogido sólo las Encíclicas Sociales, ni las que no lo son (Algunas son un claro ejemplo de onanismo mental, como la Pascendi) ni las Exhortaciones Apostólicas (De menos nivel).
Si un cristiano quiere saber cómo puede convertirse en portador del Amor de Dios y sorprendentemente, no tuviera suficiente información con los Evangelios, ahí tiene mucho donde buscar y encontrar.
Porque Dios ha escogido hacernos libres y por lo tanto no intervendrá en NADA que coarte nuestra libertad.
En el Mundo que Dios ha creado, DIOS NO PUEDE HACER NADA QUE NO HAGAMOS NOSOTROS EN SU NOMBRE, por propia decisión suya.
Esa es la grandeza de su creación. Además de sus creaturas somos su colaboradores necesarios.
Y el Reino de Dios llegará el día e que los cristianos estemos a la altura y lo construyamos aquí y ahora.
Y la promesa de Dios, tal y como demostró con su Hijo Jesucristo, es que quienes sean capaces de llevarlo a cabo imitando el ejemplo de Cristo recibirán la misma recompensa de Cristo.
Esa es la manera de intervenir de Dios y es sublime porque nos trata como seres adultos, no como cachorros sin criterio ni voluntad.
Ahora bien, sin la Iglesia como institución divina no veo que se pueda mantener la fe en que Cristo es el Hijo de Dios, al menos en el sentido de la Divinidad de Cristo. Estamos celebrando el centenario del Concilio de Nicea, que obviamente en la mente de la Iglesia no fue una pérdida de tiempo, y que históricamente es un eslabón en la trasmisión de la fe en la Divinidad de Cristo, incluso para los protestantes.
Además, sigue habiendo contradicción entre decir que Dios ya intervino, dando a entender que luego no interviene más, y decir luego que Dios no puede hacer nada que no hagamos nosotros en su nombre, en cuyo caso, claro, estará interviniendo otra vez, mediante nosotros, seguro.
En cuanto a la expresión “construir el Reino de Dios”, no aparece nunca en la Escritura, en la cual el Reino de Dios se acerca, llega, ha llegado, se entra en él, etc.
Además, no es cuestión de información, solamente. Satanás tiene mucha más información que nosotros.
Es cuestión de que la gracia de Dios obre en nosotros y nos transforme, solamente así podremos usar la información en un sentido contrario a aquel en que la usan Satanás y los suyos.
Pero claro, gracia de Dios quiere decir Sacramentos, Iglesia, fe, en definitiva.
Esa idea de que Dios se abstiene de intervenir para no perjudicar nuestra libertad es absurda. Ése no es Dios, en todo caso será la Gran Creatura. Sin el influjo constante de Dios como Causa del ser, es decir, Creador, nuestros mismos actos libres no existirían.
Su abstención sería nuestra parálisis, más aún, nuestra inexistencia, y eso no es ser menores de edad, es ser creaturas.
Saludos cordiales.
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